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Las mujeres y Julio

Karla Gasca
Karla Gasca
Tachas 346
Las mujeres y Julio

A Julio Cortázar se le conocen algunos romances, encuentros y desencuentros amorosos, así como relaciones idílicas como sucedió con Edith Arón, quién inspiró al personaje de ‘la Maga’, caminante incansable de los callejones de Paris entre las páginas de Rayuela. Sin embargo, fueron tres mujeres las que afectaron directamente la vida y la obra de Cortázar: Aurora Bernárdez, Ugné Karvelis y Carol Dunlop.

La primera, una joven licenciada por la Universidad de Buenos Aires de ascendencia Gallega y nacionalidad Argentina, era traductora al igual que Cortázar, seis años más joven que él y con quién se casaría en 1954 en París. Aurora, con nariz respingadísima (según palabras del escritor), sería la compañera perfecta de Cortázar. Vargas Llosa, que fue su amigo y colaborador de traducciones en la UNESCO, expresaría su admiración y envidia hacia esa convivencia casi mágica entre ambos, esa completa afinidad intelectual que hacía que los demás parecieran sobrar.

Fue con Aurora con quién callejeó por primera vez en París al acecho de lo insólito y con quién descubrió otras muchos lugares mágicos alrededor del mundo, como fue la India. Con ella compartió los apuros económicos de su llegada y primeros años en la Ciudad Luz. Trabajaron juntos como traductores en la UNESCO por muchos años y también fue con Aurora con quién compartió sus primeros ingresos como el escritor que poco a poco se hacía de un renombre, mismos que les permitió hacerse de una casa en la Provence. También sería ella quién viera nacer antes que nadie los más significativos relatos de Cortázar. Así como fue Glop (como cariñosamente la llamaba el escritor), quién lo mantuvo sobre el hilo de la cordura al recordarle comer algo de vez en cuando, y descansar aunque fuera un poco, por más inmerso que estuviera el escritor en la formación de su Rayuela.

Es difícil saber qué fue lo que detonó aquello que el escritor llamaría “una crisis lenta pero inevitable”. Quizá fue la separación a veces demasiado larga causada por los múltiples viajes que tenían que hacer cada uno por separado, ya fuera por cuestiones familiares o de trabajo. Quizá simplemente fue esa pérdida, a veces inevitable, de la chispa de la novedad, del azar y de la afinidad movida por necesidades más profundas que ya no incluían su convivencia dentro de los planes a futuro. A pesar de la separación en 1967, esos 14 años que pasaron juntos habían creado un vínculo irrompible y un cariño mutuo que permanecería siempre intacto. Aurora y Cortázar seguirían frecuentando amigos en común y ellos mismos seguirían siendo buenos amigos (los mejores), a lo largo de su vida. Sería Bernárdez quién lo cuidaría y acompañaría en su lecho de muerte, y a quién Cortázar haría destinataria de sus bienes y poseedora legal de la mitad de sus derechos de autor.

Muchos dicen que Ugné Karvelis fue la causante de la separación entre Aurora y el escritor, sin embargo la aparición de Karvelis coincidió más bien con el tiempo de crisis de la pareja. Cortázar se enamoró de quien era, quizá, todo lo contrario a Aurora. Ugné tenía un temperamento fuerte y lo que muchos allegados que la conocieron calificaron como un terrible humor; lituana, germanista, bastante atractiva y veintidós años más joven que el escritor. Su primer encuentro fue en Cuba cuando Cortázar aún no había formalizado su separación con Aurora, quien no había podido acompañarlo porque se encontraba en Argentina visitando a su madre enferma. Fue ahí donde la joven Karvelis se acercó por primera vez al escritor, más como una admiradora. Con Karvelis mantendría una relación profesional más larga que la sentimental, puesto que ella trabajaba para la editorial Gallimard que editó una antología de algunas obras del escritor; también fue su agente literaria aún después de haber terminado definitivamente con su relación sentimental de cuatro años. Se dice que los celos de Ugné y su gusto por el alcohol terminaron con la relaciòn e hicieron que la pareja se separara, sin lograr mantener lazos de amistad posteriores a pesar de que Cortázar así lo buscó, al menos por un tiempo.

Carol Dunlop, nacida en Massachusetts, con treinta y dos años menos que Julio, sería su último gran amor y su segunda esposa. El primer encuentro entre ellos se daría en 1977 en Montreal, donde el escritor había acudido a una cita internacional de escritores. Cortázar tenía 63 años y se enamoró profundamente de la “Osita”, como cariñosamente la llamaba. Dunlop también era escritora y fotógrafa aficionada. Con ella escribió ‘Los Autonautas de la cosmopista’, que proyectaba la dimensión de lo que Dunlop representó  para el escritor a lo largo de los cinco años que compartieron juntos, y que quizá habrían sido más si no se hubiera atravesado la muerte de Carol, que murió dos años antes que Cortázar, a pesar de que ya se le había diagnosticado leucemia meloide crónica al escritor. Carol murió de una enfermedad fulminante a la edad de treinta y seis años. Después de ese primer encuentro en Montreal, Cortázar fue quién la buscó después de leerla y le propuso trabajar en conjunto pidiéndole que se trasladara a París “para poder encontrarse dos veces por semana, elegir temas, intercambiar puntos de vista y escribir cada uno sus textos”, petición que claramente iba más allá de sus planes literarios. A pesar de que llevaba ya algún tiempo separado de Aurora Bernárdez, fue hasta 1979 cuando le pediría el divorcio formal para casarse con Carol. Julio, “El Lobo”, como lo llamaba ella, la acompañó al momento de su muerte. Cortázar quedo inconsolable y según cuentan algunos de sus amigos cercanos, solía hablar de ella como si aún estuviera viva. El escritor pidió que al momento de morir lo enterraran al lado de Carol en el cementerio de Montparnasse en París.

Hubo una cuarta mujer que lo enamoró como ninguna: La ciudad de París. El mismo Cortázar lo diría en alguna ocasión: “Yo digo que París es una mujer; y es un poco la mujer de mi vida”. Fue en París donde nacieron la mayoría de sus historias. Fueron esas calles, sus recovecos, cines y cafés los que guardaron sus anhelos. Fue en las escaleras del metro de Concorde donde Julio le metió el pie a un tipo que le susurraba cosas molestas al oído a Aurora, fue en París Donde Cortázar y Ugné Karvelis acudieron a la ópera Turandot, realizada por una famosa compañía teatral de enanos, y fue en París donde se quedaría para siempre Julio Florencio Cortázar, descansando junto a su amada Carol.


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Karla Evelia Gasca Macías (León, 1988). Licenciada en Cultura y Arte por la UG. Ha tomado cursos de escritura creativa con Guillermo Samperio y Alberto Laiseca, este último en el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado en varios medios digitales e impresos. Forma parte de las antologías ‘Para leerlos todos’ (2009) y ‘Poquito porque es bendito’ (2012).

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