miércoles. 17.04.2024
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El jugador, de Fiodor Dostoievsky

Jaime Panqueva

El jugador
El jugador, de Fiodor Dostoievsky
El jugador, de Fiodor Dostoievsky

Quizás el ambiente ruso que vivimos estas semanas o la publicidad que nos bombardea en las redes me hicieron volver los ojos hacia una de las novelas más conocidas de Dostoievsky. Recuerdo que hasta hace pocos años las apuestas estaban relegadas a un mundillo subterráneo o a lugares específicos como el hipódromo o los casinos, que estos últimos no eran legales en las grandes ciudades, y sólo se hallaban en zonas turísticas, enfocados a los visitantes extranjeros.

De unos años para acá nos convertimos en un Roulettenburg sin control alguno. Primero con la proliferación de casinos y casas de bingo cuyas concesiones se otorgaron por decenas. Ahora, con las apuestas en línea, somos bombardeados sin cesar con publicidad para que entremos al mundo de los “ganadores” apostando nuestro dinero. La palabra momio, otrora desconocida, la escuchamos de manera frecuente en las narraciones deportivas radiales donde se invita a apostar dinero durante los partidos para obtener ganancias fácilmente.

Como Alexei Ivánovich, inspirado en el mismo Dostoievsky de visita en Baden-Baden, al escuchar un partido de futbol o abrir un video de Youtube para ver los goles del Mundial, recibimos una invitación descarada y sin regulación alguna a apostar. Gigantesco debe ser el negocio para tan extraordinario despliegue. Ya no es preciso visitar la ruleta, pisar los salones elegantes donde en lugar de fichas se agolpaban billetes de francos o federicos de oro, todo es posible ahora desde un teléfono móvil. La necesidad de lucro fácil y nuestra endeble personalidad posmoderna nos hacen presas fáciles. 

 

“-Sólo sé que me es preciso ganar y que ésta es mi única tabla de salvación. He aquí, sin duda, la razón de por qué estoy seguro de ganar.

-¿Le es, pues, necesario ganar a toda costa, ya que tiene usted esa seguridad fantástica?”

 

El diálogo de Alexei y Paulina se repite hoy en muchos idiomas, a lo largo y ancho de la faz de la tierra. Con ansiedad los jugadores repasan los momios, crean estrategias para subyugar al azar: a través de un click se rinden ante la misma voluptuosidad que destruye a Ivánovich. En ese torbellino, pregonado bajo una apariencia inocente se ofrece la irresistible necesidad de la victoria y a la vez, como nos lo cuenta Dostoievsky, se presagia la ineluctable asechanza de la ruina.

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