viernes. 19.04.2024
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Páginas en blanco, balas, consecuencias

Leonardo Biente

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Páginas en blanco, balas, consecuencias
Páginas en blanco, balas, consecuencias

Páginas en blanco, balas, consecuencias. Una botella vacía, revistas en el suelo, colillas de cigarro. La soledad de escribir. Trazos inconscientes sobre una pared blanca, pinceles desquiciados, la mano se deja llevar. Una casa a la orilla del mar, isla desierta mencionada en tantas inútiles encuestas: ¿qué libros o discos te llevarías a una isla desierta? Me traje diez libros, cinco como amuleto y cinco como influencia y relajación. Los primeros: El retrato de Dorian Gray de Wilde, El guardián en el centeno de Salinger, El proceso de Kafka, Las obras completas de Shakespeare y Trainspotting de Welsh, en inglés. Los segundos: Amphigorey de Edward Gorey, Los paraísos artificiales de Baudelaire, Moteros tranquilos, toros salvajes de Biskind, A veces un gran impulso de Kesey y uno que increíblemente no había leído nunca: Historia de dos ciudades de Dickens. Discos: puro Leonard Cohen y Bach.

Isla de horror. Soy casi un Robinson Crusoe náufrago entre pensamientos, frases incoherentes y delirios que no van a ningún lado. Releo El arpa sin encordar de Gorey. Nunca nadie ha podido plasmar el suplicio/bendición de escribir un libro como él lo hace ahí.

Nunca, nadie.

Han pasado ya varios días, eternos, inútiles. Escribir es el infierno y el cielo, es perforar la televisión de un balazo al tercer día de trabajo. No traigo mi pistola como protección: también es un amuleto. Los recuerdos los he arrojado todos al mar de madrugada y al cuarto día me reconcilié con ellos a la luz de una vela que duró poco gracias al viento en esta época del año. Los cangrejos duermen bajo mi cama.

Escribí durante una semana, recién llegué a mi isla. No me despedí de nadie, ni avisé que me venía para acá. Desaparecí del mundo, soy un náufrago voluntario y como todo náufrago quiero volver a casa, pero debo ser rescatado.

Para eso se pierde uno.

¿Para eso se pierde uno?

Estando acá se pierde la noción de las cosas, del tiempo. Se van las horas del día en la contemplación del mar. Las de la noche se van en escribir. Mi cama se queda tendida, no duermo. En la mañana bajo a la playa, me recuesto sobre la arena, ahora sí duermo dos o tres horas, me levanto y vuelvo a escribir, dos párrafos sobre lo que he soñado. En alguna parte del libro podré meter mi sueño.

En esta playa siempre solitaria me siento a mis anchas. No hay nadie alrededor, a veces voy a pescar para comer.

A veces voy a pescar para calmar la ansiedad.

A veces voy a pescar porque no hay nada más que hacer. Escribir es horrible.

*

Seis noches productivas se fueron con el viento al séptimo día. Un viento huracanado se llevó todas las hojas que tenía apiladas idiotamente sobre una mesa. Salí a la playa, tratando de atraparlas. La marea estaba alta y el mar hacía olas inmensas. Comenzó a llover. No tuve otra opción que sentarme sobre la playa, bajo la lluvia, frente a la casa, a ver mi libro volando en todas direcciones.

Amanecí el octavo día en la playa y el sol estaba allá arriba, muy brillante y burlón, el hijo de la chingada. Estaba acostado sobre una hoja de las que habían volado la noche anterior, toda arrugada y con la tinta corrida. Sólo algunas palabras se podían ver: deseo, pecado, tos. Inútil. Seis noches de escritura bajo el influjo de un vino exquisito, del viento del mar, perdidas de manera idiota. Y, al final, nadie me rescató. Tuve que renunciar a mi naufragio.

No hay peor naufragio que ese.

Regresé a la casa y todo lo que rescaté fue esto. Escribir es horrible.

Escribir, ¿para qué?

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***
Leonardo Biente
es escritor y poeta. También es empleado de día.

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