viernes. 19.04.2024
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Soy tu fan, conozco a tu primo

Chema Rosas

Soy tu fan, conozco a tu primo

Las celebridades me ponen nervioso.

No cuando están en su hábitat natural dentro de una pantalla, en un espectacular, en las hojas de una revista o arriba de un escenario. Durante un tiempo parte de mi trabajo era entrevistar artistas participantes en el Festival Internacional Cervantino y eso me ponía nervioso, pero por otros motivos… pues ellos estaban en su silla de entrevistados y yo en la del tipo tembleque que sólo se concentra en no preguntar una estupidez frente a las cámaras de televisión. No. De lo que quiero hablar es de cuando por alguna razón me veo en la posibilidad o hasta obligado a tratar con gente famosa cara a cara que sale en anuncios de manera inesperada y sin razón aparente. Y es que las celebridades tienen una especie de halo que los separa del resto del mundo, y al resto del mundo en dos clases de personas: las que se sienten atraídas por ese campo gravitacional y se convierten en fans inmediatos, y los que nos sentimos tan incómodos que convertimos el campo gravitacional en un hoyo negro.

Ante la posibilidad de interactuar con alguien famoso hay una serie de actividades consideradas normales, que yo encuentro ligeramente incómodas o desconcertantes:

Acercarse a ellos y hablar: Es posible que pasemos horas viendo un maratón de la serie en la que sale esa actriz, que la canción de ese artista sea nuestro ringtone, haber leído todos sus libros o que ese rostro nos haya visto dormir cientos de noches desde el afiche en nuestro cuarto de adolescentes. Nada de eso importa… para ese famoso o famosa somos completos desconocidos y ese nivel de intimidad se encuentra tan sólo en nuestras mentes. En cuanto uno es consciente de ello, lo potencialmente incómodo del encuentro debería evitar cualquier interacción, pero en la mayoría de los casos es sólo el inicio.

Pedir un autógrafo: He visto suficientes capítulos de El Precio de la Historia en History Channel para saber que los artículos autografiados por verdaderas celebridades pueden ser una buena inversión. Por ello hay famosos que se prestan a sesiones de firma de autógrafos para aumentar sus ventas; creo que eso está bien y es un contexto natural y aceptable para tener un disco, libro, camiseta o guitarra con la firma del artista o autor. Por otro lado, encontrar de manera fortuita a alguien famoso, acercarse con una pluma prestada y pedirle que escriba su nombre en una libreta de la escuela o alguna parte de la anatomía, me parece más un ejercicio de ociosidad.

Tomarse fotografías. Entiendo que la fotografía sirve como testimonio de la historia, y por extensión, un retrato con alguien famoso y que admiramos puede ser un documento importante para la crónica de la historia personal de nosotros los simples mortales. No lo juzgo, pero en mi caso es contraproducente, pues a causa de una maldición gitana, cada vez que me tomo una fotografía el resultado es una persona que se parece a mí, pero cuyo rostro refleja adicción a metanfetaminas y solventes. Si me tomara una foto con Emma Watson, la gente pensaría que está visitando un campamento de damnificados.

Declarar su amor: Hay personas que cuando se enteran de que su celebridad favorita está cerca de su ciudad, averiguan a qué hora llegará su avión y los esperan en el aeropuerto o acampan afuera del hotel, con cartulinas ingeniosas con las que declaran su amor o solicitan tener hijos con ellos. No soy de los que odian a los ídolos pop del momento –no tienen la culpa de que yo sea menos atractivo que ellos–, pero eso me parece excesivo.

Hacerles saber que están relacionados de alguna manera. Si el primo segundo de alguien que no conozco fue mi compañero en segundo de secundaria, a absolutamente nadie le importa… a menos que mi nombre sea Barack y me apellide Obama, entonces eso nos hace casi parientes.

Ante todo, esto podría pensarse que para las personas como yo lo más sencillo sería evitar a las personas famosas, y listo. Pero… ¿qué pasa cuando tenemos frente a nosotros a esa actriz que sentimos nuestra alma gemela por el personaje que interpreta en una serie, en la mesa de junto al creador de esa canción que oímos cada vez que alguien nos marca por teléfono, en la misma fila del supermercado a ese autor que leemos obsesivamente, o nos topamos en la calle a ese rostro del afiche que veíamos antes de ir a dormir en nuestro cuarto de adolescencia?

Hay una voz interior que susurra carpe diem y advierte que si dejo pasar la oportunidad de tener una foto con Scarlett Johansson –sin photoshopearme en una escena de The Avengers–, me arrepentiré de por vida. ¿Y si la próxima vez que vea a ese escritor en el pasillo de una feria literaria, en vez de salir corriendo le digo que conozco a su primo y me manda al diablo, pero después escribe un libro al respecto? ¿Qué pierdo al acercarme, además de la dignidad, que de todos modos no estaba usando para gran cosa? ¿Y si el tener una foto con Armando Manzanero es todo lo que necesitaba para impresionar al amor de mi vida?

Nunca lo sabré… las celebridades me ponen nervioso.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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