viernes. 19.04.2024
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El cuento de Hugo Alonso

Néstor Pompeyo Granja J.

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El cuento de Hugo Alonso
El cuento de Hugo Alonso

“Este es el cuento de Hugo Alonso”, fue lo primero que escribí. Grave error. Debí tener más cuidado con la manera en que empleé la preposición “de”, pues Hugo Alonso inmediatamente interpretó aquella frase a su conveniencia. No llevaba ni la mitad del cuento escrito, cuando de pronto mi astuto personaje me reprochó amargamente, desde el papel bond, que no le estaba gustando la historia. Un poco molesto, argumenté que aquella era mi historia, y que por lo tanto yo podía hacer con ella lo que quisiera. Entonces fue que el curioso personajillo me hizo darme cuenta de lo que había yo escrito.

 

— “Este es el cuento de Hugo Alonso”, has dicho.

— Cierto. Con esa frase da inicio la historia.

— Bien. Pues yo soy Hugo Alonso, así que este cuento me pertenece. Yo decido qué se hace con él.

— Te equivocas — protesté. No eres más que un personaje dentro de mi historia. ¿Cómo podrías tener dominio alguno sobre la entidad que te dio origen?

— ¿Origen? — chilló, el muy cínico. Eso es muy arrogante de tu parte, ¿sabes? no le das origen a nada, gran tonto. Nosotros estamos en todas partes. Los poemas, los cuentos, los personajes, las historias… acaso elegimos, de vez en vez, a algún iluso humano como vehículo para cobrar forma escrita, pero nada más. no me creaste: yo te elegí para traerme al mundo, pero veo que no puedes con esa sencilla tarea.

Me quedé callado. Estaba confundido y parecía que Hugo Alonso tenía razón en sus palabras; y en última instancia, yo no tenía objeción en escuchar sus sugerencias para el cuento, pero… ¿y si no me gustaba el giro que quisiera darle? Era una situación compleja. En eso me encontraba, cuando la malhumorada voz de Hugo Alonso interrumpió mis reflexiones:

— Lo primero que voy a hacer es eliminar tanta palabrajería innecesaria. Tus cuentos deberían ser sencillos, concretos. Y tú deberías aprender a ir directo al grano, sin perderte en detalles. No sé si así escribes siempre y sinceramente, no me interesa; pero este es mi cuento y no voy a permitir que lo llenes de descripciones largas y sin sentido. Además, ni siquiera son buenas descripciones: son aburridas, y su redacción es increíblemente confusa, sin mencionar que toda la historia se siente forzada.  Falsa. Nada bueno puede surgir cuando se fuerzan las cosas. Eso deberías saberlo. Yo no sé quién te dijo que puedes ser escritor.

 

Otra vez me quedé callado. Esas palabras me cayeron como cien cuchillos en la espalda. ¿Y si tenía razón? ¿Cómo podía yo esperar que alguien se interesara en mis textos, cuando el propio protagonista estaba confundido respecto a la descripción que yo hacía de su situación? Ya no sabía qué pensar. El silencio de Hugo Alonso claramente demandaba una respuesta de mi parte, así que me atreví a preguntar:

 

— ¿Y qué sugieres?

— Muy bien. Vamos a ver. Primeramente, quiero que borres este último enunciado.

¡Borrar! Con que esa era la solución: borrar. Pensé en borrar la frase “Este es el cuento de Hugo Alonso”, para redactarla de otro modo, uno que no tuviera consecuencias tan molestas; pero supe que eso no sería suficiente. Mi personaje me había confrontado con mi propia manera de escribir, y ya no me encontraba satisfecho con el cuento en curso. Borrar a Hugo Alonso no era la solución, y además era una actitud cobarde e injusta. Tenía que enfrentar las consecuencias de mis actos, así que decidí hacer lo que Hugo Alonso sugería.

— De acuerdo — respondí. Borraré el último enunciado.

— No. Espera. Tengo una idea mejor — dijo él. Borra todo lo que llevas escrito y deja sólo la frase inicial. Si este es mi cuento, yo decido cómo lo construyo.

Así lo hice. Y me encontré entonces sentado frente a una hoja en blanco, excepto por siete palabras que no dejaban de observarme desde la esquina superior izquierda de la hoja: “Este es el cuento de Hugo Alonso”.

— Listo. Ahí lo tienes — le dije.

— ¡Perfecto! — gritó con entusiasmo. Ahora sí, ¡este es mi cuento!

— Tú lo has dicho. Haz con él lo que quieras.

— Lo haré. Muchas gracias.

— De nada.

 

Tomé la hoja y la guardé en el último cajón de mi escritorio. Abrí el archivero a mi izquierda y saqué otro papel, completamente en blanco. Quise escribir una nueva historia, pero no supe de qué modo empezar. Sólo sabía que en adelante tendría que ser mucho más cauteloso con mi redacción. Recordé las palabras de Hugo Alonso acerca de no forzar las historias, y entonces decidí que no estaba preparado aún. Rompí la hoja en blanco, la tiré al cesto y me fui a dormir. Esa noche tuve curiosidad por ir a revisar el último cajón del escritorio. Aún hoy, tengo curiosidad por saber qué hizo Hugo Alonso con su cuento, pero desde ese día no he vuelto a abrir el cajón.

 

Después de todo, eso no es asunto mío.

 

Néstor Pompeyo Granja J.

 


 

 

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Néstor Pompeyo Granja
(San Luis Potosí, 1984) es psicólogo de profesión, apicultor y apóstol por convicción. Labora en el ámbito de la educación universitaria y ejerce la psicoterapia. Tímido escribidor y hacedor de canciones. Cree fervientemente en la música, en los adolescentes y, por sobre todas las cosas, en Arthur Rimbaud. Está convencido de que la Tierra es hueca.

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