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CUENTO

El Agente Cherkashin y El Nuevo Orden Mundial

Enrique López Velarde

Enrique López Velarde
El Agente Cherkashin y El Nuevo Orden Mundial

Plaza Roja, Moscú

Un hombre sujeto a una cama es golpeado en la frente. Su pelo anaranjado se encuentra enredado en el pequeño puño de una mujer morena que posa sobre su pecho como un cuervo hambriento. Dos gemelas pelirrojas ríen como cabras al pie de la cama, mientras elaboran una mezcolanza de cera  y cosméticos rojos en una hielera metálica. Vociferan: “Burbujas, burbujas; que hierva el fuego y arda el caldero”. Ahora dibujan pentagramas invertidos en la piel de la víctima excitada. La morena, en cuclillas, lo hace beber de sus orines.

El agente Cherkashin, balanceado en el pretil del otro lado de la ventana, lo graba todo. Se sobresalta por un instante al ver un enorme pepino listo para taladrar al magnate inmobiliario. Después de algunos minutos recibe la orden de volver. Sin escala la marquesina del  hotel victoriano.

Misión cumplida. Cherkashin, héroe nacional.

Proyecto Barba Roja

Vuelve en helicóptero al cuartel del Servicio de Inteligencia del Exterior Ruso (SVR). Júbilo y caricias en su espalda preceden al festín compuesto de salmón, vodka, sodas italianas y algún vaso de leche. Putin, mentor personal de Cherkashin, preside el festejo.

Aun en estos momentos el joven agente no deja de actuar con paranoia. Bajo su belleza vive agazapado, al acecho, listo para atacar u ocultarse de los que él considera probables enemigos. Putin, a pesar de su apretada agenda, no puede dejar de dedicarle minutos al día, entretenido por el singular y desconcertante comportamiento de su pupilo. Cherkashin es pieza central en el “Proyecto Barba Roja”, plan elaborado por el dictador para la configuración del nuevo orden mundial. Putin se ha esforzado por formarlo como un soldado leal. Su entrenamiento fue duro: electricidad, azotes, días sin comer, combates desiguales y forzados.

Al final de la  noche el dictador no resiste más, toma el pellejo de la nuca de Cherkashin, levantándolo orgulloso por los aires y exclamando: ¡Viva la Madre Rusia!

Laboratorio de Bio-Robótica en el Cosmódromo de Baikonur, Kazajistan

Cherkashin duerme plácidamente, conectado a las terminaciones electrónicas de un escáner biológico. Emite un ronroneo entre los 25 y 150 Hertz que le permite promover la regeneración de sus tejidos, curando sus huesos y sus músculos. Putin se deja conducir  por el Jefe Investigador, mientras éste le muestra los avances del proyecto.  Abejas con dispositivos bluetooth, gorilas con cascos ultrasónicos de control neuronal, Huskys con colmillos de acero. Se detienen frente a unas enormes peceras de cristal iluminadas por neones ultravioletas. Putin cavila internamente: ¿Sienten pesar los pulpos?

Vuelve en sí al ver como Cherkashin sigue con los ojos a dos pequeños cuervos que sobrevuelan el complejo subterráneo grabándolo todo.

“¿Sueñan los Cherkashines?” —pregunta al comité de científicos que lo acompañan por el hangar. Desde un elevador contempla los seiscientos tubos criogénicos donde descansan los clones de su agente. Sin esperar respuesta, ordena el implante de una serie de recuerdos: la mariposa azul que desgarró en el jardín de la SVR, la destrucción del tapiz de la silla de Iván el Terrible en el Kremlin.

Kremlin, Moscú

Cherkashin vive como un príncipe danés detrás de las cortinas del palacio, lo comparte con dos de sus clones.  Los agentes escalan los muebles para estudiar su territorio. Saltan, rebotan, acechan y arañan. Limpios y meticulosos, anhelan nunca dejar rastros. Enemigos jurados de las otomanas y  los cojines, viven afilando sus garras. El Kremlin es su monte de los Urales.

Putin despierta una vez más al sentirse observado por siniestros ojos iluminados, son como linternas en un obscuro bosque. En su delirio, tres cuerpos estáticos traman un plan.

Enfermo de insomnio, especula durante horas. Llama a su consejo médico por la madrugada citándolos a todos por la mañana. Sospecha haber sido infectado por el toxoplasma gondii, parásito que se anida, quizá, en su cerebro. Reconoce la atracción fatal que representa Cherkashin, destructor de sus neurotransmisores, incrementador de su dopamina, responsable de la disminución de su tiempo de respuesta de lucha o huida. En un arranque toma el teléfono rojo y ordena la destrucción de los 601 gatos del Proyecto Barba Roja. Tres de ellos escapan.




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Enrique López Velarde Pazos. Oaxaqueño cinéfilo, melómano y adicto a la televisión. 

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