viernes. 19.04.2024
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Hasta luego, y gracias por el pescado

Eduardo Celaya Díaz

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Hasta luego, y gracias por el pescado

Nos han dicho que somos la especie más inteligente del planeta, porque podemos hacer uso de la razón. Que de ahí se deriva toda la civilización y cultura humana. Qué bonito. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Y si no fuéramos la primera ni la segunda especie más inteligente del planeta? ¿Y si nuestra misma existencia fuera una mera casualidad, un feliz accidente (muy al estilo de Bob Ross) y por lo mismo, nuestra desaparición fuera tan casual como demoler un estorbo para una nueva obra pública? Pero aún hay más. ¿Y si fuera posible conocer al gobernante supremo del universo, viajar gracias a la energía de la improbabilidad, cuestionar a una súper computadora la pregunta última, o conocer el último mensaje de Dios a la creación, mientras cargamos un pez babel en el oído y claro, una toalla (por si las dudas)?

No, mi estimado lector, no me encuentro influenciado por extraños pastitos ni llenando esta página con palabras al azar. Todos estos supuestos, y muchos más, son parte central de la obra de Douglas Adams, autor de la Guía del autoestopista galáctico, una trilogía en cinco partes, el libro que, sin duda, cambió mi percepción de la realidad. Con un estilo cómico, relajado, rayando a ratos en el más puro absurdo, Adams nos regala una tras otra, serias reflexiones sobre la vida, el universo y… todo lo demás. Pasa por una sencilla novela cómica de ciencia ficción, pero va más allá, comenzando por la tesis central que desarrolla a lo largo de todo su trabajo: presentar pruebas tanto de la existencia de Dios, como del innegable orden del caos en nuestro universo. La conclusión, querido lector, es de uno mismo, él sólo aporta los argumentos a favor y en contra.

¿A qué viene sacar a colación este libro? Primero, que este 25 de mayo celebramos el Día de la Toalla, en conmemoración tanto de Adams como de su obra. Segundo, que este autor logra algo que es central en las letras: hacer consciente a la humanidad de su misma humanidad. ¿Y en qué consiste esta consciencia? En que somos finitos, perfectibles (que no perfectos) y sumamente frágiles. La historia comienza con una simple anécdota, un hombre más común que corriente es invitado por uno de sus amigos, que resulta ser un investigador extraterrestre, a acompañarle en un viaje interestelar, pues la Tierra está a punto de ser demolida para la construcción de una nueva vía de circunvalación. Amable cortesía del viajero, avisar de este pequeño imprevisto, con lo que comienza un viaje por diversos rincones del Universo, tan inmenso, extraño, alejado de lo que conocemos como el todo, por una muy sencilla razón: no somos nada.

Hace unos días tuve una reflexión similar mientras escuchaba la alarma sísmica (que, por cierto, sólo logró sacarme del restaurante donde acababa de entrar y matar mi hambre; no se movieron ni las hojas de los árboles). En ese momento caí en cuenta que tengo una extraña fascinación por los sismos: porque nos recuerdan nuestra propia fragilidad, que un día podemos estar planeando qué haremos los próximos diez años y al siguiente estamos recogiendo escombro de lujosos edificios recién inaugurados. Y está bien. Está bien saberse frágil, finito, pequeño, porque nos coloca en nuestra realidad. Tenemos potencial, sí, podemos hacer mucho, también, pero tenemos un límite, y es bueno conocerlo.

Dice Adams que si alguien, alguna vez, lograra comprender en toda su complejidad el Universo, este desaparecería y sería reemplazado por algo mucho más complejo y difícil de entender. Y dice también, que eso ya pasó una vez. A eso nos enfrentamos, querido lector, a un Universo complejo, desconocido, ajeno totalmente a nuestra razón. Y tal vez, sólo tal vez, sería bueno por un momento dudar sobre si somos la especie más inteligente del planeta, dudar sobre la existencia de un restaurante en el fin de los tiempos, dudar sobre la misma importancia de nuestra especie porque, a fin de cuentas, no sabemos realmente qué es lo que hacemos aquí. Pero hay tanto allá afuera, tanto más por conocer, por saber, por estudiar y explorar, que me parece francamente aburrido suponer que ya lo sabemos todo. Vamos, que si llega alguien un día y me invita a dejar mi planeta porque está a punto de ser demolido, ni siquiera me preocuparía por haber dejado abierta la llave del gas.

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Eduardo Celaya Díaz
(Ciudad de México, 1984) es actor teatral, dramaturgo e historiador. Fundó el grupo de teatro independiente Un Perro Azul. Ha escrito varias piezas teatrales cortas, cuentos y ensayos históricos.

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