Es lo Cotidiano

El viento y la señora García

Javier Morales i García

El viento y la señora García

Aquel verano largo y caluroso, el aburrimiento hacia que las siestas durasen varias horas y no nos daban ganas de hacer nada que no fuera no hacer nada. Ya habíamos hecho todo lo que se puede hacer cuando lo único que quieres hacer es no hacer nada. Aún nos duraba el hartazgo del curso escolar y todas las tradiciones habían sido cumplidas. Quemar los libros y los cuadernos en las hogueras de noches aún más largas y calurosas, ver cómo los amigos con más dinero se iban a campamentos de verano en lugares que nos parecían el paraíso en la tierra, perseguir a los gatos y perros de los vecinos hasta la crueldad más exacerbada y todas esas cosas que cuando eres un niño te parecen fantásticas y que con el paso del tiempo te avergüenzas recordando en noches de insomnio.

Lo cierto es que después de la merienda ya nos sentíamos mejor y la imaginación volvía a trabajar, así que salíamos a las calles del barrio buscando nuevas diversiones y nuevos planes.

Uno de esos planes nos tenía obsesionados en las últimas semanas, pero el miedo y el respeto nos hacía echarnos para atrás, hasta precisamente aquella tarde.

Había llegado el momento y nada ni nadie nos iba a parar, ya que aquel nuevo plan nos llenaba de excitación y nervios. Por fin, aquella tarde, estábamos decididos y tras una discusión por la forma de llevar a cabo la operación, nos pusimos en marcha hacia el final de la calle más cercana.

Allí estaba una gran casa, casi una mansión abandonada, pero en la que sabíamos a ciencia cierta que vivía alguien que era una especia de leyenda del barrio.

Allí vivía la Señora García, con la que alguna vez nos habíamos cruzado pero que su sola presencia nos asustaba. La Señora García tenía una edad indeterminada entre los cincuenta y más allá, pero para nosotros era una anciana extraña y silenciosa y nunca nos atrevimos a hablarle. La leyenda decía que la Señora García se había vuelto loca por la pérdida de un hijo, eso es lo único que sabíamos.

Siempre iba con un pañuelo gris en la cabeza y unas grandes gafas de sol. La Señora García tenía barba de varios días, cosa que era casi lo que más nos asustaba. Siempre con un bolso negro en su mano derecha y caminando con paso seguro hacia algún sitio que solo sabía ella, ya que nunca la vimos entrar a las tiendas del barrio o a ninguna parte.

Una vez la seguimos hasta que volvió a su casa y justo cuando iba a entrar por una de las puertas, se volvió y nos miró fijamente a través de sus gafas. Yo era el que estaba más cerca y aquellos ojos negros se convirtieron en una de mis pesadillas recurrentes durante mucho tiempo e incluso hoy en día me acuerdo de aquellos ojos que parecían no tener final.

También recuerdo que pensé que la Señora García, en algún momento de su vida, tuvo que ser una mujer de belleza misteriosa y con una risa encantadora, pero aquellos pensamientos no me atreví nunca a decírselos a nadie.

Aquella tarde todos vencimos nuestros miedos y nos acercamos más que nunca a la mansión, hasta que llegamos a entrar a un jardín descuidado y dimos varias vueltas, arrastrándonos por una tierra negra y seca. El más intrépido de todos, el Gordito, se acercó a una puerta de madera y sin pensárselo demasiado, dio el par de golpes que nos asustaron a todos, pero no pasó nada. Ni un movimiento ni un sonido ni nada de nada durante varios minutos en los que solo se escuchaba alguna de nuestras risas nerviosas, ahogada por los nervios.

Por fin, todos nos incorporamos y nos fuimos acercando a la puerta de madera en donde estaba el Gordito, orgulloso de ser el más valiente de todos.

De repente, aquella puerta de madera se abrió de par en par y vimos como una mano larga y blanca que más nos parecía una garra cogió al Gordito por el cuello y lo atrajo hacia ella, metiéndolo en la casa y después cerrando con un gran portazo.

Todos nos quedamos paralizados por el terror y lo único que se nos ocurrió fue salir corriendo a toda velocidad y volver a nuestras casas, apenas mirando a la casa una vez más después de torcer la esquina y sudando copiosamente por ese terror y los nervios.

Pasaron varios días hasta que volvimos a ver al Gordito, lleno de golpes y contusiones y aun blanco del susto de aquella tarde. Nunca nos quiso contar lo que había pasado en aquellos momentos que había pasado dentro de la casa, pero supongo que todos nos lo imaginábamos.

Después de aquella tarde, el Gordito ya no siguió saliendo con nosotros y recuerdo que su madre vino una tarde a casa y habló con mi madre una larga conversación que escuché escondido en uno de los armarios del pasillo, entre el olor a sábanas limpias y mis nervios por la situación.

Lo que me quedó claro de aquella conversación es que la leyenda de la Señora García era mucho más horrorosa de lo que pensaba y que el Gordito había tenido la paliza de su vida, recibiendo severos golpes con la hebilla de un cinturón que tenía una extraña forma de cruz.

Rosamaría, la madre del Gordito, lloraba desconsoladamente mientras contaba una historia en la que se mezclaban la venganza y los recuerdos de otros tiempos más oscuros.

Según parece, el hijo de la Señora García había muerto durante la Guerra Civil, apalizado por ser del bando fascista y, después de la guerra, la Señora se había ocupado personalmente de que todos los que formaron parte de aquella paliza estuvieran varias décadas en la cárcel y sus familias tuvieran que dejar sus casas, sus trabajos e, incluso, alguno de ellos tuvo que dejar la isla.

Aquella venganza de la Señora García también duro décadas, ya que la Dictadura estaba con ella y la apoyaba y alentaba en todos los sentidos.

De alguna manera, la Señora García seguía con su venganza personal, aún en nuestros días y aquella tarde le había tocado al Gordito, cuya única culpa era ser tan gamberro como todos nosotros.

Lo cierto es que aquella tarde terminó de estropear nuestro verano y ni nos daban ganas de salir a la calle, o cuando salíamos a jugar a la calle ni se nos ocurría pasar por aquella mansión.

Pero llego septiembre y el final del verano y el tiempo cambió totalmente, con unas tardes más frías y un viento que nos cortaba los labios.

Uno de los últimos días de las vacaciones, estábamos otra vez en la calle jugando a los boliches y el viento era particularmente fuerte.

Justo enfrente de nosotros, vimos cómo la Señora García pasaba por la calle y nos miraba desde detrás de sus gafas oscuras. Otra vez aquellos ojos negros insondables y una sonrisa en la cara que parecía burlarse de todos nosotros, sobre todo del Gordito, que nunca más volvió a ser el mismo.

Aquella tarde, algunos de nosotros volvimos a superar el miedo y decidimos seguir a la Señora García hasta la puerta de su mansión, pero ella ni se inmutó, solo nos lanzó alguna mirada amenazadora.

Lo que pasó después sigue siendo parte de mis pesadillas, aún hoy. La Señora García llegó hasta la puerta de su casa y empezó a subir una pequeña escalera que le llevaba a la entrada principal y, entonces, una ráfaga de viento muy fuerte hizo que resbalara y cayera de espaldas, dándose un gran golpe en toda la cabeza y quedando inmóvil en el suelo.

No pudimos evitar dar un grito triunfal y volver a salir corriendo a nuestras casas.

Encerrado en mi cuarto escuché el sonido de la ambulancia y, aquella noche, ya acostado, escuché los cuchicheos de mis padres, comentando la noticia. La Señora García había muerto del golpe.

Y así, con una sensación de lo más extraña entre el triunfo y el vacío, acabó aquel verano que había empezado largo, caluroso y aburrido, con siestas eternas.

.

.

.

***
Javier Morales i García
(Tenerife, España) es editor del fanzine Ecos de Sociedad, la publicación mod más longeva en Europa. Desde inicios de los 80, escribe, reseña y edita; hoy, Ecos puede leerse aquí. Es obseso de la música y el cine.

[Ir a la portada de Tachas 267]