viernes. 19.04.2024
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GUÍA DE LECTURA

Gallo que no canta, de Mauricio Miranda

Jaime Panqueva

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Gallo que no canta, de Mauricio Miranda
Gallo que no canta, de Mauricio Miranda

Algo trae en la garganta este libro de cuentos que sabe tejer con tanta calidad la vida cotidiana, tan plana y predecible, con la fantasía y las mentiras que son verdades. Que dibuja nuestro imaginario moderno y donde pueden surgir sirenas de los desagües o aves de corral alimentadas con hormonas y esteroides capaces de devorar niños a picotazos. La imaginación de Mauricio Miranda repasa su ciudad hilando cuentos bajo un aparente halo de realismo que en el momento menos pensado tuerce el rabo para sacudir al lector.

El relato que da nombre al volumen, explora las complicidades de la infancia, y la difusa línea entre la verdad y la mentira, cuando un niño decide participar en la producción de un gran gallo de pelea a costa de la desgracia de su familia. El tono del relato y la implacable acidez de su humor, lo hacen una gran pieza de la narrativa breve de nuestra región.

Las decepciones amorosas pueblan buena parte de libro donde los personajes son presas de situaciones tan cómicas como absurdas, en Sansón, Aire, Negocios del tercer mundo, y El ginecólogo, las expectativas traicionan hasta límites inesperados. Mientras Agua y Knorr Suiza nos presentan a seres capaces de superar las fronteras entre lo humano y lo bestial.  El calor, revisita la famosa cucaracha kafkiana, mientras Mi mayor delito fue quererte y Carrusel desarrollan el tema de la violencia entre parejas.

Se habla en la contraportada de Gallo que no canta (Ficticia, 2016) sobre el aporte de Rulfo e Ibargüengoitia en la narrativa de Miranda, pero a mi juicio la influencia más clara, por la fantasía inesperada, muchas veces disparatada y claramente urbana, proviene de los cuentos de Etgar Keret. Quien se asome a este libro recibirá una buena dosis de humor, pero también la invitación a revisar nuestra realidad, a repasar nuestras mentiras y sus consecuencias. Reímos, no a carcajada batiente, sino con un dejo de amargura que nos hace conscientes de nuestras crueles deficiencias.

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