jueves. 25.04.2024
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FUMADORES [L]

Protestas

José Luis Justes Amador

black woman
Protestas, José Luis Justes Amador

Con el buen ojo de Yadira María Teresa.

 

Hay mil y una fotografías icónicas de rebelión contra los poderes establecidos.  Imágenes que desatan, gracias la escena y también a la oportunidad del disparo del fotógrafo, una solidaridad casi inmediata. Fotografías que suelen tener a muchos, de los malos, intentando contener a una sola persona, de los buenos. Puede ser un tanque o un pelotón de granaderos, un contingente de fusileros o, como en este caso, agentes de una unidad antidisturbios. Al otro lado, casi siempre solitario (con esa sensación que se transmite inmediatamente, de que basta con que haya uno solo, uno solo de los buenos, oponiéndose, para que la causa –sea cual sea la causa- pueda triunfar. Esta fotografía es una de esas.

Y la anónima mujer de color que planta cara a los antidisturbios lo hace con un gesto nada desafiante sino como enfrentando al nerviosismo de ellos la tranquilidad de un cigarro bien merecido. Probablemente, por la ropa, por el rostro cansado y, también, por el rostro de felicidad, está regresando del trabajo. De un trabajo segregado con casi total seguridad. Y, en su camino, se ha encontrado con la policía que seguramente ha acudido a sofocar, o a intentar evitar, una rebelión de aquellos que luchaban, no siempre por medios legales, contra la segregación.

Unos minutos, quizá apenas hace un minuto, ha prendido un cigarrillo, un más que merecido cigarrillo. Está fumándolo, podemos imaginarlo, con la tranquilidad de que al final del camino está el hogar. Tal vez, por seguir imaginando, ha regresado desde su trabajo a casa en un autobús segregado. Y una vez libre de él ha decidido prender, para olvidarse quizá en el placer de la nicotina, uno de esos cigarros baratos.

Y en el camino la anónima mujer afroamericana, que tal vez no sea una gran luchadora o que ni siquiera haya hecho en su vida un gesto que salga de la segregada rutina, se encuentra con los antimotines, unos segundos antes de la fotografía. Y decide, probablemente en ese mismo segundo, ofrecer por primera vez en su vida un cierto gesto de oposición, uno mínimo, un gesto que confronta no desde la violencia sino desde la cotidianeidad de las cosas bien hechas. De las cosas que, aunque pequeñas, significan mucho más de lo que a simple vista puede parecer.

De uno de los otros dos protagonistas de la fotografía no podemos saber nada porque se encuentra de espaldas. Es el policía que abre su boca, estentóreamente por lo que podemos suponer que está gritando, el que puede darnos alguna pista. No hay nada en la señora que merezca un grito. No representa ninguna amenaza, ni ningún peligro. Y eso, tal vez eso, precisamente lo que más debe molestarle. La sana alegría de fumar tranquilamente un cigarro entre el caos del mundo.

Fumar es, siempre, un placer, pero –como demuestra nuestra anónima protagonista- un acto (y más aún en estos tiempos que en aquellos) de resistencia. Frente a la estupidez, frente a las barreras, frente a todo aquello que se impone frente a nuestra común humanidad, hay algo que oponer siempre. La libertad de un cigarro bien merecido y bien fumado.

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