viernes. 19.04.2024
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Aracné

Chema Rosas

 

Chema Rosas - Aracné
Chema Rosas - Aracné

Hace mucho tiempo en Grecia vivía una chica hermosa. Su papá era dueño de una tintorería, por lo que ella creció entre tela, ropa, hilos y tinta. Como en la antigua Grecia no había tele, aún no se inventaban las tablets y no era común que las niñas fueran a la escuela, la pequeña Aracné aprendió a bordar y tejer para matar el tiempo. Con el tiempo se hizo cinta negra en punto de cruz, tejido de punto y hasta encaje de bolillo, pero su verdadera especialidad era el telar.

Sus trabajos eran tan buenos que la gente viajaba de todas partes del mundo para apreciarlos, y hasta se hizo fama por ser la modista preferida de las ninfas, quienes, dicho sea de paso, necesitaban renovar sus vestidos a cada rato, pues tenían la afición de salir con los sátiros y ellos no suelen ser cuidadosos con el ajuar de sus damas. El problema es que, al ser tan guapa y talentosa, se le complicaba eso de ser humilde; los elogios de todo el que conocía no ayudaron y la fama se le subió a la cabeza. Cuando alguien se asombraba ante uno de sus trabajos y le decían que los dioses le habían dado el don del tejido, ella se enojaba y les decía que los dioses no tenían nada que ver con su talento.

Un día que se encontraba tejiendo calcetines para sus gatos, llegó una ancianita (parecida a cuando se disfraza la madrastra de Blancanieves) quien, como siempre, se mostró sorprendida por la perfección del tejido.

–¡Pero qué belleza! ¡Tu tejido es casi tan hermoso como si lo hubiera hecho la diosa Atenea! –exclamó la anciana mientras rizaba el solitario cabello de su barbilla.

–¿Casi? ¡Ja! ¡Vieja ignorante! Atenea será la diosa de las manualidades y oficios, pero su tejido le viene guango a mi telar.

En ese momento la anciana se quitó el disfraz y, ¡sorpresa!, en vez de revelar a la madrastra de Blancanieves, era la mismísima Palas Atenea, hija de Zeus y diosa del intelecto y los oficios, quien estaba de pie en todo su esplendor ante la hija del tintorero:

–¡Soberbia insensata! ¿Te atreves a decir que tú, un ser inferior a base de carbono, ha superado a los dioses?

–No… –contestó la perpleja muchacha, y tras pensarlo unos momentos agregó: –Lo que digo es que soy mejor tejedora que tú… ¿tienes algún problema?

–¡Φέρτε το επάνω, σκύλα! [“Bring it on, bitch!” (N. del T.)] –respondió enojada la diosa.

Establecieron el reto: ambas participantes tendrían acceso a los mejores materiales del mundo, pero no estaban permitidos los poderes sobrenaturales; tendrían todo el día para realizar el trabajo más hermoso que fueran capaces de confeccionar, usando tan sólo sus manos y el telar. Una vez dispuestas las reglas y llegada la fecha, comenzó el primer y más épico duelo de tejidos en la historia de la humanidad y del Olimpo. Los asistentes quedaban hipnotizados al ver cómo trabajaban las manos de ambas tejedoras mientras los hijos de Baco llevaban las apuestas y los sátiros carteristas hacían su agosto.

Por definición, los duelos de telar están llenos de emociones y tenían a todos al borde de la butaca, así que en cuanto se puso el sol, las dos contendientes se detuvieron agotadas y llegó el momento de mostrar los resultados:

Atenea presentó su tapiz con algunas de las escenas más gloriosas del Olimpo y, como no queriendo la cosa, algunos episodios en los que los dioses castigaban a los humanos que se querían pasar de lanza (que, curiosamente, era el arma favorita de la diosa). Aracné, por su parte, desdobló una impresionante tela en la que, a manera de tabloide de espectáculos, exhibió en exquisito tecnicolor algunos de los episodios más vergonzosos y humillantes de la vida sexual del padre de su contrincante. Así, el tapiz mostraba a Zeus cuando se convirtió en toro para violar a Europa, y otro episodio tenía que ver con un calabozo, lluvia dorada y una princesa llamada Danaé. Por supuesto que el tema elegido por Aracné enfureció a Atenea, que no tenía interés alguno en ver a su padre en circunstancias tan comprometedoras, pero eso no fue tan terrible como el hecho de darse cuenta de que había sido derrotada. El tapiz de Aracné era mucho mejor que el suyo.

Los dioses griegos –o, para el caso, los de cualquier mitología– no son famosos por su buen temperamento o por saber aceptar las derrotas. En un arranque de frustración, Atenea hizo pedazos el trabajo de Aracné, quien trató de detenerla y recibió como premio un golpe de lanza divina, que la dejó viendo estrellitas.  Tal vez producto del golpe, de un orgullo demasiado herido o por hacer berrinche, la hermosa joven tomó una madeja de estambre, la amarró a la viga superior del techo de su taller y se ahorcó ahí mismo.

Atenea pensó que no era buena idea dejar morir a la humana quien, a fin de cuentas, había ganado el reto; así que en un acto de venganza disfrazada de justicia divina, le concedió la inmortalidad y le dio el poder de tejer sin necesitar ir a la tienda por estambre… por lo que la despojó de su belleza y la transformó en el artrópodo quelicerado.

Hace mucho tiempo, en Grecia vivía una chica hermosa que desafió a una diosa y se convirtió en la primera araña del mundo. Ella y sus descendientes viven en tu casa, dentro del armario, bajo la tapa del tinaco y en ese rincón que ya no visitas. Aún hermosa, perfeccionando su oficio… tejiendo su venganza.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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