martes. 16.04.2024
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Rompiendo la vejez

Fernando Cuevas

 

06 m
Ilustración por Miguel Gylmar Meza
Rompiendo la vejez

Un par de íconos del cine estadounidense, actores de origen entrados al terreno de la dirección, y un intérprete excepcional, paradójicamente dirigido por un sólido actor de reparto, coinciden en sendas películas desarrollando sus capacidades intactas, tanto actorales como desde el punto de vista de los personajes que interpretan: no son falsos héroes ni mucho menos, sino hombres de carne y hueso que se han equivocado y siguen errando, lidiando con su soledad y sus manías, cada vez más acentuadas.

Al final, sabemos que todos nos vamos y ellos saben que la despedida está cerca, confirmando que a menos tiempo más vivencias. Sus necedades y transformaciones cohabitan en sus acciones y las acendradas costumbres se niegan a desaparecer del todo, no obstante los vientos de cambio: como sea, buscan adaptarse y recurrir a algunas estrategias distintas que les permitan seguir adelante, dada su resistencia a considerarse derrotados. Viejos que pisan fuerte y se muestran convencidos de lo que son y, en todo caso, de lo que habría que cambiar.

Manteniendo la soledad

El gran actor Harry Dean Stanton, quien trabajó con Pekinpah, Coppola, Wenders, Scorsese, Scott, Darabont y profusamente con Lynch –quien participa en la película cual homenaje a uno de sus intérpretes favoritos- nos regala una última brillante actuación (falleció en el 2017), cargada de notas sobre sí mismo y su carrera, en la reflexiva Lucky (2017), encarnando a un anciano solitario, que no solo, recordando su memorable papel en París, Texas (Wenders, 1984); ahora disfruta de una envidiable salud para su edad y se entrega a sus rutinas de yoga, bloody mary, crucigramas, programas de concursos, leche con café, grito dirigido a un burdel y fumador ajeno al cáncer, que lo mantienen a flote en un poblado desértico.

Dirigida con sensibilidad y toques de humor por John Carroll Lynch debutando tras de cámaras, la cinta se desarrolla a partir de las idas y vueltas del protagónico, en las que se topa con diversos personajes como el amigo que extravió a su tortuga (David Lynch); el compañero de barra rehaciendo su vida a partir del amor; el amable y paciente cantinero; el médico sorprendido de la buena suerte de su paciente (Ed Begley jr.); el joven abogado, primero despreciado (Ron Livingston); la mujer de la tienda (Ana Mercedes) que lo invita al cumpleaños de su hijo con mariachi sensible; el veterano de guerra con el que comparte recuerdos (Tom Skerritt); el dueño del restaurante (Barry Shabak Henry) y la mesera haciendo buena compañía (Yvonne Huff), con Liberace como animador principal.

Llegará el momento de ajustar la hora en el reloj parpadeante para escaparse de la pesadilla y, entrados en gastos, transitar por la oscuridad con Johnny Cash como compañía y con el ruiseñor como símbolo de libertad, también alcanzada por la segura y parsimoniosa tortuga que abre y cierra el relato, construido a partir de elocuentes planos abiertos que se insertan entre los detalles de la cotidianidad, los vuelcos inesperados, los intercambios interpersonales y la relación con el ambiente natural. Sabemos que todo se va a ir pero nos queda la sonrisa y acaso ese cactus que parece eterno.

Cambiando cultivos

Dirigida e interpretada por el casi nonagenario Clint Eastwood, leyenda viva aún con ánimos de seguir haciendo cine, La Mula (EU, 2019) sigue a un anciano veterano de la guerra de Corea dedicado a la horticultura con problemas económicos, que decide fungir como chofer de carga para un cartel mexicano con ramificaciones diversas por el territorio estadounidense. El filme se basa en un caso real descrito en un reportaje publicado en el New York Times de Sam Dolnik y se plantea bajo la premisa del hombre común insertándose en un peligroso e inestable ambiente criminal: ahora tendrá que cuidarse de sus patrones, con todo y sus pugnas internas, y de las fuerzas del orden que siguen la pista de las actividades de distribución de droga.

Con su habitual oficio para la narrativa visual, Eastwood despliega el particular e inesperado relato de este hombre con equilibrada combinación de acción, tensión, humor y drama, integrando sus conflictivos vínculos familiares que se ven aún más complicados a partir de su nueva actividad; la edición permite transitar de los planes persecutorios a la repartición de los cargamentos, así como de los momentos en los que surgen las dificultades con su entorno cercano. Con un reparto que incluye a Dianne Wiest como la paciente esposa; Taissa Farmiga como la nieta decepcionada; Fishburne, Peña y Cooper como los agentes al acecho y Andy García, como el jefe mafioso, el viejo Clint se mueve como pez en el agua o, más bien, como mula en carretera.

Conservando el oficio

Robert Redford anunció que sería su última interpretación: encarna a Un caballero y su revólver (EU, 2018), filme que retoma un artículo del New Yorker en el que se narra la vida de un legendario asaltabancos y escapista de prisiones que siempre guardaba las formas a la hora de cometer sus fechorías, en compañía de sus dos experimentados secuaces (Danny Glover y el aguardientoso Tom Waits, ambos compartiendo perspectivas y anécdotas). De manera amable y sin mostrar más arma que su encanto, este ladrón de la vieja guardia anunciaba que se trataba de un asalto y tanto cajeras como gerentes quedaban como en un estado de trance y procedían a entregar el dinero.

Dirigida y escrita por David Lowery (Historia de fantasmas, 2017) con bienvenida reverencia hacia el personaje y, sobre todo, hacia el actor, la cinta consigue transmitir con buena dinámica, gracias a una edición versátil, la vida de este hombre que se enriquece de manera notable cuando conoce a una mujer con la que terminaría formando pareja (encantadora Sissy Spacek), mientras es perseguido por un agente (Casey Affleck, actuando como Casey Affleck), que termina de alguna manera reconociendo la pericia de Forrest Tucker, el educado delincuente, si cabe el elogio, que todavía era posible en aquellos años. En los tiempos que corren, hasta los asaltantes han perdido las formas elementales de cortesía.

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