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CRÓNICA

Mi querida Aier

Judith Guzmán Ramírez

 

Judith Guzmán
Mi querida Aier

 

 

Mayo 19, 2017

Hace más de dos años que llegué a estas tierras lluviosas. Los días son cortos y mi piel ha olvidado como acaricia el sol de México. ¿Recuerdas esos discos que escuchaba cuando estaba contigo? Aquellos encriptados sonidos que provenían de diversos países y que nos encantaba compartir para ver quién encontraba el sonido más clásico, la perspectiva musical más extraña. ¿Recuerdas aquel día en que llegué corriendo a tu casa para que escucharas el Zii e Zie de Caetano Veloso, y que alucinamos con la pureza de su psicodelia, con los fragmentados sonidos de la guitarra, como escuchar a Hendrix haciendo pausadamente el amor con Martina Topley? Decidí marcharme, abandonando todas nuestras conversaciones e intentos por descifrar lo que en otro idioma se cruzaba con bajeos poderosos y sutiles saxofoneos, tan exquisito como el Cure of Pain de Morphine. He descansado de esa opresión de inseguridad con la que caminaba por las calles de Guadalajara, angustiosa vigilando mi bolsa cuando estaba en el D.F. Por fin, he dejado de cuidar mi manera de andar por las calles de León por ser mujer.

He saciado esas noches de conciertos locales que al salir por la noche sola, temía por mi espalda a las 2:00 am después de una intensa fiesta con Silverio y Descartes a Kant. Todo ese caos, todo ese ruido, la botarga del Simi bailarín, los pantalones translúcidos de las edecanes del Telcel, el panadero con el pan al ritmo de Tin Tan, las sirenas que cantan con desesperación por no saber si están en búsqueda de la justicia o encubriendo a la corrupción. Decidí alejarme de todo el desconcierto que cada día se vuelve más grotesco, menos melódico, completamente discorde con toda la bella música que llenaba nuestros oídos con los acetatos que comprábamos en el Baratillo o en la Roma Records, con la música que podíamos disfrutar en los bares acompañadas de cerveza de barril a precio de 3 tacos.

Llegué a un lugar donde escuchar el Moon Safari de Air se puede hacer sin interrupciones, sin sonidos que se filtren por la ventana del vecino en un sábado a las 11 de las noche. Aquí, puedo ir de compras y escuchar de fondo la música del Blackstar de Bowie; utilizar el transporte público, lleno de un aura de discreción, y que se escurra por la radio del conductor, con volumen tres, Zero de Smashing Pumpkings. Ese silencio es inaudito, no sólo está en el ambiente, no sólo lo aprecio, a veces me inapetece Aquí sólo tengo a mi único amigo con quien hablo de Soda Stereo, de la Polla Records o de Antibalas, con quien fui a ver Televisión acompañados de un par de cientos de fanáticos; aquí son pocos los que conocen de la música más allá del sonido de fondo para hacer la despensa, aquí hemos encontrado un nicho para acudir a los conciertos que más deseábamos desde que estábamos en México, donde aprendimos de la existencia de Timber Timbre, pero que llegamos a comprender su significado musical hasta que conocimos cómo son los días sin sol, el invierno de octubre a mayo, tal como en sus canciones. Aquí la música tiene un sentido completamente distinto, es un acompañante, un cómplice y un rompe-estereotipos, porque claro: ¿es de sorprender que un par de mexicanos no escuchen mariachi o banda?

Hay días en que olvido que no estoy allá y que abandono la idea de estar aquí, hay días completos que paso acompañada del silencio ambiental y que sólo se llena con un par de audífonos que sintonizan el deseo por conocer la Granada que siempre imaginó Agustín Lara, que me transportan a la intersección con el diablo del blues, a los aullidos de Howlin’ Wolf y el silencio se transforma en todas mis fantasías, en todos mis anhelos, en música adecuada para los días lluviosos, los días sin sol, los días sin ti mi querida Aier. Espero tener noticias tuyas pronto.




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Judith Guzmán Ramírez.  Escritora y fotógrafa nayarita que reside en Vancouver.



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