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La mirada de Valentina

Chema Rosas

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La mirada de Valentina
La mirada de Valentina

Hace unos días estaba acomodando libros en la biblioteca cuando sentí un escalofrío en la espalda. La sensación fue muy parecida a la que provoca la mirada de mi abuela cuando estoy lavando trastes en casa de mis padres y enjuago mal un plato. Giré de inmediato con la sensación de haber hecho algo mal y esperaba encontrar a Doña Teresa… pero en su lugar encontré a una pequeña de alrededor de seis años cuyos ojos me apuntaban directamente con el equivalente no verbal de un Avada Kedabra.

Un tanto desconcertado y con voz temblorosa le pregunté que qué ocurría. Por la forma en que me veía creí que sin darme cuenta había dicho la verdad respecto a los Reyes Magos —que son orientales y por eso todos los juguetes que recibe tienen etiqueta de hecho en China-, que había asesinado a su amiga imaginaria o que me había comido a sus papás. Ella no respondió y se limitó a mantener sus brazos cruzados y la frigorífica mirada.

—Valentina… —creí que llamarla por su nombre rompería la tensión un instante. —¿Te hice algo? —alcancé a decir con la boca seca.

—¡No! —respondió por fin la pequeña, meneó la cabeza y sus dos coletas rubias hicieron un movimiento chistoso, pero valoro mi vida, así que no reí.

—¿Entonces?

—Estoy triste y enojada. Tengo que hablar muy seriamente con mi papá. Hoy en la tarde quedé de ir a casa de mi amiga a jugar.

Sabía que las tres aseveraciones tenían relación entre sí, pero tales conexiones escapaban a mi comprensión. Intrigado ahora decidí ver a dónde llevaba todo aquello así que pregunté:

—¿Y eso es algo malo?

Su expresión cambió de glaciar a una mezcla de ira incandescente mezclada con la incredulidad de que fuera yo tan cabeza dura como para no reconocer un problema tan evidente. Finalmente decidió apiadarse de mí y explicó:

—¡Que también quieren que vaya a casa de mis primos a jugar!

—Ok… y… ¿Y no te caen bien tus primos? —me aventuré a decir sin detenerme a pensar lo absurdo de mi pregunta y lo alejado que estaba de entender la situación.

—¡Osh! ¡Claro que sí! Por eso estoy muy triste y enojada y tengo que hablar muy seriamente con mi papá.

Tras decir esto, Valentina se fue con los brazos cruzados y dando pisotones al pasto artificial de la biblioteca. Interpreté eso como el fin de nuestra conversación y me quedé ahí confundido y con cara de pelmazo que traté de disimular mientras regresaba a la tarea de intercalar libros en el área infantil. Un rato después mi alma decidió que era seguro regresar al cuerpo y una vez completo repasé la situación y llegué a las siguientes conclusiones:

  1. Tengo el cráneo demasiado grueso como para entender la situación. Tal vez de deba a que es muy pequeña y por lo tanto su inteligencia está muy por encima de la mía o que mi incapacidad se deba a una cuestión de género. Como sea decidí aceptarlo como una de esas cosas incomprensibles que simplemente ocurren, como cuando la llave se atora en la argolla del llavero como por arte de magia dentro del bolsillo.
  2. Aunque yo no tenía que ver con ninguna de las razones de su enojo, Valentina decidió descargar parte de su furia en mí. Probablemente estaba practicando cómo usar el lado oscuro de la fuerza para después usarla contra su padre y me recordó a Kylo Ren. ¿Debería preocuparme por ella? ¿o por su padre?
  3. Lo verdaderamente impresionante de todo esto fue la manera en la que una pequeña de seis años pudo causarme un escalofrío incluso antes de que me percatara de su presencia. No es la primera vez que me ocurre, pero yo creía que esa mirada sólo la obtenían las madres, abuelas y algunas maestras después de años de entrenamiento y tras una iniciación mística en la cofradía de la mirada del fin de los tiempos. Que una pequeña haya logrado el mismo efecto en sólo seis años de vida me hace pensar que es un asunto de poderes mutantes o que ella es un caso especial, como el Neo en la Matrix de las miradas matonas.
  4. No me acostumbro a la idea de que una niña de seis años convoque a su padre para tener una plática muy seria. Cuando yo era niño solía estar del otro lado de la plática seria, y casi siempre terminaba en chanclazo o sentencia a cumplir por alguna burrada cometida.
  5. Seguí acomodando libros, pero la preocupación no me dejaba concentrarme. Si los ojos son la ventana del alma… ¿debía llamar a sus padres y recomendarles un exorcismo? Si iba a llegar a su casa con ese enojo a regañar a su papá ¿debía avisarle para que se mudara de ciudad? ¿Esa es la forma como se relacionan ahora padres e hijos? ¿Por qué la gente sigue reproduciéndose entonces?

Entonces caminé a la entrada de la biblioteca y encontré a valentina leyendo en un sillón. Cuando pasé junto a ella levantó la cabeza y me mostró los ojos más hermosos y sonrientes que había visto en la biblioteca.

—¿Y ahora? —le pregunté, confundido y empalagado de ternura. —¿Ya hablaste con tu papá? ¿Ya no estás enojada?

Su sonrisa hizo una curva extra, de esas que delatan burla.

— ¡Ah, no!  Ya pasó, sólo te estaba molestando. Oye, ¿tienes libros con perritos?

Me ofendí un poco, pero fue más alivio de sentir cómo se restauraba mi fe en la humanidad. Aunque los niños de ahora parezcan tiranos y malvados, en realidad lo único que quieren es divertirse con juegos mentales y ver fotos de cachorros.

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Chema Rosas (Ciudad de México, 1984) es bibliotecario, guionista, columnista, ermitaño y papa-de-sofá, acérrimo de Dr. Who y, por si fuese poco, autoestopista galáctico. Hace poco incursionó también en la comedia.

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