Es lo Cotidiano

POESÍA

In memoriam José Luis Bobadilla Acevedo (1974-2019)

José Luis Justes Amador (sólo los paréntesis)

In memoriam José Luis Bobadilla
In memoriam José Luis Bobadilla
In memoriam José Luis Bobadilla Acevedo (1974-2019)

 

 

(Se nos ha ido como del rayo, como de súbito. Inesperado como las imágenes de su poesía o las continuas relaciones, inesperadas y acertadísimas siempre, entre poemas y poetas de siglos y lenguas diferentes que se iluminaban con su conversación. Se nos ha ido de lo material pero queda lo que pensaba, lo que platicaba, lo que dejó escrito.)

Antes de empezar, me gustaría invocar unas líneas de un ensayo de William Carlos Williams para que acompañen, como una atmósfera, las palabras a continuación. Las líneas son el arranque de “Cómo escribir”, y dicen así:
“Uno toma un papel, o cualquier cosa: una tablilla, una pizarra o un cartón, y con algo a mano que sirva a ese propósito, comienza a anotar las palabras que corresponden a la idea que tiene en mente. Ésta es la fase anárquica de la escritura. La blancura de la superficie puede hacer que la mente se retraiga, puede que le sea imposible hacer honor a sus facultades. Lo mismo da: es preciso escribir, escribir lo que sea, por mucho que no valga nada; nada cuesta destruir luego lo escrito. Pero para escribir algo que merezca la pena es absolutamente esencial que la mente fluya y se lance a la tarea.
Hay que olvidarse de las reglas, de toda restricción, lo mismo que del gusto, de lo que se estima conveniente; hay que escribir por el mero placer de hacerlo, ya sea lenta o rápidamente: abandonar toda forma de resistencia que impida la completa liberación.”

sobre la chimenea un plato japonés
con un grabado del siglo XVII

una arbitrariedad

aún el sol
el espacio de aquí
a la calle

la banqueta

una pestaña de cemento
que nadie quiere ver

la primavera
calienta el rumbo de la avispa

y en medio

entre los muros y la calle

un piecito dejado
una huella abandonada

nada importa
si no quieres que importe

(Hacía apenas unos días, no más de una semana y media, que habíamos estado hablando de él. Sentados en una mesa de café cerca de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Ricardo Cázares hablaba de los cinco mangos de hacha que representa el logotipo de la editorial homónima. “Este es José Luis”, explicaba a alguien con quien compartíamos mesa. Le pregunté por él. Me dijo que estaba bien. Hablamos un poco de Bobadilla y de las veces que había venido últimamente a Aguascalientes. Cambiamos de tema.)

(La primera vez que supe de él fue cuando vi su nombre como traductor del Wen Fu de Lu Chi, el tratado poético más antiguo que se conserva. Le escribí admirado, José Luis me contestó con una carta llena de humildad y miles de conversaciones abiertas que a lo largo de los años, en los esporádicos pero larguísimos encuentros, iban a ir cerrando mientras abríamos otras. Cada año nos encontrábamos, dependiendo de las circunstancias, en un lugar u otro. Una de las últimas veces que vino a Aguascalientes, ciudad que sigo sin entender por qué le gustaba tanto, di una charla-taller en una cafetería a la sombra de una institución cultural. Al estilo argentino, con una cesta donde los asistentes depositaban lo que creían –o podían- . Nos habló de Argentina, de la literatura argentina.)

(Siempre hablábamos del Wen Fu).

Quizás algún día se dirá
que escribí algo con sustancia,
algo útil, que penetré
el misterio.

Al hacer el mango de un hacha con un hacha
el modelo está a la mano.

Cada escritor halla una entrada nueva
en el misterio, y esto es difícil de explicar.
De cualquier modo, he fijado mi pensamiento
tan claramente como me ha sido posible.

(Y también de por qué quiso incluir un poema de Gary Snyder en esa edición. Algo más que obvio tras leerlo.)

Mangos de hacha

Una tarde la última semana de abril
enseñando a Kai cómo manejar un hacha,
medio giro y se clava en el tocón.
Recuerda la cabeza de un hacha
sin mango en el taller,
y va por ella, la quiere para él.
Un mango de hacha roto detrás de la puerta,
es lo suficientemente largo para su hacha,
lo cortamos a la medida y lo llevamos
con la cabeza del hacha
y el hacha de trabajo, al bloque de madera.
Ahí comienzo a dar forma al viejo mango
con el hacha, y la frase
que aprendí primero de Ezra Pound:
¡Suena en mi cabeza!
“Al hacer un mango de hacha
el modelo no está lejos”
y le digo a Kai:
“Mira, vamos a hacer el mango
comparando el mango
del hacha que cortamos”
Y se da cuenta. Y lo oigo otra vez:
Está en el Wen Fu de Lu Chi, siglo cuarto
d.C. “Sobre el arte de las letras”, en el
prefacio: “al hacer
el mango de un hacha
con un hacha,
el modelo está a la mano”.
Mi maestro Shih-hsiang Chen
lo tradujo y lo enseñó hace años
y descubro: Pound era un hacha,
Chen era un hacha, yo soy un hacho
y mi hijo mango, listo
para dar forma de nuevo, modelo
y herramienta, pieza de cultura,
y así seguimos.

(Aunque lo importante para José Luis era siempre la vida. Esa que hace unos días terminó para él.)

Y antes de terminar, quisiera leer un fragmento de Juan O’Gorman, un arquitecto. Es un fragmento de su Autobiografía y creo que cierra bien lo que he intentado decir:
“Cuando el maestro historiador del arte Élie Faure vino a México, más o menos por el año de 1939, se alojó en el hotel de San Ángel Inn, ubicado frente al estudio de Rivera, quien era amigo de este escritor extraordinario. Él, hombre muy ocupado, me explicó la importancia de acompañar a Faure a los diversos lugares donde deseaba ir. Esto es, para ayudarle a encontrar medios de circulación y acompañarlo. El primer lugar que visitamos fue el Museo de Arqueología del Instituto de Antropología, instalado entonces en las calles de Moneda. Faure quería ver las grandes esculturas del México prehispánico. Llegamos temprano una mañana y permanecimos allí todo el tiempo que fue posible, hasta que a las dos de la tarde el vigilante de la sala nos explicó que era la hora de cerrar. Faure, después de haber llorado frente a la Coatlicue y de haberme dicho cosas extremadamente importantes sobre la gran escultura del México prehispánico, salió conmigo a la calle de Moneda. Al salir del museo, pasó frente a nosotros una muchachita con la falda muy alta, enseñando las piernas. Noté que no le quitaba la vista a las piernas de esa mexicana, que iba frente a nosotros. Cuando la chica se fue por otra calle, me dijo: ‘Hijo, te voy a dar una lección que nunca debes olvidar: acuérdate que siempre puedes ver cosas más bellas en la calle que en los museos.’ Claro está que para todo hombre de calidad es más importante la vida que el arte.”

ya es de noche
florece el olor del campo
se mezcla con el hule de las llantas
entra rabioso por la ventanilla
muerde

freno
está oscuro
a la izquierda las luces de los carros que pasan
a la derecha luciérnagas
dos formas de luz

paz en la tierra vida…

(Paz para ti, hermano. Gracias por haber podido coincidido contigo en esta vida. Paz.)




(Los textos fuera de paréntesis son de José Luis Bobadilla.)

 

 



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