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Libros 2018 [II]: Vivos, muertos y feminismo

Fernando Cuevas

 

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Tara Waestover
Libros 2018 [II]: Vivos, muertos y feminismo

Seguimos el recorrido por algunas de las páginas que alumbraron el año anterior. Nos tomamos algunas licencias con libros que llegaron en el 2018 aunque su inscripción diga 2017): asuntos de la industria y distribución editoriales.

Entre dos dimensiones vitales

Escrita por Eka Kurniawan (Tasikmalaya, Indonesia, 1975), La belleza de una herida (2017, Lumen, 2018) es una historia familiar que renace con la aparición de su protagonista, recién llegada del mundo de los muertos y en donde se contextuliza, con notable mezcla de fantasía y realismo social, la historia de una familia y los acontecimientos íntimos,  políticos y sociales que la definieron; en tanto, Jesmyn Ward (Misisipi, 1977) obtuvo el National Book Award con la novela La canción de los vivos y los muertos (2017; Sexto piso, 2018), en la que una familia interracial busca dialogar con quienes ya se fueron e integrarse en entre sí, transitando por pasajes de constantes pruebas emocionales: profunda y emotiva.

Armada ingeniosamente con destellos satíricos a partir de viñetas interconectadas a nivel global, Kentukis (Random Hosue, 2018) de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) funciona como una alegoría de los vínculos humanos que se establecen con las herramientas tecnológicas, vueltas aquí más fines que medios y corporeizadas por los personajes del titulo, que pueden cobrar formas distintas y se venden bien, aunque tengan estatus de ciudadanía: son invitados a la intimidad del hogar con todo lo que ello implica. Ahora somos huéspedes e invitados inesperados, complicando las relaciones humanas mediadas por las nuevas aplicaciones.

La gran escritora Rachel Cusk (Ontario, 1967) entregó Prestigio (Libros del Asteroide, 1968) a manera de conclusión de su íntima trilogía que confirma la importancia de las conversaciones casuales: una obra clave del año que confirma a su autora como una de las grandes escritoras de su generación. En tanto, Ania tiene que cumplir un encargo de su padre que al mismo tiempo puede ser liberador: despedir a un tío para lo cual hará un viaje de absoluto crecimiento. O no. Alejandra Costamagna (Santiago de Chile, 1970) entrega El sistema del tacto (Anagrama, 2018), saltando en tiempos y memorias alrededor de la protagonista, insertándonos en su periplo, recuerdos y pensamientos por más que nos resistamos.

Relaciones peligrosas

Un par de amigas desde la infancia que buscan ser bailarinas de ballet se conocen desde muy temprana edad: pero, como suele suceder, los obstáculos son múltiples, desde sociales y personales hasta familiares. La pluma privilegiada de Zadie Smih (Londres, 1975), desata los cordones de las zapatillas y nos pone a pensar, reír y reflexionar en Tiempos de Zwing (2016; Salmandra, 2017), mientras que Kamila Shamsie (Karachoi, Pakistán, 1973) escribió, en absoluta pertinencia en los tiempos que corren, Los desterrados (2017, Malpaso, 2018), en la que una familia sigue atrapada entre sus propias convicciones que representan las crisis entre la intención totalizadora de occidente y los grupos terroristas de oriente.

María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1974) escribió descarnadamente a través de su Pelea de gallos (Páginas de espuma, 2018), un vívido retrato de los que sucede cuando la puerta se cierra en una casa, con todo y la indefensión que ello implica; por su parte, Wendy Guerra (La Habana, 1970) recupera la historia de Adrián Falcón (seudónimo) en El mercenario que coleccionaba obras de arte (Alfaguara, 2017), personaje singular que transitó entre la guerrilla latinoamericana y el espionaje estadounidense: acá el retrato es más personal que político, como para acercarse a un hombre escurridizo que parecía estar en todas partes, sin tomar parte, valga la redundancia.

En la ágil Cara de pan (Anagrama, 2018), Sara Mesa (Madrid, 1976), establece una relación tan extraña como entrañable: una adolescentes que se va de pinta de la escuela y un hombre que va al parque para observar los pájaros. Si bien todo puede suceder, el vínculo entre ambos termina por ser enternecedor. Martine Desjardins (Montréal, 1957) nos entrega un delicioso relato costumbrista en La cámara verde (2016, Impedimenta, 2018), retrato de una familia más o menos críptica y llena de secretos a la que llega una inquilina que invadirá incluso los misterios mejor guardados: novela del siglo  XXI con la gracia y picaresca del XIX.

Alma Delia Murillo (Ciudad de México, 1979) explora la amista de tres niños, recordando la obra maestra Nunca me abandones de Ishiguro, que se expande con soltura hasta la etapa adulta de los personajes, cargando muertes, fantasías, esperanzas y culpas: escritura limpia y personajes entrañables, tanto adultos como pequeños que inevitablemente podrías ser tú que estallan en El niño que fuimos (Alfaguara, 2018), cuestionando que siempre infancia sea destino; por su parte Cristina Morales (Granada, 1985) entregó Lectura fácil (2017; Anagrama, 2018), ganadora del premio Herralde de Novela y en donde las cuatro protagonistas encarnan un feminismo a prueba de patriarcados y superando sus propias limitaciones, sin dejar pie con bola en una Barcelona con vientos de cambio.

Otra mujer que se rebeló fue Tara Waestover (Idaho (1986), quien decidió escaparse de su entorno familiar para ir a la escuela, “travesura” que cuenta en Una educación (Lumen, 2018): no es gran literatura pero que parea efectos de quien esto escribe resulta relevante. En este sentido, se rescata El prado de Rosinka (1974, Impedimenta, 2018), otro experimento familiar para vivir en el bosque, lejos del mundanal ruido, escrito por Gudrun Pausewang (pseudónimo de Gudrun Wilcke, Alemania, 1928). Julie Buntin (Michigan) escribió Marlena, una amistad peligrosa (2017; Seix Barral, 2018), en donde consigue plantear el conflicto que genera la adolescencia a partir de un vínculo intenso y conflictivo.

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