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CUENTO

El que disparó al sol

Samael Alba

Samael Alba - Fotografía del autor
Samael Alba - Fotografía del autor
El que disparó al sol

Tenía entre 8 y 10 años, cada tarde a la misma hora lo veía en su azotea, acostado en un pequeño catre, a veces cantando, a veces murmurando, era mi vecino; los días nublados solo se asomaba de vez en cuando para vigilar la disipación de lo gris, imaginaba que esperaba el momento de que saliera la luz, para tomar su baño vespertino.

Un día llegué más temprano de lo usual, desde mi ventana lo vi armando tubos y ligas, era un artefacto extraño pero graciosamente rudimentario; colocó una pelota de tenis en una de las ligas, jaló y estiró hasta que soltó en dirección vertical, vi la bola volar, llegar a su punto más alto y descender directamente a la cabeza del infante, después de sobarse la cabeza, volvió a colocar la esfera, disparando de nuevo; no regresó de nuevo, pero alcancé a ver cómo caía en una azotea lejana, el niño se sentó en el lugar de siempre, a tomar su baño de sol.

Transcurrieron días y días de rutina, hasta que ya no lo vi acostado, no se miraba ninguna nube en el cielo, el aire era calmo, el clima templado, pero ninguna señal del niño.

Cinco, seis o siete días después, lo vi armando su aparatoste, se notaba molesto a pesar que el sol brillaba alto, puso de mala gana otra pelota de tenis en las ligas, disparó malhumorado e hizo algo fuera de lo común, se fue.

Meses pasaron, estaciones cambiaron, calendarios cayeron, el niño no volvía a la azotea, “se habrá mudado”, pensé. Pero el aparato seguía ahí, siendo desarmado por el viento, el tiempo y el mismo sol, lastimando la elasticidad de las ligas, achatando la circunferencia de los tubos.

De aquellos días donde las nubes oscurecen los días, el niño regresó, pálido y delgado; se acercó a su máquina y contempló el castigo de la naturaleza, aventó triste las ruinas, abrí mi ventana.

 

—¡Hola niño!, hace mucho que no te veía, creí que te habías mudado, ¿es que ya no te gusta venir a tomar baños de sol?

—¡¿Baños de sol?! ¿Pero qué dice usted? –Respondió altanero.

—Pero si siempre estabas ahí en el catre, mirando el sol.

—¡Claro! Pero era para verlo morir, ¡odio el sol!, así que le disparaba cada día y me sentaba a verlo como caía.

—Con que eso era.

—Pero mi mamá y el doctor dicen que el sol me está ganando en la guerra que he declarado, pues él me hiere sin que me dé cuenta, dicen que se mete en mi piel y me come por dentro, no me han dejado venir a pelear, me meten en máquinas para sacarme restos de luz y curarme de su veneno. Pero termino más cansado y débil, ¡ellos son sus aliados!

—No puede ser.

—Pero ahora, hasta mi arma ha destruido, ¡lo odio!

 

Corrió llorando hacia las escaleras, mi corazón latía apasionadamente, mis ojos sudaron y la garganta se secó.

Pasaron meses, años y otros días, él nunca regresó al catre.






***
Samael Alba. Es Licenciado en Cultura y Arte por la Universidad de Guanajuato, guionista, cinéfilo y aspirante a escritor.

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