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Bernardo Bertolucci: Pintor de relaciones peligrosas

Fernando Cuevas

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Bernardo Bertolucci: Pintor de relaciones peligrosas
Bernardo Bertolucci: Pintor de relaciones peligrosas

Vínculos siempre al borde del conflicto existencial, enmarcados en contextos geográficos y políticos en plena ebullición, distantes o extraños según la propia realidad de sus personajes, intensamente iluminados por colores contrastantes, acaso como reflejo de los sentimientos encontrados, la sexualidad al borde y las transformaciones sociales a punto de estallar, mirados sobre todo desde una rebelde perspectiva juvenil, cansada inmediatamente de sí misma. Sus inicios como poeta se reflejan en determinados encuadres y secuencias que permiten una apertura de sentidos y significados desde el lenguaje propio de las imágenes.

El oriundo de Parma, nacido en 1941, fue asistente de Pasolini en Acattone (1961) y con un guion de su maestro dirigió La comarca estéril (1962), debut sobre la indagación apesadumbrada del asesinato de una prostituta en tesitura godardiana más que detectivesca, en el que también se empezaban a rastrear sus influencias de realizadores como Kurosawa y Fellini, dos gigantes que lo motivaron a convertirse en realizador fílmico, trayectoria en la que estuvo acompañado varias veces del también cineasta Gianni Amico y de su hermano Giuseppe, sobre todo en el apartado de la escritura.

Continuó con Antes de la revolución (1964), filme que se inspira en el clásico La cartuja de Parma de Stendhal (1839) y que en explícito blanco y negro busca los grises con énfasis en las dudas de sus protagonistas, cual matices de la propia realidad de clase ante las incertidumbres de la vida: un joven se relaciona con la tía de su amigo fallecido, estableciendo un romance marcado por el desconcierto y los contrastes: “una entrañable confesión en primera persona de la abdicación política de un joven burgués inconformista” (Gubern, 2000)[1]. La orientación ideológica del realizador estaba claramente establecida en absolutos contextos de cambio y transformación, tanto generacional como política.

Vendrían el corto documental Il Canale (1966), La via del petrolio (1967), serie televisiva también de carácter documental, y su participación como escritor en Ballata de un miliardo (Puccini, 1967); entregó El doble (Partner, 1968), inspirándose en la novela de Dostoievsky El doble: un poema de San Petersburgo (1843) y trasladándola al contexto de las protestas estudiantiles alrededor de la guerra de Vietnam con claro enfoque comunista. Contribuyó con la historia del clásico western de Sergio Leone, Érase una vez en el oeste (1968) al lado de Dario Argento, formando un anticipado dream team del spaghetti.

Después de aportar el segmento Agonía para la película Amor y rabia (1969), codirigido por otros brillantes realizadores (Bellocchio, Godard, Lizzani y Pasolini, ahí nomás, otro dream team), realizó El conformista (1970), su primera obra maestra, basada en la novela de Alberto Moravia. Ambientada inicialmente en Roma a partir de finales de los treinta en pleno fascismo, la historia sigue a un hombre que vivió una fuerte experiencia sexual-criminal en su pubertad, que forma parte ahora del servicio secreto y acepta la misión de matar a un político exiliado que fue profesor suyo, aprovechando su luna de miel en París: la cámara oblicua o a ras de suelo, las composiciones brillantes de Vittorio Storaro, la puntual música de Georges Delerue y un consolidado reparto.

El poder y sus contradicciones

Retomando el relato de Borges Tema del traidor y del héroe (1944), presentó con la cámara a punto La estrategia de la araña (1970), adaptándolo al contexto de la resistencia italiana y colocando al hijo de uno de los luchadores, junto con una de sus amantes, en una aventura para investigar qué sucedió realmente con su padre. Tras contribuir para el telefilme L'inchiesta (Ammico, 1971), contó con la adaptación de la gran Agnès Varda, El último tango en París (1972)[2] para abordar la relación básicamente sexual entre un hombre de mediana edad (Marlon Brando) y una joven (Maria Schneider), que provocó gran escándalo, en su momento por lo visto en la pantalla, y recientemente por lo que se supo que sucedió fuera de ella.

Volvería con otra de sus obras maestras: 1900 (1976), recorrido de 45 años en la vida de dos niños de diferente condición social y familiar que van creciendo conforme avanza el fascismo, con la consecuente separación ideológica entre ambos de adultos, interpretados con el brío esperado por Gérard Depardieu y Robert de Niro. Una etapa, la mejor, quedó cerrada con este filme. Posteriormente escribió junto con Scola y Siciliano Il silenzio è complicità (1976), documental de Laura Betti y rodó La Luna (1979), acerca de una relación incestuosa entre madre e hijo cual tabla de salvación. En tono de comedia con tintes de drama, apareció La tragedia de un hombre ridículo (1981), seguida de los documentales L'addio a Enrico Berlinguer (1984) y el corto Cartoline dalla Cina (1985).

Vendría la cinta que lo dio a conocer ante los grandes públicos, en particular por los premios Oscar obtenidos: se trata de la fastuosa, visualmente absorbente gracias a la fotografía de Storaro (otra vez) y con gran reparto asiático -además de Peter O'Toole-, El último emperador (1987), relatando la vida de Pu-Yi y el final de una era, con base en su autobiografía: la música de Ryuichi Sakamoto, David Byrne y Cong Su, terminan por envolver esta tercera obra cumbre, acaso su última. Le seguirían Refugio para el amor (1990), adaptación del libro de Paul Bowles;  El pequeño Buda (1993), Belleza robada (1996) y Cautivos del amor (1998), filmes en los que la búsqueda se ubica como el centro del argumento, sin alcanzar la profundidad y fuerza visual acostumbrada.

Hacia el final de su carrera colaboró con el guion de El triunfo del amor (Peploe, 2000) y con un segmento Histoire d'eaux para el filme colectivo Ten Minutes Older: The Cello (2002); cerró su carrera en la silla de director con Los soñadores (2003), relato basado en el libro de Gilbert Adair sobre tres jóvenes en el contexto de las revueltas sesenteras en París, y con Io e te (2012), basada en la novela del gran escritor italiano Niccolò Ammaniti, también responsable del guion. Finalmente, participó en Venice 70: Future Reloaded (2013), integrado por reflexiones cinéfilas en el marco de este fundamental festival. Uno de los directores esenciales de la historiografía fílmica que se va pero se queda, con su notoria influencia política y estética para jóvenes realizadores.

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[1] Gubern, R. (2000). Historia del cine. Barcelona: Lumen.

[2] Altamente recomendable resulta la lectura del capítulo sobre esta película aparecido en Misterios de la sala oscura de Fernanda Solórzano (Taurus, 2017).