Es lo Cotidiano

MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO

Tiempo de “amor”

Filiberto García

Tiempo de “amor”

Siempre pensé que mi país era hostil, amargo en su trato, violento con los que miraban a los ojos fijamente. Creí que el vino era el único que abría los corazones y permitía a un hombre expresar sus sentimientos, que el tequila despertaba la generosidad y el brandy era una especie de sustancia que destrababa la lengua para decir las verdades más crudas. Lo pensé hasta que conocí las campañas electorales. Lo pensé porque jamás vi tanta bondad ni amor al prójimo como en esos momentos.

El milagro ocurre, el ciudadano promedio adquiere un resplandor irresistible, los candidatos lo buscan como joya oculta entre el fango, sin importarles que sus manos se llenen de lodo y en ocasiones de mierda. El ciudadano promedio deja de ser un estorbo, un parásito que consume el recurso de los programas sociales, es algo más, un ser humano que tiene el privilegio de que alguien con educación y dinero entre a su vivienda humeada por el boiler de leña, es un acto en el que los niños con zapatos rotos portan una bandera tricolor, azul o amarilla y hasta reciben juguetes de los extraños sin que sea temporada navideña.

La campaña es un espacio en el que se presencia la abolición de clases, comparten la mesa el hambriento y el saciado, el burócrata y el que no deja de pedirle a los santos que mañana salga una “libre” para malcomer, para llevar el “chivo” a la casa. La campaña política es el espacio en donde todos se tienden la mano de manera cordial y con amor se estrechan en un abrazo sonoro que demuestra sinceridad, porque al fin de cuentas todo ciudadano promedio tiene la esperanza de que esos hombres que descendieron de la comodidad de su Olimpo se acuerden de ellos cuando vuelven a sus lugares privilegiados y les den una chambita modesta, pero con un sueldito quincenal, seguro para sentirse un poco menos preocupados.

Entonces las colonias polvorientas se mojan y huelen a tierra húmeda, como las veces que llueve delicadamente, sin formar charcos ni lodo, como si un rocío asentara la tierra para que nadie se ensucie. Entonces el sonido de los grillos al caer la noche es opacado por el tamborazo o por un equipo de sonido que ambienta el lugar. La música contrasta con las casas viejas, la luz ilumina aquel paraje que carece de alumbrado público. La buena noticia es que ahora sí habrá progreso, porque ya lo prometió el candidato y alguien tan fino, tan buena persona, tan bien parecido no puede mentir, eso es para los desarrapados, los que no tienen para comprarse un par de zapatos o una ropa decente, los que tienen facciones de indígenas olvidados.

En tiempos electorales el cristianismo es un juego de niños, la mejilla se pone setenta veces siete a quien los humilla y los deudores perdonan toda ofensa, los involucrados en el partido, aquellos que aspiran a un puesto decente si llegaran a ganar las elecciones, dejan su casa, abandonan a su padre y a su madre y salen a predicar desinteresadamente la palabra de salvación, porque el nuevo candidato no es como los otros, éste sí es el elegido, el que librará al pueblo del yugo insoportable de la pobreza. Los nuevos apóstoles lo entregan todo, fuerzas, tiempo, dinero todo a favor de los demás; una despensa, un termo, una gallina, unos tenis, útiles escolares, cómo ha estado vecina, buenos días le de Dios… todo, todo por un pueblo hambriento que ocupa la caridad de sus hermanos.

El tiempo del amor ha terminado, las elecciones de nuevo dan la razón popular a uno de los candidatos, las personas vuelven a ser una carga para los programas de asistencias social, las calles se quedad a oscuras, los grillos adornan el ambiente con su canto sin el estruendo de la tambora… Las personas con su mansedumbre gatuna se resignan a ser olvidados, se hacen a la idea de que ese político no los recibirá ahora que está en palacio de gobierno, comienzan a entender que nunca volverán a estrecharle la mano. Se vuelven a sus casas y esperan con paciencia hasta las próximas elecciones, tiempo en que el amor vuelva a derramarse sobre esta tierra hostil, el ciudadano promedio perdonará sin resentimiento las mentiras que han sido contadas una y otra vez. El político tendrá que descender a la tierra olvidada para redimir sus culpas el próximo sexenio.