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Los pies con que te miro

Chema Rosas

[Chema Rosas] Kill Bill, fotograma de la película
[Chema Rosas] Kill Bill, fotograma de la película
Los pies con que te miro

Cuando estaba en secundaria se puso de moda un juego en el que un tarado apretaba el hombro del idiota que se dejaba cortando la circulación al cerebro hasta que esa persona se desmayaba. Ahora que lo escribo suena como una de las actividades más peligrosas que puede hacer un grupo de adolescentes -y eso incluye jugar ouija en el cementerio, robar carros de supermercado y torear coches en el bulevar López Mateos- pero por algún motivo nos parecía divertidísimo. Si algún adulto nos decía inconscientes, más que insulto nos parecía una bandera, pues no tener conciencia sonaba como un buen plan para pasar la tarde con los amigos.

De todos modos, nunca me presté para ser el desmayado –no me asustaba tanto el desmayarme como el quedar inconsciente en el patio de la escuela rodeado de compañeros que roban carros de supermercado- y me tranquiliza pensar que a pesar de todo no era tan menso. El tiempo pasó y hace unos días estaba revisando unos libros de ciencia para niños cuando al doblar una esquina fui asaltado por la pregunta:

Si tuvieras los ojos en los pies ¿ahí estaría tu conciencia?

No recuerdo exactamente cuánto tiempo pasé inmóvil con la mirada vacía (¿minutos? ¿días completos? ¿un par de segundos?) mientras mi cabeza explotaba y pedazos de mi cerebro volaban por todo el lugar impactados por esa pregunta disparada a quemarropa. Al recoger los pedazos logré extraer las siguientes dudas y conclusiones:

  • Si los ojos estuvieran en los pies, ¿sería en las plantas? ¿En los dedos? ¿O en el empeine? En el peor de los casos tendría que caminar con las manos, en el mejor simplemente cambiar de calzado y eso de andar de chanclas o huaraches no se me da.
  • La vista en general no sería muy agradable… pero habría que esforzarse en no levantar la mirada al charlar con una fémina en minifalda, a riesgo de ser llamado pervertido y perder uno de los ojos bajo un tacón de aguja.
  • Si la conciencia estuviera en nuestros pies ¿cómo se mediría la altura? ¿Cuál es la diferencia entre una persona que mide dos metros y otra de ciento veinte centímetros si ambos se miran siempre a los ojos?
  • Supongo que las calles estarían más limpias, pero ¿dónde pondría mis lentes? ¿cómo indicaría que mi barrio me respalda? ¿los calcetines serían pasamontañas? ¿Estaría prohibido usar talco?
  • Tal vez los pies de los adolescentes huelen tan mal que los ojos estarían irritados todo el tiempo y de todos modos tendrían la conciencia descompuesta.

Afortunadamente los ojos están bajo la frente y a ambos lados de la nariz, pero la pregunta lleva a concluir que invariablemente la conciencia está ligada a nuestros sentidos. Y es que tener la nariz, boca, ojos y oídos concentrados en el área justo debajo de la línea del sombrero nos ha dado la sensación de que es adentro del cráneo donde ocurre eso que llamamos conciencia. Incluso ahora mientras escribo estas líneas hay una voz -ok, a veces es más de una- que dicta lo que estoy escribiendo para que esa voz -o voces- sepan qué decirte desde adentro de tu propio cerebro.

Aunque la ubicación está delatada por los ojos, la conciencia suele relacionarse más con una voz que con una imagen. A menos que seas Pinocho y un insecto llamado Pepe te cante cosas al oído, la conciencia de cada quien tiene una voz particular que suena muy parecida a la propia, aunque si me concentro a veces puedo hacer que suene como Morgan Freeman. Como sea, esa voz tiene funciones muy específicas:

  • Decirte que desmayar compañeros en el patio de la escuela, robar carros de supermercado y torear coches no son buenas ideas.
  • Advertir que si juegas ouija en el cementerio tendrás pesadillas hasta que la pubertad sea tan sólo un recuerdo lejano.
  • Avisar te vas a arrepentir de lo que estás diciendo cuando estás enojado.
  • Decir que está mal eso que estás haciendo y sabes que está mal.
  • Leer en voz alta dentro de tu cabeza, con imitaciones de personajes y acentos si el texto lo requiere.
  • Acusarte de complaciente
  • Decir que tienes que hacer más ejercicio.
  • Contar chistes y hacer que te rías y hables solo.
  • Ser la primera en acusarte de no ser tan buena persona como dices ser.
  • Recomienda uso de eufemismos
  • Lleva la cuenta de las monedas que tienes en el bolsillo, pero le niegas a quien te pide para un taco.
  • Avisar que ya es tarde y deberías estar durmiendo en vez de lo que sea que estés haciendo
  • Que ya va siendo tiempo de pagar el predial
  • Que no deberías comprar eso.
  • Que estás con esa persona sólo por costumbre y que si fueras honesto te alejarías corriendo hoy mismo.
  • Que tienes que salir más seguido
  • Que si tuvieras las agallas ya habrías invitado a salir a esa chica.
  • Que ya has salido demasiado
  • Que el tamaño “familiar” de una pizza no está diseñado para que la comas tú solo de una sentada.
  • Guardar silencio cuando está disfrutando el momento y molestarse cuando la consultamos si no ha dicho nada.

Quién sabe. Tal vez si tuviéramos ojos en los pies la conciencia tendría más poder sobre nuestros pasos y sería menos fácil hacer como que no la escuchamos… aunque sospecho que nuestras conversaciones serían menos divertidas.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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