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CUENTO

Sentencias de la abuela

Jorge Luis Flores

05 Jorge Flores
Sentencias de la abuela
Sentencias de la abuela

Agustina estaba que se la llevaba el demonio porque hacía ya media hora que se habían llevado a Marquitos y nomás no salía ni el doctor ni la enfermera para decirle cómo estaba, qué le pasaba, ni nada. ¿Qué andaría buscándose el mocoso para que le pasara eso?, ¿Cómo era que no le paraba la hemorragia?, ¿Cuántas veces le había dicho su abuelita que no anduviera haciendo eso?

Y adentro, mientras lo atendían, Marquitos, más blanco que la bata del doctor y al borde del desmayo, recordaba los cientos de miles de veces que su abuelita, bien ciega para todo excepto para enhebrar agujas y para detectar travesuras, cachándolo con el dedo bien adentro de sus fosas nasales, sentenciaba:

—¡Ya déjese ahí muchachito! Un día de estos no le va a parar de salir la sangre.

¿Quién se iba a creer eso? Cuántos de sus compañeritos no dedicaban largos ratos a buscar tesoros enterrados al sur del cerebro, cuántos niños en la historia no serían comprometidos espeleólogos de las cavernas narinas y nunca había tenido noticia de uno que muriera desangrado.

Leyendas de abuelitas, sólo eso. Pues ¡sorpresa! que a media clase de english y a la mitad de una exploración sintió la hemoglobina subir como lava a la superficie terrestre y sin poder hacer nada: la erupción, el manchadero, la playerita nueva, el cuaderno y que Luisito trae papel y que más y que no se acaba y que esto y el otro y la sangre saliendo a borbotones. Y señorita Tere esto es demasiado ¿y la enfermera?, hoy no vino y que hay que llamar a los papás y mandarlo a un hospital que este niño aquí se nos muere y que no puede ser y que qué infierno y ¡Ay señora Agustina! no sabemos que pasó, de repente le agarró este sangradero, y pues al sanatorio y a emergencias y que ya perdió bastante y espérese aquí señora que todo va a estar bien y las luces en la cara y el conocimiento que se empieza a perder y el doctor y la enfermera, Marquitos no te nos vayas; y ya los ojos perdidos y la imagen clara de la abuelita tejiendo sus chambritas, mirándolo directo al alma desnuda y el “te lo dije” tras los lentes y la promesa firme y sincera de que ya no abuelita, ya no, de verdad.

Casi cuarenta y cinco minutos después salió el doctor y le dijo a la pobre de Agustina que su hijo iba a estar bien. Que tenía que descansar un rato y que lo iban a mantener ahí unas horas para asegurarse de que todo estuviera regulado, que pocas veces habían visto un niño que sangrara tanto, que había que cuidarlo y que tenía que comer mejor y más hierro porque tenía la sangre muy líquida y no coagulaba rápido.

Y en casa la abuelita, bien enterada de todo, acaba de terminar el suetercito que le hizo a Marquitos y empieza de inmediato a tejerle una bufanda a Danielita, quien ha estado corriendo con tijeras. Antes de meter el hilo en el ojo de la aguja, se espera un poquito como siempre para convencerse de que es lo mejor. De alguna manera tienen que aprender. Al cabo que con unos lentes no va a quedar tan mal.




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Jorge Luis Flores Hernández
 (León, 1992). Es un traductor hambriento y semiólogo desahuciado. Ha publicado cuentos en las revistas Dédalo y Alternativas, y varias de sus microficciones aparecen en las antologías: Poquito porque es bendito y Para leerlos todos.

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