viernes. 19.04.2024
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La gran estafa

Chema Rosas

Star Wars
La gran estafa, foto: Star Wars
La gran estafa

La semana pasada fui estafado y, como tantas historias emocionantes, ocurrió mientras compraba víveres en el supermercado. Para los demás, seguro era un tipo pasmado en el pasillo de los cereales con cara de subnormal y la mirada perdida entre las caricaturas de las cajas, pero dentro de mi cabeza se libraba una épica batalla entre lo correcto y lo que realmente quería.

Mi cuerpo y economía aún resentían los excesos vacacionales -lo hinchado de mis lonjas en proporción inversa a la cartera-, por lo que lo correcto habría sido comprar un cereal barato, sin sabor y de presentación grande, para que durara por lo menos la quincena. Lo que realmente quería era la caja pequeña con cereal de chocolate con bombones y pedacitos de galleta que cuesta lo mismo que llenar el tanque de gasolina, pero trae un juguete de Star Wars. Como ambos argumentos contra mí mismo eran igual de convincentes, el cuerpo quedó en modo de ahorro de energía, mientras el cerebro debatía por varios minutos… blanco perfecto para un engañabobos en busca de un bobo para engañar.

Un hombre se me acercó y sonrió.  Tras de él venía su mujer con un bebé de esos que no están en brazos, pero tienen las piernas muy cortas para caminar (o para alcanzar una caja de cereal). Tocó mi hombro en estado catatónico, lo cual me sorprendió, y no sé qué cara habré puesto, que se encorvó y pidió disculpas suplicando que no lo fuera a golpear. Ya que salí de mi sorpresa le dije que no tenía de qué preocuparse, pues si bien mis puños están registrados como arma blanca, en realidad soy tan pacífico (y casi tan calvo) como esos monjes shaolines de las películas.

–Mire –me dijo –hasta estoy temblando de la pena que me da hacer lo que estoy a punto de hacer. Entonces me enseñó sus manos que, efectivamente estaban temblando. –Lo que pasa es que trabajo en una fábrica y hoy no me pagaron, que porque acabo de entrar, y por eso me descontaron todo para el fondo de ahorro.

Ahí viene a pedirme dinero, pensé.

–No vengo a pedirle dinero –adelantó como si leyera mi pensamiento.

–Nombre… no se me hubiera ocurrido –mentí descaradamente –pero, dígame, ¿qué se le ofrece?

Lo que pasa es que mi hijo está enfermo de reflujo y sólo puede tomar una fórmula pentatónica alquidálica con extra calcio anastigmático… y no ha comido. Por eso decidí entrar a este lugar, hablar con usted y ponerme en las manos de Dios.

Estaba tan confundido que por un segundo temí que el hombre me hubiera visto manos milagrosas y esperaba que curara al pequeño. Una vez que descarté esa opción por improbable, comprendí que lo que en realidad quería era que le comprara una lata de fórmula al pequeño. De todos modos, para evitar confusiones le pregunté si eso era lo que en realidad estaba pidiendo.

–Me da mucha pena, pero sí… uno como quiera, pero el chamaco…

Volteé a ver al niño, quien me sonrió y eso selló el trato. Sospechaba que habría algún truco, así que urdí un plan para asegurarme de que en realidad lo que quería era la comida para el chico.

–Vamos por una lata y se la compro –anuncié, mientras hacía cuentas en mi cabeza y recordaba el billete de emergencias que llevaba en la cartera.

Fuimos al área de bebés y efectivamente ahí estaba la lata de fórmula pentatónica alquidálica con extra calcio anastigmático. El señor me la alcanzó y la puse en el carrito. Cuando pasé junto al niño un aroma terrible invadió el ambiente… traté de ignorarlo, pero todo el camino hacia la caja el señor me decía cosas como “Los pañales pueden esperar, la comida no” y, además, insistía en llevar mi carrito, como compensación. Entonces antes de llegar a la caja cedí, le di completo el billete de emergencias y le dije que con eso le alcanzaba para la comida y alguna otra cosa, que yo no tenía hijos y que le deseaba lo mejor. La familia me bendijo hasta las llantas del carrito y se fueron contentos.

Hasta ahí me sentí bien conmigo mismo y estaba tan de buenas que decidí comprar el cereal de chocolate con juguete de Star Wars. El desencanto llegó cuando me dirigía a pagar y encontré la lata de fórmula pentatónica alquidálica con extra calcio anastigmático abandonada sobre unas Chips verdes en la fila de la caja rápida. Y pasaron varias cosas al mismo tiempo:

Imaginé al hombre comprando botellas de Brandi Presidente, dos Big Colas y un flip top de cigarros Delicados.

Una parte de mí sintió que le habían dado un puñetazo emocional en el diafragma.

Otra tuvo la sensación de haber sido asaltado a plena luz del día en el pasillo de cereales.

Lo que al principio era de esas historias que vale la pena no contar a nadie para tener la satisfacción de haber hecho algo bueno por alguien de forma desinteresada, se convirtió en el tipo de anécdotas que cuentas en las reuniones cuando alguien habla de cómo lo llevaron al baile con la flor de la abundancia. Mi consuelo fue pensar que algo del billete para emergencias benefició al niño (aunque le dieran atole y tortillas en vez de la fórmula carísima de París), y darme cuenta de que todo el tiempo supe que me estaban engañando, pero decidí creer que había llegado a mí una genuina oportunidad de ser solidario. Recordé que prefiero eso al cinismo.

Al llegar a mi casa acomodé la despensa y abrí el cereal esperando encontrar el juguete de Star Wars y entonces me di cuenta de que había sido estafado.

El juguete no estaba.

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Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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