viernes. 19.04.2024
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GUÍA DE LECTURA

‘Cómo me deshice de quinientos libros’, de Monterroso

Jaime Panqueva

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‘Cómo me deshice de quinientos libros’, de Monterroso
‘Cómo me deshice de quinientos libros’, de Monterroso

Son tiempos de mudanza y mientras se vacían los anaqueles y llenan con el mismo ritmo las cajas de cartón traídas del supermercado, uno no sabe si el proceso más sabio para evitar este acto tan penoso y tardado consiste en rociar querosene y encender un cerillo.

Entonce, pienso que en los libros, como decía Ricardo de Bury, ha fijado su tabernáculo la sabiduría, “Allí, quienquiera que te busque, te encuentra y te posee, y tú respondes tanto más prontamente cuanto más ardor se te solicita.” Claro, por esas épocas los libros eran pocos y quiero imaginar que mucho más sesudos que los actuales… Y entonces, pienso en ese cruce entre el cuento y el ensayo donde Monterroso desea deshacerse de 500 libros y que, tras inventario de por medio, terminaron reducidos a sólo 20, o menos…

Y me parece un buen pretexto para evocarlo aquí y a su Cuentos, fábulas y lo demás es silencio (Alfaguara, 1996), cuando la microficción se vistió de largo y entró por la puerta grande a las editoriales grandotas (algo que no se ha repetido, creo).

Y  mientras las cajas inician su desfile hacia el camión de mudanza, evoco muy a propósito este párrafo del autor guatemalteco, y la idea del cerillo vuelve a rodar con más fuerza en mi cabeza:

“Un día está uno tranquilo leyendo en su casa cuando llega un amigo y le dice: ¡Cuántos libros tienes! Eso le suena a uno como si el amigo le dijera: ¡Qué inteligente eres!, y el mal está hecho. Lo demás ya se sabe. Se pone uno a contar los libros por cientos, luego por miles, y a sentirse cada vez más inteligente. Como a medida que pasan los años (a menos que se sea un verdadero infeliz idealista) uno cuenta con más posibilidades económicas, uno ha recorrido más librerías y, naturalmente, uno se ha convertido en escritor, uno posee tal cantidad de libros que ya no sólo eres inteligente, en el fondo eres un genio. Así es la vanidad esta de poseer muchos libros.”

Luego, al hacer las pilas de cajas y contemplar los libreros desnudos, piensa uno en la absoluta y bendita levedad del libro electrónico, que no sé si alcanzaría a disfrutar Monterroso, pero bueno ya el daño se hizo hace bastantes años y, al igual que las mascotas, resulta ya imposible deshacerse de los libros que lo van leyendo a uno, lo acompañan y se han convertido en “maestros que nos instruyen sin brutalidad, sin gritos ni cólera, sin remuneración. Si nos acercamos a ellos, jamás los encontramos dormidos; si les formulamos una cuestión, no nos ocultan sus ideas; si nos equivocamos, no nos dirigen reproches.”

Con humildad, desecho la idea del cerillo.

 

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