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Juro que me rindo

Chema Rosas

Chema Rosas
Juro que me rindo, Chema Rosas
Juro que me rindo

El patio trasero de mi casa desarrolló la desagradable costumbre de inundarse cada vez que uso la lavadora. Como resultado, tengo mal olor en el patio, poca ropa limpia y riesgo de contraer chicunguya, así que decidí llamar a un fontanero. Me avisó que, si lo esperaba, arreglaría el problema esa misma tarde. Así que cancelé mis planes para dedicarme a recibirlo… pero eso fue hace tres días y aquí sigo esperando.

“Muchos de los fracasos en la vida suceden porque la gente no se da cuenta lo cerca que están de tener éxito cuando se rinden”. Eso lo dijo Thomas Alva Edison, empresario estadounidense que patentó más de mil inventos. Y aunque es probable que la frase no se le haya ocurrido a él –al igual que la mayoría de los inventos que patentó- de todos modos, se quedó el crédito. Como todo buen hombre de negocios, Alva Edison no andaba por ahí declarando que gran parte de sus logros se debieron a mentiras, explotación laboral y robo descarado de ideas; en cambio adjudicó su éxito a esa máxima popular de que el que persevera alcanza. Bajo esa lógica podría dejar de esperar al fontanero, pero jamás sabré si estaba a dos cuadras de mi casa.

Hay un montón de ejemplos de personas que comenzaron con fracasos, pero no se rindieron y ahora son ejemplo de fama y éxito a nivel mundial, tanto que sus historias –muchas de ellas fabricadas o exageraciones- son conocidas por todos y se han convertido en cliché. Ahora que si revisamos estos supuestos casos de éxito pareciera que eso de no rendirse es muy bueno para conseguir dinero, pero tiene un efecto perjudicial a largo plazo:

Henry Ford quebró varias empresas de coches antes de fundar la Ford Motor Company, con la que se hizo asquerosamente rico fabricando coches económicos. Esto revolucionó prácticamente todas las industrias al reducir costos y tiempos de producción. Como resultado hoy tenemos crisis energética, de recursos naturales y niveles de CO2 por las nubes.

Vincent Van Gogh cambiaba cuadros por vino y comida en los cafés. Ahora sus pinturas se venden en millones. Claro que no disfrutó nada de esto y murió en la miseria.

JK Rowling vivía prácticamente en la calle y escribió Harry Potter en servilletas mojadas con lágrimas. Doce editoriales rechazaron la franquicia que ahora tiene más dinero que Gringotts. Si se hubiera rendido no conoceríamos a ninguno de sus personajes… pero también nos habría ahorrado leer el epílogo del séptimo libro.

Albert Einstein empezó a hablar hasta los cuatro años y reprobaba matemáticas. Cuando por fin consiguió su pelo alborotado y bigote canoso, se hizo tan bueno con la física teórica que es considerado uno de los científicos más importantes del siglo XX. Su perseverancia contribuyó al desarrollo de la bomba atómica.

Walt Disney hacía dibujos para un periódico, pero su editor lo corrió por considerarlo poco creativo y falto de ideas. Hoy su nombre está en parques temáticos, películas y cualquier cosa que produzca dinero. Claro que ninguna de sus películas era original y, aparentemente, Walt era agente de la CIA. Todo indica que al final enloqueció y ahora su cuerpo está convertido en paleta helada en espera de resurrección.

Steve Jobs fundó una empresa que lo corrió, pero no se rindió y tiempo después compró la compañía, de manos de aquellos que lo corrieron, y así obtuvo ese plato frío llamado venganza. Claro que es por su culpa que estamos acostumbrados a pagar precios altísimos por tecnología que es obsoleta en cuestión de meses… y hubo un tiempo en que todos los coches tenían en las cajuelas estampas de manzanas blancas mordidas. Puaj.

Y es que eso de la perseverancia está sobrevaluado. ¿Qué tiene de malo rendirse de vez en cuando? ¿Por qué es considerado una debilidad? Al contrario, me parece que aprender a rendirse sin importar lo que ya hayamos invertido, es algo tan importante como necesario:

  • Para colgar el teléfono, aunque llevemos dos horas escuchando la música de llamada en espera de la compañía de cable.
  • Para salirnos de la fila que no avanza en el supermercado. ¿Vale la pena esperar otra media hora para comprar un gansito?
  • Para evitar la creación de una bomba atómica.
  • Para tomarnos un momento y pensar si aún queremos perseguir ese sueño, o nuestro objetivo cambió entre fracaso y fracaso.
  • Para renunciar a ese trabajo que nos hace miserables.
  • Para evaluar lo realista de nuestra meta; por más perseverancia que tenga o cuánto entrene, dudo ganar un campeonato con la NBA, tomando en cuenta mis treinta y tantos años y mi estatura de hobbit.
  • Porque a veces la batalla está perdida y no queremos perder más.
  • Para no seguir intentando algo por costumbre, aunque ya ni queramos lograrlo.
  • Para darnos cuenta de que el éxito no define nuestro valor.

Dicen que lo importante no es cuántas veces te caes sino cuántas te levantas, pero yo aprovecharía la décima caída para preguntarme si en realidad quiero llegar a esa meta, en particular corriendo en patines y con tijeras en las manos. Y no es lo mismo caerse y levantarse que soportar la espera mientras lo único que pasa es el tiempo.

Cada vez que le llamo al fontanero me dice que está a dos cuadras, y me da la impresión de que llamar a otro será comenzar de nuevo con el viacrucis. El compromiso y la perseverancia están muy bien y los logros son significativos, en la medida que hubo un sacrificio de por medio. Pero, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si con ello pierde su alma? ¿Cuánto tiempo más puedo esperar? ¿Me matará primero el aislamiento, la inundación o el chicunguya?

Acabo de llamar al fontanero y me dice que está a dos cuadras de mi casa. Si no llega entre hoy y mañana, juro que me rindo.

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Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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