jueves. 18.04.2024
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Este relato no se llama Carcamanes, pero tampoco se llama Contemplación

Leonardo Biente

calle antigua
Este relato no se llama Carcamanes, pero tampoco se llama Contemplación
Este relato no se llama Carcamanes, pero tampoco se llama Contemplación

I
Él se levantó de la cama. Se tocó la cara y la sintió pegajosa, eran lágrimas secas.

II
Apenas había dormido dos horas y media. Se incorporó lentamente, como tratando de ver si su cuerpo aún respondía. Cuando estuvo en pie, sintió mareos y se sentó de golpe. Una gota de sudor se escurrió por su frente. Por segunda vez se incorporó, aún más lento, y extendió sus brazos lateralmente, como tratando de mantener el equilibrio, cosa que logró.

III
Estuvo inmóvil un momento, esperando que la náusea lo invadiera de nueva cuenta, pero no ocurrió tal cosa, por lo que, desconfiado aún, caminó titubeante hacia el baño. Tuvo que esquivar las botellas vacías, los periódicos y la ropa que había en el suelo. Era su cuarto pequeño, pero acogedor y cálido. Esa mañana se sentía frío e incómodo.

IV
Le habló a su niño interior, al que días atrás había temido que habían secuestrado.
-Espero que sigas ahí. No sé si sentarme a llorar o llorar parado.

V
Cuando llegó al baño se vio en el espejo. Esa era la cara que ella había amado hacía unas horas, a la que, meses atrás, le había dicho sí. Esos ojos, ahora rojos e irritados, llanto y bebida, , que ella había visto se perdieron. Ahora era un hombre demacrado. Le dio la impresión de haber envejecido veinte años de un día para otro. Ella ya no estaba.

Interrupción
¿Cuándo estuvo? ¿Cuándo estuviste?

VI
Y ese otro era su hermano. Sangre de su sangre, le había quitado a su amante. A él también le había dado tanto. Como hermano mayor siempre lo protegió, y lo quería profundamente. Estaba ella con su hermano, y no lo podía creer. Cuando entró a la habitación estaban los dos, sumidos en su mundo, haciendo el amor, mirándose a los ojos. Al principio se quedó pasmado, no sabiendo que hacer, tratando de ordenar sus ideas y comprobar que estaba en sus cinco sentidos, pues la escena que estaba ante sus ojos era simplemente imposible, incomprensible, inconcebible.

Interrupción
Esta parte de la historia se me ocurrió después de que una señora me contó una leyenda guanajuatense en Guanajuato. No es la salida más efectiva ni bonita al predicamento que comencé construyendo antes, pero cedí al impulso y, muy en la vena contemporánea, dejé ahí el intento para que fuese producto final. Y luego, arrogancia y toda la cosa, interrumpí el relato para explicarlo.

El siglo veintiuno está de la chingada.


VII
Ella lo miró, pero seguía aferrada al cuerpo de su hermano. Sus ojos adquirieron una expresión que él no conocía, mezcla entre maldad, indiferencia, sorpresa y vergüenza por haber sido descubierta de esa forma. Él quiso gritar algo, decir algo que impactara, pero las palabras no pudieron salir de su boca. No supo cuánto tiempo contemplo la grotesca escena, asqueado, y tampoco supo lo que pasó después. El tiempo se detuvo. Su hermano trató de justificarse, pero él lo golpeó en la cara cuando caminaba hacia él, desnudo, sudando. Ella gritó y corrió hacia donde cayó el hermano, con la cara ensangrentada, lo tomó en sus brazos. Ella lo miró, y lloró.
No recordaba lo que pasó desde entonces, pues cuando reaccionó estaba en su cuarto, bebiendo, llorando, recordando la escena que algunos instantes (horas o minutos dan lo mismo) antes había presenciado. El espectador menos afortunado del mundo. Ella le había dicho que lo amaría, le había mentido desde un principio. Ahora la furia lo invadía, la impotencia de no poder hacer nada, la rabia de que su hermano le quitara todo, la tristeza por la pérdida del amor y la amargura por su vida, que ahora decía, era un desperdicio.

VIII
Así que ahí estaba, frente al espejo. De repente, entre mil pensamientos, tuvo una terrible visión. Vio tres cuerpos inertes, en el suelo, muertos y llenos de sangre.

VIIII
-Estás perdido- le dijo su niño interior, con la voz entrecortada.
-Lo sé, lo sé.

VIIIII
Tomó algo del cajón de un escritorio paralelo a su cama y se puso un abrigo encima. Corrió hacia la calle. Al abrir la puerta sintió frío. No sabía adónde se dirigía. No sabía qué hacer.

Sigo:
Leyendas para racionalizar nuestras taras. Tradiciones para justificar nuestra imposibilidad de pensar abierto.

VIIIIII
Ella no alcanzó a decir más.

VIIIIIII
El revólver parecía sonreírle. Lo miró espantado, y sus manos temblaban.

VIIIIIIII
Carcamanes. Plazuelas y calles. Crímenes que se romantizan. Que se perpetúan. Que se repiten sin parar.

Una última:
¿Para esto estamos vivos? ¿Para esto?

 

 

*Leonardo Biente es escritor y poeta. También es empleado de día.

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