sábado. 20.04.2024
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El crush

Chema Rosas

Mi Pobre Angelito
Mi Pobre Angelito

Tras un grito desgarrador la pantalla se fue a negros y las bocinas descansaron en una pausa que yo ya conocía muy bien.

–¿Por qué está tan oscuro? –preguntó una voz.

Poco a poco una tenue luz amarilla reveló la palma de una mano que brilló lo suficiente para iluminar el rostro de Bastian Baltazar Box y ese otro rostro, el de la niña que sostenía la luz en la palma de la mano. Había visto la película millones de veces, pero esta ocasión hubo algo diferente. Por alguna razón mis ojos se conectaron con los de la niña más hermosa del planeta. En ese momento, enfundado en pijamas de Tortugas Ninja tuve la intuición de que algo no andaba bien y que después de ese momento mi vida no sería la misma: me había enamorado.

Después de aquella tarde, cada vez que veía la película mis antiguos héroes se convirtieron en rivales pedantes y empecé a desear que Atreyu se hundiera en el pantano de la tristeza y que el Señor Koreander dejara al ñoño de Bastian con los matones y dejara el libro en mis manos; yo rescataría a Artax y le daría un nuevo nombre a la emperatriz y la defendería de todo con habilidad ninja y mis chacos de Miguel Ángel. Comencé a pasar los recreos con un hueco en el estómago y, mientras mis compañeros de la primaria eran felices jugando futbol, yo sufría el tormento que sólo comprenden los que tienen ocho años de edad y se han enamorado de la Emperatriz Infantil.

No confesé a nadie mis sentimientos, especialmente porque no tenía idea de qué hacer con eso, cómo se llamaba o para qué servía, pero poco a poco logré superarla (que, por más linda, la verdad se la pasaba llorando y su tono de voz llegaba a ser molesto) y me olvidé por completo de ella cuando vi a Vada Sultenfuss en Mi primer beso, aunque tuviera que ser testigo una y otra vez su primer ósculo con el güero de Mi Pobre Angelito antes de que las abejas le dieran su merecido por mequetrefe.

Me gustaría decir que con el paso del tiempo he madurado y que eso de enamorarse se ha vuelto más sencillo, pero ha ocurrido todo lo contrario. Claro que, en algún momento, dejé de sentir mariposas en el estómago por personajes de la televisión, pero las cosas empeoraron cuando las féminas de carne y hueso comenzaron a provocar que mi cara lechosa se transformara en un jitomate y me dieran ganas de salir corriendo de mi propio cuerpo y no regresar jamás. Ese fenómeno es popularmente conocido como “flechazo” en alusión a que es el momento en que la flecha disparada por Cupido atraviesa nuestro corazón. Por si esa imagen no fuera suficientemente dolorosa, la cultura adolescente la ha rebautizado con el término “crush”. A riesgo de que este espacio se convierta en una sección de revista de tests adolescentes (¿aún existen?) intentaré explicar el asunto.

Crush en inglés es un verbo que en español podría traducirse como aplastar, machacar, exprimir o hasta triturar. La jerga actual lo convierte en un sustantivo que hace ver al flechazo como algo inofensivo, pues el corazón ya no es perforado por la saeta certera de Cupido. No. La persona objeto de nuestro afecto se convierte en una cosa que aplasta, machaca, exprime y tritura. Las generaciones actuales tienen fama de ser hipersensibles y exageradas, pero me parece que en esta ocasión han acuñado un término más adecuado que el clásico pues sus posibles traducciones son también verbos que describen los principales aspectos del fenómeno de enamoramiento repentino:

Aplasta la concepción previa que teníamos de esa persona, si es que había alguna. El efecto aplastante también es perceptible en esa zona del cuerpo de la que sólo nos acordamos al tener gastritis.

Machaca la percepción objetiva de la realidad para hacer una especie de smoothie que sabe a producto milagroso de infomercial. Así, el crush se convierte en la cura a la soledad, a la mala toma de decisiones crónica y al pie de atleta.

Exprime cada kilovatio de la energía y capacidad cerebral que se tiene destinada para otras cosas, como estudiar, trabajar, erradicar el hambre del mundo o pensar coherentemente. En el peor de los casos es posible que los afectados respiren como idiotas y olviden algo tan básico como decirle al corazón que los latidos tienen que ser constantes.

También es capaz de triturar al afectado en formas más brutales que La Pasión de Mel Gibson. Desde chicos nos insisten con que debemos fijarnos a ambos lados de la calle antes de cruzar, pero no hay un programa de Plaza Sésamo que advierta sobre el dolor que provoca ver a un crush enamorarse de alguien más.

Lo curioso es que tanto el flechazo como el crush se refieren al enamoramiento repentino y hacen alusión directa al dolor que provoca; sin embargo, lo celebramos como algo dulce, deseable y color de rosa. Supongo que es porque en el fondo sabemos que hay que ser atravesados, aplastados, machacados, exprimidos y triturados porque es lo que nos hace sentir vivos y qué chiste llegar a la tumba intactos.

Como sea, prefiero darme un tiro con cupido que enfrentarme a un crush cualquier día de la semana.

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Chema Rosas
 (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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