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GUÍA DE LECTURA

El principio del placer, de José Emilio Pacheco

Jaime Panqueva

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José Emilio Pacheco
El principio del placer, de José Emilio Pacheco

Cuando tu hijo de doce años llega a casa, y con una sonrisita te dice que leyó en la escuela El principio del placer de José Emilio Pacheco y que “está fuertecito”, sabes que estás en problemas. Primero porque tú mismo con anterioridad le diste a leer en casa Batallas en el desierto, y segundo porque no has leído ese ejemplar de cuentos publicado hace casi cincuenta años, y rescatado por Ediciones Era a finales de los noventa. Y una desazón adicional te punza porque recuerdas que tu querida tutora de maestría te contó alguna vez que, hace muchos años, de niña en su hogar en Sevilla, la dejaban leer las novelas del Boom latinoamericano porque, aunque nadie las había leído, consideraban que era literatura menor, como para infantes; y ella se escandalizaba (y disfrutaba también, según confesó) con las trasgresiones que se narraban con el rostro de palo de los viejos abuelos. “No tenía ni idea que se podía coger a las gallinas”. De inmediato, el deber de fungir como faro moral te lleva a conseguir el libro para leerlo. Fascinación.

Con la misma profunda sencillez de Batallas en el desierto, Pacheco cuestiona las dificultades de la adolescencia, el despertar de la sexualidad y las complejas relaciones sociales a través de Jorge, quien en su diario, abandonado al inicio por exceso de amistades y actividades en la Ciudad de México, vuelca las experiencias de su nueva vida solitaria en el puerto de Veracruz, a donde va a vivir tras el traslado de su padre, general del ejército durante el sexenio de Miguel Alemán. La pérdida de la inocencia es consignada por Jorge con gran aplomo: “Nadie tiene la culpa de que yo ignorara que todo es una farsa y un teatrito.”

Este despertar lector de mi hijo me complace porque creo que le ayudará a entender y cuestionar asuntos sociales y políticos que poco han cambiado desde aquellos días: “la adolescencia es la etapa más feliz de la vida y, aparte de estudiar, mis únicas preocupaciones deben ser divertirme y hacer amistades útiles para mi porvenir.” O, “Su padre se hizo multimillonario en el régimen que está por acabar. A muchos que conocemos les pasó lo mismo. Si en México la mayoría de la gente es tan pobre ¿de dónde sacarán, cómo le harán algunos para robar en tales cantidades?”

Bendigo aún a Pacheco por esos dos libros que hablan sin nostalgia del pasado y ubican al lector en un lugar incómodo y reflexivo sobre esas arcadias etáreas: «Si, en opinión de mi mamá, esta que vivo es “la etapa más feliz de la vida”, cómo estarán las otras, carajo».

Le pregunté: ¿Leíste los demás cuentos de Pacheco?

No.

Ok...

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