Fundadores absolutos de la teoría atomista, Leucipo y Demócrito hablaban de la probabilidad de llegar hasta la porción mínima de la materia, aquella que no podía dividirse. La llamaron “átomo”, es decir, sin división. La minificción es a la narrativa lo que aquellas partículas indivisibles de los presocráticos. Fernando Sánchez Clelo siembra su huerto bajo la sombra fértil de lo breve. Escritor y antologador de género mínimo, explora en Un reflejo en la penumbra (Ficticia, 2016) el género negro a través de una serie de relatos, a mi modo de ver indivisibles, y alternados para conformar en su conjunto una aventura del detective Buck Spencer.

Inmerso en la atmósfera oscura, donde nunca puede faltar una oficina con un escritorio bien apertrechado de alcohol, análoga a la habitada por Sam Spade, Philip Marlowe y Mike Hammer, por sólo mencionar algunos, Sanchez Clelo rinde homenaje a los arquetipos del género: la femme fatale, el millonario inescrupuloso, los polícias corruptos, la joven inocente en aprietos, el infalible asesino a sueldo, etc. También a personajes del género, como el capitán Filiberto, que evoca al pistolero precursor del Complot mongol.

Los relatos que conforman esta nouvelle pueden formar de media cuartilla o, a lo sumo, dos. Y son piezas que funcionarían por sí mismas como un relato independiente, con gran capacidad expresiva en un espacio mínimo. El equilibrio es extraordinario pues es imposible suprimir una frase sin que cualquiera de los 34 relatos desfallezca. Y, a su vez, todos los fragmentos, como buen compuesto molecular, mantienen la coherencia narrativa con sus pares. De pilón, Sánchez Clelo regala en el epílogo una banda sonora del mejor jazz de Charles Mingus, Coltrane y Davis que permite acompañar la lectura de cada capítulo.

Novela atómica o platillo molecular, Un reflejo en la penumbra es un extraordinario divertimento para quienes buscan lecturas intensas y entretenidas con una guía excelente que permite  programar el Spotify y sentarse a leer a sus anchas (y a sus breves).

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