sábado. 20.04.2024
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Amnesia onírica

Chema Rosas

Eduardo Galeano
Eduardo Galeano
Amnesia onírica

Hay personas que recuerdan sus sueños con lujo de detalle. Son el tipo de personas con quienes da gusto desayunar porque es como si trajeran frescas las últimas noticias de un país extranjero al que la única manera de viajar es si otro nos lleva inconscientes sólo para platicarnos todo lo que hicimos y no recordamos. Y es que hay algo especialmente placentero cuando alguien nos platica que soñó con nosotros, que estábamos en la escuela que en realidad era como un supermercado, y que de pronto yo no éramos nosotros, sino un perro con habilidades psíquicas. Reservo en mi ánimo una envidia especial para todos aquellos que recuerdan con detalle sus sueños… lo considero una clase de súper poder que no tengo.

Y no es que sea incapaz de recordar mis sueños, es sólo que -salvo algunas honrosas excepciones- casi siempre se me olvidan en el camino de la cama al baño, pero me quedo con la impresión de que fueron asombrosos y no volverán. Hay, en cambio, otros que me gustaría olvidar, pero se han quedado conmigo desde que dormía en una litera debajo de mi hermano. Estoy seguro de que, si platicara esos sueños en el desayuno, le arruinaría el apetito a más de uno, por lo que no entraré en detalles.

Desde el punto de vista psicológico, los sueños son una forma que tiene el cerebro para organizar la información que recibe el inconsciente. No soy psicólogo ni algo que se le asemeje, pero Fukanana Yume, la onironóloga –no confundir con orinonóloga- más famosa de Japón clasifica los sueños de acuerdo a las siguientes categorías:

Sueños recurrentes: Aquellos que, como gordo en bufete, insisten en pasar por la barra de nuestra conciencia una y otra vez. Como ese en el que soy mesero en un restaurante en el que no hay clientes ni mesas, sólo escaleras y platillos que debo llevar a algún lado.

Imposibles: Aunque todos los sueños tienen poco apego a la realidad, la característica principal de los imposibles es que parecen obsesionados con las cosas que cuando estamos despiertos vemos fuera de los límites de lo posible, como derrotar a un Demogorgon sin poder mágico o encontrar abiertas ambas cajas del Oxxo.

Eróticos: Tienen que ver con relaciones sexuales, intimidad, seducción, tocino y Scarlett Johanson, no importa si eres hombre o mujer.

Retóricos: Desde que Martin Luther King lo puso de moda, iniciar con “I have a dream” es un lugar común en la fabricación de discursos. La onironóloga Yume advierte que los políticos y oradores en realidad no tienen que haber soñado lo que dicen que soñaron para andarlo diciendo… y que si empezaran platicando lo que realmente soñaron seguro asustarían a la audiencia.

Pesadillas. Síntomas de estrés y ansiedad. En el mejor de los casos involucran brujas de adorno que cobran vida y te persiguen por la calle. En el peor escenario te imaginas a ti mismo viéndote dormir y tratando de despertarte para avisarte que hay alguien en tu cuarto, viéndote dormir.

Imperceptibles / Ultrarrealistas: Son aquellos tan apegados a lo que se percibe como realidad que el soñador no se da cuenta de que en realidad está dormido y todo lo que conoce como su vida será olvidado al rato en el camino de la cama al baño. Como tú justo ahora.

Aburridos: El tipo de sueños en los que sólo estás echado en el sillón con nada que ver en la tele. Te das cuenta de que has despertado porque estás en la cama y no en el sillón frente a la tele.

Proféticos: Son esos que, llevados a un buen interpretador de sueños, pueden predecir el futuro. Curiosamente tienen que ver casi siempre con vacas gordas y flacas y sequía, lo cual no es muy útil ni pertinente para aquellos soñadores citadinos que prefieren los números de la lotería. Hay sueños proféticos y recurrentes, como ese en el que sueño que llegaré tarde al trabajo si no me levanto de inmediato.

Trascendentes: Son raros, pero este tipo de sueños tienen el poder de transformar la realidad de quien los sueña. Obtienen respuestas a preguntas que la humanidad no había podido resolver, inventan el velcro, el internet o un nuevo color.

Mucho: El que acompaña todas las mañanas antes de tomar la primera taza de café.

Poco: El que da cuando tengo tiempo, lugar, disposición y ganas de descansar.

Como decía, no soy particularmente brillante en las mañanas y sospecho que por eso no soy bueno recordando qué es lo que soñé. Eso no me convierte necesariamente en un mal soñador, sólo en uno olvidadizo. Y es que mi sueño favorito es el que vivo cuando estoy despierto y es uno de los pasatiempos más satisfactorios y económicos. No estoy de acuerdo con esos que desean que los sueños se hagan realidad, porque el mundo sería un paraje de apocalipsis psicotrópico y depravado (y hablo por mí). Sin embargo, no está de más que nos animemos a soñar despiertos.

Cuando sueño despierto mi coche se eleva en el cielo y escapo del tráfico, golpeo las caras que me parecen insoportables y beso las que considero irresistibles. Vuelo, atravieso pareces y lanzo rayos por los ojos. Toco cualquier instrumento y soy un virtuoso. Puedo caminar sin miedo por la calle y ayudar a quien me da la gana porque en los sueños no hay pena ni límites.

¿Qué tal si, como dice Eduardo Galeano, empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho a soñar? Tal vez si lo hacemos y nos contamos esos sueños en el desayuno juntemos entre todos las suficientes piezas para armar una imagen general del mundo en el que queremos vivir y se nos ocurre como construirlo para que si a uno se le olvida el otro lo recuerde. Igual y no, pero sería una buena plática para empezar el día.

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Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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