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Los Oscar 2020: Industria en proceso de transformación

Fernando Cuevas
Tachas 122
Tachas 348
Los Oscar 2020: Industria en proceso de transformación

Como bien sabemos, la celebración de la academia estadounidense reconoce no sólo alcances fílmicos, sino intereses ideológicos, políticos y económicos: se han entregado premios más allá del mérito cinematográfico en múltiples ocasiones, respondiendo a ciertas agendas según los tiempos que corren, y de igual manera se les ha negado el reconocimiento a figuras trascendentes dentro de la historia del cine, incluyendo a propios y extraños, entre quienes están varios de los más grandes directores de la historia del cine y no pocas actrices, actores, guionistas, productores y fotógrafos. Habrá que entenderlo: es una fiesta que se celebra a sí misma.

Entonces, más que un análisis y reconocimiento de lo mejor de las producciones del universo cinematográfico, estamos ante un espectáculo del star system en plena metamorfosis; una declaración de principios morales y un producto mediático de gran calado que al final del día busca aumentar audiencias y, de paso, mandar mensajes acordes con sus orientaciones sociales y políticas, sin quitarle un ojo al dinero. Creo que así se puede ver y disfrutar (o no), sin esperar mucha “justicia” en la repartición de las estatuillas, si tal cosa pudiera existir: cierto es que la base de votantes se ha ampliado en número y perfil, ahora integrando más figuras de otros países y de generaciones más recientes. Mejor jugarle al adivino y divertirse con aciertos y errores, apuestas y concursos.

El cine fuera de las salas ha irrumpido con gran fuerza, anunciada hace cerca de cuarenta años con la aparición de los videoclubes, ahora consolidada a través de las plataformas, no sólo en plan de distribución sino de producción: no a todos los miembros de la Academia de Hollywood les agrada la idea y tampoco a programadores de otros festivales relevantes alrededor del mundo, revestidos con el traje de la vanguardia. La ruptura del status quo en cualquier ámbito genera reacciones igual de contrarias según el caso: el cine también es negocio y la batalla en ese terreno mira poco a la creación artística pura o a los grandes ideales que se buscan alcanzar a través de este arte. Y por supuesto, eso también juega.

La discusión sigue abierta pero qué maravilla, por ejemplo, que el maestro Scorsese pudo realizar su reciente película, la mejor del año para quien esto escribe, gracias a la distribución de una de estas empresas (mayoritariamente en las pantallas televisivas pero con algunas proyecciones en la las salas de cine), sobre todo después de que la superior Silencio (2018) fue prácticamente ignorada por los miembros de este clan que por momentos parecen resistirse a reconocer lo mejor que tienen en sus filas, como sucedió con Paul Thomas Anderson, a quien no le dieron el premio hace un par de años por la implacable El hilo fantasma y se lo otorgaron a Del Toro por la acuosa La forma del agua, en presumible agenda política antitrumpiana, expresada en seguir premiando mexicanos para que la cuña apriete.

Predicciones y deseos

En consecuencia, me parece que El irlandés debiera ganar el premio a mejor película (entre cuyos productores figuró el compatriota Pavlovich); edición o montaje, como le llaman (cortesía de la especialista y cómplice Thelma Schoonmaker); guion adaptado (escrito brillantemente por Steven Zaillian) y actor de reparto (Pesci o Pacino, como gusten); por supuesto, habría que entregarle la estatuilla, con todos los honores y paralizando la transmisión, a Martin Scorsese, director fundamental para el desarrollo del cine mundial de los últimos cincuenta años, no sólo por su trabajo detrás de cámaras, sino por su labor de difusión del arte cinematográfico: sólo ha ganado una vez, pero ya debiera tener al menos otros dos o tres oscars, si en realidad se trataran de cine más allá de las veleidades ideológicas.

Bong Joon Ho y Han Jin Won se apuntan para llevarse la pequeña estatua por el guion original de Parásitos, cinta que muy probablemente se llevará el reconocimiento a película internacional también, no obstante las notables propuestas que la acompañan en la terna. Para película animada lo más probable es que triunfe Toy Story 4, pero ojalá diera la campanada alguna de las opciones ajenas a los estándares impuestos por el mainstream de Pixar, sin duda de altísimo nivel pero cada vez resultando menos innovadores y apostando más a la segura: después de esa trilogía maestra sobre los juguetes que cobran vida, ¿para qué seguir dándole vueltas a la tuerca?

Creo que 1917 debe llevarse el premio de cinematografía, plasmada con sensibilidad y destreza técnica por el experimentado Roger Deakins frente a una historia sin demasiado argumento, pero que igual gana a mejor filme, edición, diseño de producción, efectos visuales (en rivalidad fuerte con El rey león, que no funcionó como se esperaba), sonido y mezcla de sonido, categorías en las que compite de cerca con Ford vs Ferrari, y director (Sam Mendes, que volvería a la palestra de estos premios después de hace veinte años cuando ganó por Belleza americana, obra maestra del desencanto): a la Academia suele gustarle este tipo de filmes bélicos en los que se ensalza el heroísmo con cierto toque maniqueo. En este sentido, quizá le den el premio a Jo Jo Rabbit por guion adaptado: todo lo que suene a antinazismo ha sido usualmente muy bien recibido.

En actuación femenina está muy cantada, literalmente, la de Renee Zellweger por Judy, una de esas biopics que se sustentan en la interpretación protagónica, si bien se podría dar alguna sorpresa como el año pasado; en la categoría masculina la de Joaquin Phoenix por Joker es también altamente probable, si bien ya debiera tener el premio desde antes (The Master, Her); su actuación se complementa con la gran banda sonora de Hildur Gudnadóttir, mi favorita junto con la de Thomas Newman por 1917. La canción ganadora, no habría que pensarle mucho, se orienta a (I’m Gonna) Love Me Again de Rocketman, propuesta olvidada en esta entrega pero superior al biopic de Freddie Mercury, incluida en la anterior edición.

En las actuaciones de reparto suenan Laura Dern por Historia de un matrimonio y Brad Pitt por Érase una vez… en Hollywood. Por su parte, Mujercitas debiera ganar por vestuario, si bien extraña que no hubieran nominado a Greta Gerwig, su directora, cuando la integraron anteriormente por una película menor en comparación: política pura, era el año de la reivindicación femenina; en esta tesitura, el reconocimiento a maquillaje y peinado, categoría ahora con cinco películas contendientes, podría ir a parar a manos de El escándalo (Bombshell), cinta que de haber aparecido hace un par de años, estaría nominada en más renglones dada la tendencia imperante en ese momento.

Como mejor documental se apunta el impresionante American Factory, imprescindible para quienes estén interesados en el mundo del trabajo y el choque intercultural, seguido en probabilidades por The Cave, drama humanista de alta especialidad, y Honeyland, también nominada en la terna de película internacional. El corto animado irá para Hair Love, centrado en las dificultades de un padre afroamericano para peinar a su hija, y el de acción en vivo se inclina hacia The Neighbors’ Window sobre una madre acosada. El premio para el corto documental puede ser para Learning to Skateboard in a Warzone (if You’re a Girl), desarrollada en Afganistán y con la suficiente carga política para inclinar la balanza


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