Es lo Cotidiano

La Hora Marcada: Zapatillas rojas

Chema Rosas

Clipboard02
La Hora Marcada
La Hora Marcada: Zapatillas rojas

Cuando era niño tenía prohibido ver televisión y películas de terror; eso significaba que gran parte de mi infancia la pasé viendo programas de terror a escondidas con mis hermanos… Por el contrario, los libros eran algo que podía disfrutar cuando quisiera… Ahora que no estoy tan seguro de que los libros –aunque fueran clásicos para niños– hayan sido menos terroríficos que cualquier episodio de La Hora Marcada.

Por ejemplo, hace unos días tomé de la biblioteca un ejemplar de cuentos escogidos de Hans Christian Andersen, un genio de la narrativa que mezcla la recalcitrante moral protestante del siglo XIX con la perversidad de los genios y la crueldad que se consigue naciendo en el barrio. En la antología estaba Pulgarcita, La Sirenita, El traje nuevo del Emperador, La Reina de las nieves y un cuento especialmente moralista, perverso, cruel y genial que me causó fascinación y pesadillas cuando era niño. Se llama Las Zapatillas Rojas y va más o menos así:

Érase una vez una niña llamada Karen. Era hermosa y delicada y además era tan pobre que no tenía zapatos y tenía que andar descalza por todos lados. Un día le regalaron unos zapatos hechos de retazos de tela, y se hubiera puesto muy contenta si no hubiera tenido que estrenarlos en el funeral de su mamá. Al verla en la caminar atrás del ataúd, una anciana millonaria y sola la rescató cual felino callejero, pero afortunadamente en vez de esterilizarla sólo la desparasitó, le compró zapatos y ropa y la inscribió en la escuela.

Pasó el tiempo y Karen era feliz. Aprendió a leer, a coser y a hacer todas esas cosas que hacían las niñas buenas de la época, entre ellas ir al catecismo y prepararse para su primera comunión. Como el gran evento se acercaba fue con su nueva abuela a la zapatería donde se enamoró de un par de zapatillas rojas, igualitas a las que un día le vio a la princesa, y pensó que no podría volver a ser feliz hasta que fueran suyas. Cuando le dijeron que no podía usar zapatos rojos en la iglesia se puso muy triste y enojada. Tan triste y enojada que vio al zapatero con ojos de maldición gitana, tuvo una plática muy seria con su abuela adoptiva y salió de ahí con un reluciente par de zapatos rojos.

Se calzó los relucientes cacles nuevos justo antes de entrar a la iglesia, y mientras andaba por el pasillo notó que todos la veían por lo llamativo de sus zapatos y se sintió feliz y orgullosa. Tan feliz y orgullosa que olvidó los rezos y los cantos y la verdadera razón por la que estaba ahí. En vez de pensar en su primera comunión se puso a presumir y ahí fue cuando las cosas se complicaron.

De la nada sus zapatos comenzaron a bailar, y como estaban en sus pies ella bailaba con ellos. Por más que intentó detenerse no pudo, y una vez que hizo pasos de tap frente al altar, salió haciendo lambada por la puerta de la iglesia y marchó con un twist hasta el pueblo. Así pasaron días con sus noches. No había género musical que sus zapatos no bailaran ni fuerza que los detuviera. Intentó quitárselos, pero cada vez que trataba, sólo se apretaban más y bailaba más fuerte y sospechó que de seguir así moriría de agotamiento y su cadáver seguiría bailando por toda la eternidad. Para acabarla de amolar, su abuela adoptiva murió de pena y ella tuvo que seguir la procesión fúnebre haciendo el can can.

Entonces supo lo que tenía que hacer: bailó cha cha cha hasta casa del verdugo y le pidió que le cortara los pies. El hombre sombrío la vio tan desesperada que aceptó, y una vez que el hacha cortó limpiamente los pies de la niña, los zapatos fueron haciendo una polka sangrienta que salpicó buena parte del bosque. Finalmente la pequeña hizo una maniobra que ni Chuck Norris en película de zombis hubiera logrado: besó agradecida las manos del verdugo y detuvo la hemorragia de sus muñones con jirones de su vestido, se hizo muletas con leña del bosque y como pudo llegó al pueblo para ponerse al servicio del párroco.

Pasó mucho tiempo trabajando sin paga para ayudar a quien lo necesitara, comió lo que le regalaban y volvió a encontrar la tranquilidad que había perdido. Un día por fin se mostró suficientemente arrepentida, así que un ángel la teletransportó a una banca de la iglesia, donde la pequeña se sintió tan feliz que su corazón explotó y se murió.

Tal vez habría crecido con menos pesadillas si me hubieran prohibido leer y me dejaran ver tele todo el día, pero gracias a la niña de los zapatos rojos aprendí que:

  • A veces las cosas que deseamos no siempre son las que necesitamos
  • Lo que se consigue por capricho rara vez satisface.
  • Las mujeres en las bodas se portan como Karen, pero en vez de pedir al verdugo que corte sus pies, besan la mano de quien les da pantuflas.
  • Hay que desconfiar en los ángeles.
  • Si no eres feliz sin zapatos, difícilmente lo serás con ellos.

Como sea, prefiero encontrarme con La Dama de Negro que con una procesión fúnebre seguida por los pies de Karen que aún no pueden dejar de bailar.

[email protected]

Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

[Ir a la portada de Tachas 307]