miércoles. 17.04.2024
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Gato y Ratón hacen vida común

Chema Rosas

Chema Rosas - Gato y Ratón hacen vida común
Chema Rosas - Gato y Ratón hacen vida común
Gato y Ratón hacen vida común

Los cuentos para niños suelen estar llenos de verdades más intensas y crudas que cualquier nota del periódico, por más amarilla o roja que sea. Lo que es una historia divertida para un niño, para los adultos es motivo de ansiedad y pánico, de ese que nos hace desconfiar hasta de nuestra propia sombra… como me pasó el otro día que me topé con “El gato y el ratón hacen vida en común” de los hermanos Grimm. La historia va más o menos así:

Érase una vez un gato y un ratón que vivían en la misma casa. Después de varios días de campaña del gato, convenció al ratón de que debían ser amigos y trabajar juntos para distribuir la comida y responsabilidades. Pasó el tiempo y entre los dos no la llevaban nada mal e incluso habían encontrado un buen tarro de manteca. Como el invierno estaba cerca, el gato sugirió al ratón que guardaran el frasco para los tiempos difíciles, y que para evitar la tentación llevaran su delicioso botín a la iglesia de junto, que al fin y al cabo en la iglesia nadie se atrevía a robar por temor a que Dios los cachara infraganti. La labor de convencimiento fue intensa, pero la iniciativa se llevó a discusión, fue aprobada por las cámaras, sancionada por el ejecutivo y tras su publicación ambos compañeros fueron a, efectivamente, depositar sus reservas en la fortaleza eclesiástica protegida por la buena voluntad de los creyentes.

Tras unos días, el gato no podía dejar de pensar en ese frasco y su delicioso contenido.

–Hey, ¿qué crees? Mi prima tuvo gatitos y me pidió que fuera padrino de uno de ellos… ¿te agüitas si te dejo solo en la casa mientras voy a la ceremonia? –preguntó a su amigo, quien estaba divertidísimo viendo un partido de pulgas.

–¡Claro que no me agüita! Tú diviértete y si hay mole me traes un taco.

Así, el gato llegó a la iglesia, abrió el frasco y empezó a lamer el contenido hasta que se comió la capa de arriba. Cuando regresó a casa, el ratón le preguntó cómo le había ido en el bautizo.

–¡Excelente! El gatito de mi prima está guapísimo, se llama “Robé Poquito” –contestó el gato divertido.

Unos días después el felino simplemente no pudo resistir la tentación y fue con el ratón, que ahora estaba pegado a la ventana.

–Resulta que fui tan buen padrino la vez pasada que una amiga de mi prima me pidió que hiciera lo mismo por ella… ¿te agüitas si voy a hacerles el favor?

–¡Por mí no te preocupes! De todos modos, tengo un altero de ropa para planchar. Mi amiga la rata, que a eso se dedica, se quemó la cola y me pidió ayuda…

De nuevo el gato llegó a la iglesia, abrió el frasco y mientras daba cuenta de la manteca pensó que hay cosas que saben mejor cuando se disfrutan sin tener que compartirlas. Volvió a casa y el ratón seguía planchando con la novela en la tele.

–¡No lo vas a creer! Pero este bautizo fue mucho mejor que el del otro día. El gatito era de lo más simpático y lo nombraron Reforma Estructural –anunció triunfante.

–¿Reforma Estructural? ¡Qué nombre tan raro! ¿Es común en tu familia? –preguntó extrañado el roedor.

–¡Ahí vas! Sólo criticas a los que envidias… yo no te digo nada de tus primitos esos que se llaman prole –y así, el gato se fue a dormir con medio frasco de manteca en la panza.

No faltó mucho para que al gato se le hiciera fácil volver a pedirle el favor al ratón.

–Hey… ¿qué crees?

–Déjame adivinar… te pidieron otra vez que fueras padrino de un gatito que ni conoces –contestó el ratón, mientras veía memes en su celular.

–Pues… ¡así es! –gritó el gato, compensando sus dudas con emoción ficticia.

–¿Adiviné? ¡Yuhu! Yo lo decía de broma, pero pásala bien padre, y esta vez sí tráeme aunque sea un taco.

Al llegar de nuevo al sitio bajo el altar donde tenía escondido el frasco, el gato fue invadido por un apetito obsesivo y comenzó a devorar como degenerado. Sin darse cuenta había limpiado el tarro. Regresó más contento que nunca a la casa, donde encontró al ratón buscando monedas entre los cojines del sillón.

–¡Terminado! –gritó triunfante.

–¿De qué estás hablando?

–Así se llamó el gatito que bautizamos hoy

–¡Qué nombre tan raro! Pero ya no digo nada porque luego luego te esponjas.

Aunque de la manteca sólo quedaba el recuerdo, por fin llegó el invierno, y con el invierno el hambre. El ratón le dijo al gato que ya era hora de ir por su tarro para superar esos tiempos de escasez y su amigo accedió sin problemas. Cuando llegaron al escondite debajo del altar, el ratón abrió el frasco y en vez de comida encontró la verdad.

–¡Ahora entiendo! Maldito mentiroso, sucio y corrupto –gritó el roedor al verse traicionado –Primero se llamó Robé Poquito, luego Reforma Estructural… y esas veces sólo venías a comerte nuestra comida, hasta que lo dejaste…

–No voy a tolerar que te aproveches de la situación para desestabilizar nuestra relación. Una palabra más y te mato.

Pero la palabra ya estaba en la boca del ratón y salió de todos modos:

–¡Terminado!

Entonces de un zarpazo el gato rebanó la panza de su amigo.

Más tarde, mientras platicaba con sus amigos en el tejado, se relamió vísceras de los bigotes y les dijo:

–De no haberlo matado, el hambre de estos días sería insostenible… Aquí les pregunto, ¿qué hubieran hecho ustedes?

 

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Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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