viernes. 19.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

Negro y amargo… como mi alma

Chema Rosas

CAFETAL
Negro y amargo… como mi alma
Negro y amargo… como mi alma

En una de mis clases universitarias de filosofía el profesor, era un polaco de humor ácido que se acababa de convertir al islam. En todas las clases, invariablemente a la mitad, tenía la costumbre de salirse del salón a fumar un cigarro y beber café… y todas las veces que lo hacía, tras el primer sorbo anunciaba:

–¡Ah! Negro y amargo… ¡como mi alma!

Luego soltaba una carcajada en polaco y se abstraía en algún pensamiento oscuro e interesantísimo.

Creo que jamás podré ser tan interesante como ese profesor polaco de filosofía –lo último que supe de él es que se hizo budista y se dedicaba a meditar en centros arqueológicos zapotecas desconocidos por el Instituto Nacional de Arte e Historia– pero decidí robarle esa frase y la hice mía. Así, cada vez que alguien me pregunta que cómo me gusta el café respondo: “¡Ah! Negro y amargo… ¡como mi alma!”, tras lo que intento reír en polaco, que en mí se escucha como patiño de narconovela tratando de imitar una risa de villano de James Bond. Lo más absurdo es que en esa época mi consumo de café era cosa esporádica y llena de azúcar, pero de tanto hacer el mal chiste, comenzaron a servirme tazas y tazas de líquido negro y amargo. Al poco tiempo de trabajar en una escuela donde entraba a las siete de la mañana, mi alma se mimetizó con el contenido de las varias tazas que debía tomar al día para poder funcionar.

Hoy soy un adicto al café. No sólo eso… confieso que soy la peor clase de adicto… de esos que no se molestan por conocer de cerca aquello de lo que dependen para funcionar. Envidio a los sibaritas y gourmets que tienen conocimiento enciclopédico de granos, tostado, variedades y otras maravillas que exploran la belleza detrás de su taza, pero no tengo idea de eso. Mi conocimiento del café es una combinación de trivia, relación sentimental y experimentación subjetiva.

Lo que sé del café:

Que, aunque se pida negro y así se vea en la taza, las manchas que deja sobre la ropa, servilletas y esos círculos en las pastas de los libros hacen honor a su nombre.

Que no importa dónde en el mundo te encuentres, ese olor en la mañana es lo más cercano a sentirse en casa.

Contrarresta el insomnio. Y esto se debe a que las moléculas de cafeína son similares a las de la adenosina –que es una sustancia que nos hace sentir cansados–, por lo que ocupan los receptores y nos dan la sensación de estar menos cansados de lo que estamos.

Que es adictivo. Porque el cerebro es un sádico que quiere que te sientas cansado para que no logres hacer todo lo que te propones, así que crea más receptores de adenosina, por lo que cada vez necesitamos dosis más altas de cafeína.

Que en inglés al grano de café le llaman “coffee beans”, que se traduce literalmente como frijoles de café y eso me parece gracioso, porque no es una leguminosa con la que se puedan hacer molletes.

Que, según la leyenda, su uso fue descubierto por un pastor árabe de cabras drogadictas, que pensó que no era justo que ellas se llevaran toda la diversión al comerse esos misteriosos granos.

Los ingleses prefieren el té, a tal grado que eso causó un motín en Boston y eventualmente una guerra entre Inglaterra y sus colonias. Luego la independencia de los Estados Unidos y eventualmente la candidatura de Trump. El té puede ser malvado.

Que más que causar conflictos, los resuelve. A menos que alguien se haya tomado la última taza y haya dejado la cafetera vacía. Fuentes históricas confiables aseguran que ni Hitler hacía eso.

Tiene antioxidantes, unas sustancias que evitan que te oxides. Esto es especialmente importante para las personas metaleras que tienen la costumbre de bañarse.

Que su ausencia puede provocar una especie de síndrome de abstinencia. Los síntomas incluyen dolor de cabeza y odiar al mundo.

Que el descafeinado es buen placebo y el recalentado sabe asqueroso.

Si agarras el residuo del grano que queda en la cafetera y lo pones en una maceta, las plantas crecen felices y neuróticas.

Que si pides un café americano, en realidad es un espresso con mucha agua.

El café “de olla” en general es un americano con poca agua, mucha canela y cantidades industriales de piloncillo.

Que es un buen pretexto para juntarse a platicar con alguien… aunque muchas personas dicen que van por un café y terminan pidiendo bebidas con más azúcar que Celia Cruz, hielo frappé, crema batida y panditas.

Que está bien despreciar al café soluble, pero no olvidemos que es capaz de salvarnos en los peores y más inconvenientes momentos. No todos los héroes tienen que ser atractivos.

Otro dato importante es que hay quien me ve con mi segunda taza de café y le encanta advertirme que es malo y me causará gastritis y toda clase de padecimientos. Puede que sí, pero también vivir es una de las causas principales de padecimientos y no ando por ahí diciéndole a la gente que se muera. Tal vez sea porque mi alma no es tan negra y amarga como me gusta anunciarlo… o tal vez soy así de amable porque tengo en la mano mi segunda taza de café en la mano.

[email protected]

.

.

.

Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

[Ir a la portada de Tachas 276]