jueves. 25.04.2024
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CRÍTICA

La catástrofe cotidiana

Anónimo
La catástrofe cotidiana
La catástrofe cotidiana

 

 

 

Lo sorprendente no es que la gente robe, o que haga huelgas;
lo sorprendente es que los hambrientos no roben siempre
y que los explotados no estén siempre en huelga.

Félix Guattari

 

 

Los grandes medios noticiosos chilenos no dejan de repetir más o menos la misma retórica “antiviolencia”. Prácticamente cada entrevistado y opinólogo comienza diciendo que “rechaza la violencia, venga de donde venga”, o más recientemente, que “no conocen a nadie que sea capaz de justificar algún tipo de violencia”. No obstante, el sesgo narrativo enfatiza que la violencia que verdaderamente preocupa es la que aparece entre quienes se manifiestan, después de todo, y en tanto haya un estado de derecho, ¿no tiene cada gobierno el monopolio de la violencia?, ¿no es eso el pacto social? A pesar de que la cifra de heridos es inmensamente mayor del lado de quienes se han manifestado en Chile durante más de 40 días, se ocupa considerablemente más tiempo en cubrir las historias, victimizantes a un grado telenovelesco, de los escasos carabineros, y especialmente carabineras, que han resultado heridos. Por su parte, además de los miles de heridos y detenidos, es el bando manifestante quien tiene el monopolio de muertos, mutilados, violadas y torturados.

Desde el comienzo del “estallido social” ha sido tan evidente el sesgo que, debido a fuertes críticas nacionales e internacionales, los medios comenzaron a darle cierta cabida a la “crisis de derechos humanos”, pero siempre empequeñecida por la “crisis social”, que tiene un costo ya de miles de millones de dólares y cientos de miles de empleos, que está causando una gran devaluación y que, de no frenarse pronto, aseguran, estará acompañada de una enorme inflación y una posible fuga masiva de capitales.

Se trata de una narrativa noticiosa acompañada por videos similares que se repiten durante todo el día: barricadas, frenéticos ataques a cierto mobiliario y edificios, y los cada vez menos tímidos ataques a carabineros (así se llama la policía militarizada de Chile). A pesar de que la inmensa mayoría del daño a mobiliario y edificios se ha enfocado a propiedad gubernamental o de grandes corporaciones (notablemente bancos), se enfatiza durante todo el día el “enorme daño a las PYMES (pequeñas y medianas empresas)”, quienes “sin duda son las más afectadas”. Desde el día 1 de las manifestaciones la labor periodística de estos medios ha consistido en dividir para vencer: la separación tajante entre el “manifestante pacífico”, cuyos reclamos son “legítimos”, y los “vándalos”, los “encapuchados”, los “delincuentes violentos” que arman barricadas y desarman comercios, que queman y saquean.

Un día me encontré en la provincia que había ocupado buena parte del tiempo de los noticieros del día anterior, así que decidí caminar por la calle que resultó protagónica por la cantidad de daños y saqueos. No pudo sino sorprenderme la escasez de los daños (y lo selectivo de éstos: sólo grandes corporaciones) en comparación con el alarmismo mediático, y me vino de inmediato la duda: ¿cuán graves son los daños de esta “crisis social” si se les compara con la devastación que provoca, por ejemplo, un terremoto?

Es bien conocido que Chile es un país azotado por temblores, a veces de enorme magnitud. El último gran terremoto (8.8) ocurrió en febrero de 2010 y cobró 525 víctimas, dejando a más del 10% de la población en calidad de damnificados. Las pérdidas materiales se calcularon por los 30 mil millones de dólares. Al día de hoy el costo del “estallido social” se calcula apenas en poco más de una décima parte de esa cifra, sin embargo la divisa chilena ha visto caídas de hasta un 17% de su valor frente al dólar, se prevé una recesión económica y la pérdida de hasta 500 mil empleos. En 2010 no sólo no hubo recesión, sino que la economía creció 5.8% y el precio del dólar se mantuvo prácticamente igual (incluso se fue reduciendo a lo largo del año).

¿Por qué resulta mucho más preocupante para los inversionistas, para el mercado de valores, una revuelta social que un terremoto inmensamente más devastador? Evidentemente porque el terremoto no se percibe como una amenaza a la “normalidad” que realmente les importa, es decir, la del modelo económico. Por más que los medios no dejen de recordarnos la catástrofe de las pérdidas materiales, lo que está al centro de la preocupación es que, mientras respecto al terremoto no hay nadie a quien culpar, ante la revuelta se busca identificar al enemigo: “hay gente que decide saquear un supermercado, extraer su mobiliario y convertirlo en barricada”. Se trata de “un enemigo peligroso”, repite el presidente, e incluso se ha caído en la caricatura conspiranoide de un financiamiento “castrochavista”.

La moralización de la revuelta (y en general de la política) es, sin duda, lo que atraviesa la narrativa noticiosa de los medios y el generalizado prejuicio desde el que comúnmente se abordan estas problemáticas, pero, ¿no valdría la pena intentar entender el carácter necesario de la revuelta ante las condiciones concretas de vida de la inmensa mayoría de los manifestantes? Si se percibe al terremoto como una suerte de “reacomodo natural” de las placas tectónicas, ¿no se podría entender la revuelta como un reacomodo de los fundamentos que sostienen el peso económico en una zona geopolítica?

Esta comparación, esquemática y hasta reduccionista, intenta al menos poner de relieve el carácter excesivo del estrés mediático en torno al saqueo y destrucción de bienes de consumo. Lo cierto es que, frente a la comparación, la realidad es aun más extrema y trágica: esa “normalidad” por la que claman tantos y tantos políticos, opinólogos y expertos en los medios, no es sino una catástrofe cotidiana. Es decir, si la comparación con el terremoto resulta pertinente como algo que ocurre de manera inesperada y causa miles de millones de dólares en pérdidas, así como la solidaridad de la ciudadanía, lo cierto es que remite a una contabilidad que ignora el necesario sacrificio cotidiano de la inmensa mayoría de la gente sólo para sobrevivir.

No tiene sentido contar aquí historias que eleven algún espíritu caritativo, internet está lleno de ellas por si a alguien le interesa, la cuestión temática es cuáles serían los números, cuál la pérdida que reflejarían los indicadores financieros si invirtiéramos el punto de partida: cuánto estaría dispuesto a pagar el 10% más rico de la población, por ejemplo, con tal de no vivir la vida, de al menos no hacer las labores que realiza el 10% más pobre.

Se dirá, quizá, que eso es lo que de hecho ocurre, pero entonces no se estará entendiendo: si partiendo de que, como dice cada constitución, todos somos iguales ante la ley, y partiendo de la retórica de que para “salir adelante” cada individuo debe realizar su “mejor esfuerzo”, y si se deja que el mercado dicte los costos de ello, si ante eso, digo, se asumiera que cada individuo tiene la misma responsabilidad efectiva de hacer cualquier labor para hacer posible la vida común, y si la responsabilidad de realizar cada labor se repartiera cada jornada, por ejemplo, al azar (un azar que se vincularía más fácilmente a los terremotos), ¿cuánto pagarían quienes heredaron grandes fortunas con tal de evadirlo?

Desde esta perspectiva, a ese 10% más rico hoy le resulta gratuito no participar en el sorteo, no hacer esas labores, no vivir en esas casas (en esas chozas, bajo esos puentes), no usar esos medios de transporte. Se trata de una gratuidad resguardada por militares y carabineros. Una gratuidad que subsidia el Estado a costa de miles de millones de dólares que pagan sacrificial y cotidianamente los más pobres. Entonces, ¿por qué quienes moralizan la política pierden de vista esto?, ¿por qué se pierde de vista cuando se cree que el pobre lo es “porque quiere” y el rico “gracias a su esfuerzo”?, ¿por qué se pierde de vista cuando se defiende al mercado como el ámbito donde se dice la verdad sobre una economía a la que todo gobierno “realista” se tiene que ajustar?, ¿de qué “realidad” estamos hablando?

Frente a las pérdidas cotidianas, no de los grandes empresarios, ni siquiera de los medianos y pequeños, no de las personas morales sino de la inmensa mayoría de las físicas, ¿qué es el saqueo de unas poquísimas zonas de unas cuantas ciudades?, ¿qué son unos pocos ataques contra las “fuerzas del orden” de las cosas que, en última instancia, no son sino la mayor apuesta de los más acomodados, su mejor garantía de que continúe la catástrofe cotidiana?

Si es cierto que el neoliberalismo ha sido un sistema económico-político devastador, al punto de que la supervivencia misma de la especie humana está en juego, ¿no exige la situación el terremoto social más grande de la historia?, ¿el reacomodo de los fundamentos mismos de la supervivencia de la inmensa mayoría? Las barricadas, los saqueos, las quemas de edificios son “violentos”, a lo más, en el sentido en que un terremoto lo es, y en definitiva son mucho menos violentos, y mucho menos costosos, que la cotidianidad neoliberal.





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