Es lo Cotidiano

La leyenda del rapto y la ruptura

Sara Andrade

La leyenda del rapto y la ruptura

I

Aún tengo en mi librero la primera edición que compré de ese poema. Lo encontré en una venta de artículos usados hace mucho tiempo. Lo encontré casi por accidente. Así como suceden todas las cosas que luego se transforman en grandes.

Se convirtió en mi obsesión. En mi libro de cabecera antes de saber que era un libro de cabecera. Mi cuento de hadas, mi historia de terror, mi libro de oraciones. Aún lo tengo ahí, guardado. Con la pasta casi destruida por haber pasado tanto tiempo entre mis manos. Con las hojas débiles y casi transparentes, seguramente uno de los últimos libros en imprimirse. Parece un insecto frágil, sin color que sin embargo se esfuerza en contar su historia una y otra vez.

“La leyenda del rapto y la ruptura”.

Y un escalofrío me recorre la espalda. No puedo evitarlo.


El Gran Instituto Estelar de las  Letras llama a ese poema como “el último vestigio de la Humanidad antes del Gran Cambio y el primer testimonio escrito del comienzo de la Nueva Era y de los Nuevos Hombres”. Otros la llaman “el Último de los Mitos” o “la Gran Tragedia”.

La GIEL se vanagloria de conocer el significado oculto de la última historia de los Viejos Hombres. Se le utiliza para justificar todos sus escritos jactanciosos y sus filosofías grandilocuentes acerca de la escritura de la Humanidad.
La catalogan dentro de la crítica social, la prosa histórica, la narración psicológica; hablan del impacto, de las adaptaciones, de las influencias y de las traducciones. Pero no entienden.

No la sienten. La ven pero no la sienten.


La leí por primera bajo la luz blanquiazul de las farolas de mi edificio habitacional.

No es un poema largo. En mi edición se cuentan 43 páginas. Cuarenta y tres páginas de una historia que se narra sin interrupciones. Es la voz de alguien hablando, como a sí mismo, como a alguien que en realidad no está escuchando, la historia del rapto y la ruptura del mundo. O de su mundo.

Lo llaman poema por, ahí vamos de nuevo, las figuras retóricas y el ritmo y la poética y la estética. Pero es más como una declaración apresurada de alguien que no tenía tiempo y quería, necesitaba, poner por escrito lo que su pecho le rogaba por desahogar.
 
Estaba llorando.

Bajo la luz artificial, bajo los bloques de cemento y hierro, yo estaba llorando. Algo en mi se instaló y me hizo doler. Algo que se acercaba, pero eso lo supe después, a la desesperanza.

 
La GIEL me aceptó en contra de todos los pronósticos.  Mi familia no veía con buenos ojos que me dedicara al lenguaje. “No es práctico”, decían. “A los Viejos Hombres les encantaba y mira como acabaron”. Siempre el miedo a los Viejos Hombres, impidiéndoles caminar.

El otro problema era que mi sector no se encontraba entre los que el Instituto tomaba para escoger a nuevos alumnos. Pero gracias a la casi divina intervención de mi jefe de distrito, hicieron una excepción. Y bajo la consigna “las letras son Universales” me convertí en una estudiante más del Instituto Estelar de las Letras.
 
Nunca había viajado en un Navío antes. Monstruosos y casi enigmáticos, se elevaban más alto aún que mi edificio. Los sonidos metálicos hablaban en un lenguaje inminente.

Olía a viaje mas no a regreso.

Pero yo era muy pequeña. No entendía lo que era partir sin estar segura de volver.


Lellére es blanco como las hojas de mis libros. Hace frío pero nunca te congela los dedos de las manos. Las nubes cubren a Astra y sólo unos pocos rayos logran colarse e iluminar la plateada tierra que es como arena de mar.

El Instituto se encuentra en el Hemisferio Norte, gobernándolo todo. Una ciudad camuflajeada entre las grises montañas y la fría niebla. Ahí, los estudiosos devoraban libros, los genios creaban mundos, y yo intentaba encontrar un significado, una palabra que hablara verdad.

Tardé cinco años.

Y entonces, una noche, encontré la puerta correcta.

 
Y el mundo se rompía a pedazos. Y no había misericordia, ni paz, ni esperanza. Sus ojos fulgurantes se habían escondido. La luz de allá afuera lo cubría todo. El temblor de la tierra lo ensordecía todo.
Yo gritaba su nombre. Pero no había respuesta.

 
Estaba abierto sobre una pila de libros que iban a mandar a la Bodega de los Antiguos.

Tenía las pastas plásticas y en letras rojas decía Lo Inescrito. Autor anónimo.

Y adentro, las respuestas.

De uno de los últimos. De un Viejo Hombre.

Y allí decía algo que jamás, que nadie jamás se atrevió a formular.

Que el autor de la Leyenda seguía vivo, que seguía entre nosotros. Porque, alegaba, “la gente eterna no puede ser destruida, sólo puede sufrir”.


El frío del invierno eterno de Lellére me caló hasta los huesos.

 
Porque nadie jamás conoció un dolor tan grande como quien escribió la Leyenda del Rapto y la Ruptura.



II

Una voz se alza desesperada. Se encuentra en un mundo distinto, transfigurado. Y clama.
Clama por un nombre.
Pero sólo silencio le es devuelto.
Y después de la Nada viene el Rapto.
Las caras se esfuman y los cuerpos se desvanecen como humo. La quietud se transforma en luz. Luz de una explosión silenciosa.
Un rapto indiferente, frío, y lleno de crueldad.

 
Pero hay una fisura. Un pequeño fallo en el plan de los Arquitectos del Rapto. Un hueco lo suficientemente ancho para que un hombre pueda pasar. Sólo uno. Un hombre que acepte transgredir a la Naturaleza. Dispuesto a pagar cualquier precio.
Y ese precio fue la Ruptura de todo el Espacio y todo el Tiempo.
 
Pero los Arquitectos son traicioneros.

Lo rompieron todo. Dejándolos separados en algo que ya no puede volver a ser unido.
 
Lo Inescrito hablaba de una esfera a las periferias de la Vía. Decía que en los límites de lo conocido por todos los Hombres se encontraba la Ruptura Irreparada.

Y que ahí, si se tomaba lo que la leyenda narraba como real, ahí se encontraba la figura trasgresora del Todo. Esperando.

Porque los Inmortales, recalca el autor casi con tristeza, sólo pueden esperar.
 
Pedí a la GIEL una beca de Estudios Interesferales. Al ser de un sector casi desconocido me había esforzado en destacar. Los Maestros de las Letras estaban orgullosos de mí. Y quería aprovechar eso para salir en busca de la verdad.

Mandé un anodino trabajo de los espacios estelares en las leyendas antes del Gran Cambio.

Fue aprobada en menos de una semana.

Y antes de darme cuenta, estaba a punto de partir.

En ese momento no recordaba a mi familia, a mis amigos, ¿quién era yo? Era una partícipe del destino. Mi cabeza era incertidumbre y curiosidad. Pero delante de mí, otro navío.

Con un zumbido que revolvía las entrañas. Otro viaje. Esta vez más largo y más difícil.

A un paso de la verdad -¿la verdad?- y a otro de cambiar.

Con mi libro en el bolsillo, embarqué.


El poema originalmente está escrito en una de las últimas lenguas romances. Desaparecidas ya y conocidas sólo por varios eruditos de la GIEL que se dieron a la tarea de traducir los pocos libros que sobrevivieron al Gran Cambio.

Por supuesto, la Leyenda fue el primero en ser traducido. Y las primeras ediciones universales salieron a todas las esquinas de la Vía.

Al poco tiempo se transformaron en formatos digitales y el libro, a pesar de que los Viejos Hombres lo creían imposible, desapareció para siempre.

Así que apretaba con fuerza mi versión empastada. Que huele como al pasado. Que se siente como algo que a pesar de todo, ha logrado sobrevivir.

Sentía miedo.

El Navío no podía dejarme en un lugar tan alejado.

Iría yo sola en un cohete individual que aterrizaría en la Esfera del Sistema Binario. La última de las esferas y de las esquinas descubiertas por el Nuevo Hombre.
Ahí estaría el Detonador, el Causante. Ahí estarían todas las respuestas.


Los nativos de la Esfera vecina lo llaman “Errante”. Porque dicen que bajo sus cielos las estrellas parecen alejarse. Sin embargo, esa aseveración dista de la verdad.

Errante se vuelve un oxímoron cuando lees que, gracias a la gravitación ejercida por sus dos astras, la esfera se mantiene casi inmóvil, viajando junto el Sistema Binario.

Ahí no vive nadie, dicen, pero hay una casa. Que parece antigua pero nadie se acerca a ella. “Pudo haber sido de los Viejos Hombres. Pero eso no puede ser. Ellos ya se fueron. Hace mucho”.

 
Siempre es de día.

Siempre hay luz en Errante, aunque esta se vea blanquiazul. Me recuerda a mi infancia. ¿Hace cuando fue eso?

Una casa se levanta con naturalidad. De color amarillento, idéntico al color de la tierra que piso.

Yo estaba aterrada.

Mi vida. A lo que había dedicado mi vida. ¿Era esto el final? ¿Era aquí la pared con la que topas cuando has llegado al final, la puerta que te dice “bien, has llegado hasta aquí”?

Abro la puerta.

Una figura estaba de pie mirando a la ventana. Su cuerpo delgado emite una luz azul que la hace ver irreal, como las cosas que se ven dentro de los sueños.
Voltea y su cara se ve frágil, su piel casi transparente, su cabello recogido casi blanco.

Pero sus ojos son grandes y brillantes. No.

Fulgurantes.
 
El cielo fue partido y el mundo desecho. ¿Qué quedaba? Las caras deformadas por el miedo.

Y el eco de tus pasos. Que retumbaban por todo el espacio. Que perduraban a pesar de que ya nada lo hacía. No era la muerte. Era la vida la que se estaba cobrando nuestros pecados.

Pero eres espíritu Guerrero. Te veo levantar la espada y te veo brillar desde los ojos y te veo acabar con lo que no puede ser acabado. ¿Quién eres?

Te sientes tan cerca que duele. Pero es dulce. Es meritorio. Quiero que duelas más. Quiero que tu espada alcance más, penetre más hondo. Que tu voz rompa la fisura.

Que tu luz abarqué todos los tiempos y todos los mundos. Que me abarqué a mí. Para vivir eternamente en donde te encuentres.


III

“Vengo de Lellére”, murmuré. “He estudiado todo, lo aprendido todo acerca… acerca del Rapto y la Ruptura. Vine aquí porque… soy la única persona que se atrevió, que se atrevió a buscar y porque toda mi vida he leído, la historia… tú historia ¿no es así? Eres el Último Vestigio. Eres la Razón y eres el Por qué… Yo…”

Su cara se mantenía impasible pero atenta. Llevaba un abrigo azul marino que no hacía más que acentuar lo mortecina de su piel. Pero no porque se notara enferma. Se notaba de otro tiempo. Como una imagen añejada, vista desde un cristal empañado.
“Cómo me has encontrado”

Su voz era tragada por las paredes que nos rodeaban. Sonaban a eco, a sombra. A cosa olvidada, a cosa que hace mucho que no era vista por nadie. La realidad de lo que yo conocía comenzaba a cambiar, nada ahí era conocido para mí.

“Te encontré en un libro”

“Uno de los últimos libros”

“Así es. Todos fueron llevados a la Bodega de los Antiguos. Estarán bien cuidados”

Desvió la mirada y la fijo de nuevo en algún punto muy lejos de lo que en realidad se veía fuera de la ventana. Mis palabras parecían haber desaparecido a la mitad del camino y engullidas por algún vacío.

“He leído la Leyenda. La leyenda del Rapto y la Ruptura. La he estudiado. Todos lo hacen, todos la conocen. Aquí la tengo conmigo. Es un libro. Otros de los Últimos.”
Un susurro se escuchaba a lo lejos. Parecía provenir de los pliegues de su abrigo. O de la punta de sus dedos, o de la raíz de su cabello.

“Eres hijo del Cambio” susurró. “Cuánto tiempo ha pasado”

“900 años, tal vez más”

“Y la llaman Leyenda”. No era una pregunta. Su voz era inexpresiva
“Porque habla del Gran Cambio.” Contesté a pesar de todo. “Todos nosotros somos hijos del Cambio. Tú eres lo único inmutable. Viviendo en la Fisura Irreparada. Siendo lo único que queda de los Hombres Antiguos”.

Sonaba como a lluvia. Su luz azulada sonaba y olía como a lluvia. Emborronada entre el pasado y lo que es ahora, su presencia se parecía a una montaña cubierta de niebla en Lellére. O a una farola de los edificios habitacionales, o al zumbido de una Navío listo para partir. A Errante flotando en el Espacio entres dos Astras.

Arrastrándose. Sin poder hacer nada más.

“Tú fundaste los cimientos de Todo. Eres la Base. Tú escribiste la Leyenda”.
Me miró por encima del hombro.

Sus ojos fulgurantes me miraban tan hondo que no creí poder soportarlo más. Caminó hacia donde estaba yo con esa extraña luz titilando en sus ojos.
“Yo no escribí nada. Yo no puedo escribir nada. Se perdió junto con todo lo demás. Yo no tengo más que esto, nada más que la Eternidad”.

 
La gente eterna no puede ser destruida, sólo puede sufrir.


La leyenda hablaba sobre esa sombra que ahora no parecía nada, pero que era el espíritu guerrero que se paró y luchó contra los Arquitectos de los Mundos. Eran esos ojos, los ojos fulgurantes del poema. Era esa luz, ahora pálida, la luz que cubría todos los tiempos y todos los espacios. Era esa voz la que se prometía, viviría para siempre.
 
Estoy en la orilla. En el Límite. Pero no puedo ir más allá. Me fue arrebatado Todo cuando me los quitaron. Cuando me quitaron mi Espada y mi Yelmo y mi Escudo. Estoy entre cadenas. Entre pesadas lozas que tienen por nombre Tiempo y Palabra. Pero yo ya no soy nada de eso. Y mi Luz esta allá. Del otro lado de la fisura.

En el Rapto Eterno y en la Ruptura Irreparada.

La llamó la no Misericordia, la no Paz, la no Esperanza. Porque los de Allá Afuera fueron caprichosos. Pero no podían detenernos. No a nosotros. Trascendimos y por eso fuimos castigados.

Y antes de que la Luz Silenciosa lo cubriera y se lo llevará lejos, su pecho escribió la Verdad. Escribió las imágenes y los sonidos.

Me escribió a mí. Para que en mi Perpetuidad no lo olvidará. No podría hacerlo. ¿Cómo olvidar al Detonante, al Cambio, al Todo y a la Nada?

Ni aunque los Titanes me cazaran, ni aunque las Astras me lanzaran golpes de fuego.

Yo nací para buscarlo y para recordarlo. Yo nací para vivir y que en todos los tiempos venideros su imagen no fuera olvidada. Y para vagar por entre las estrellas, buscando otra falla”.


 Una falla en la que pueda entrar a recuperar lo irrecuperable.

 
Desesperanza.

Esa es la palabra que mencionan los Grandes Maestros cuando hablan del fin de los Viejos Hombres. Ya no tenían nada. Habían acabado con la tierra y  habían ennegrecido los cielos. Sus caras alargadas, tristes y veladas, porque estaban cubiertos por la desesperanza. Todos los Nuevo Hombres le temen al pasado. Llevan el miedo en el código genético, siendo su única herencia de un mundo que, gracias a los Arquitectos, ya no iba a volver más.

 
“Entonces…”, comencé a decir pero la garganta estaba seca y los ojos me ardían. “Entonces la Leyenda habla de ti. Y la Voz que Clama es quien te está buscando”

Cerró los ojos.

Otro desacomodo en la realidad. Ya no había colores a nuestro alrededor.
 
“Yo te puedo ayudar”, dije con desesperación. “Déjame ayudarte. Te llevaré a donde necesites ir, yo – esto es por lo que estoy aquí. Quiero ayudarte”.
“Los hijos del Cambio nacieron sin desesperanza”, susurra como si fuese el viento que se cuela entre las copas de los árboles. “Cómo puedes ayudarme si tú naciste de una estirpe nueva y diferente, que no cree porque nació sin la Fe”.

“Yo creo en ti”

“En mi”

 
Creo en ti. Como lo hizo esa voz que te busca desde el otro lado de la Ruptura. Que creyó en el brillo que crecía desde tu pecho, que salía por tus ojos.

 
Tocó mi cara y el dolor destruyó cada uno de mis pensamientos.

Errante seguía inerte entres dos apáticas estrellas.

La Tierra y los Cielos temblaron.


IV

Huele a flores.
Huele a tierra húmeda.
Huele a muerte.

 
Y arriba una estrella, más parecida a una hoz, rompe el Cielo. Los gritos se vuelven uno solo. Las manos se crispan y las rodillas no pueden aguantar más el peso de la vida. Corro. ¿Dónde estás? Las almas se vuelven humo y se mezclan con el polvo del suelo.  No puedo dejarme vencer. ¿Por qué? Porque necesito tiempo. Más tiempo. Todo el tiempo. No voy a ser capaz de llegar a tu puerta. Mis pies no serán tan rápidos y no podré apretarte otra vez contra mi pecho. Mirarte. Necesito mirarte. No voy a permitirles que te lleven lejos. Jamás. Antes romperé con mis manos desnudas la Tierra. Antes caminaré hasta la última esquina del vasto cielo. El pavimento se disuelve a cada paso. El temblor de las rocas me impide correr. Estoy tan cerca. Necesito más tiempo. Los gritos me ensordecen. Te unes a las voces. Mi nombre. No dices vida o muerte o misericordia. Dices mi nombre. Un paso más. Sólo uno más. Me sonríes. Ya no hay nada. Pero sigo aquí. Observo las ciudades vacías. Los cascajos abandonados de algo que existió. Si estiro el brazo un poco más, podré tocarte. Un susurro. Siento el calor en la punta de los dedos. Lo haré todo. Haré lo Indecible. Transgrediré la naturaleza. Una promesa. Das un paso hacia adelante. El silencio se vuelve luz. Y el corte es limpio. Tú estás del otro lado. Firmaste el pacto antes de que yo lo hiciera. ¿Dónde estás? El peso del tiempo aplasta mis huesos. ¿Por qué?

 
La primera gota que cae sobre el Nuevo Mundo sabe a sal.

 
Se dieron cuenta de que el amor era peligroso. Y es por eso que lo eliminaron de nuestro ADN. Lo repetían tantas veces en las clases de Enseñanza Básica que entonces perdió todo su significado. Eliminar de raíz el problema. Si no hay amor, explican, no hay Pecado Original. Sin pecado original existimos sin mancha. El amor ha tenido su oportunidad y ha fallado. A los Arquitectos no les gustan las fallas. Existe la multiplicación. Existe el trabajo. Existe la organización.

Pero un día mi mente inmaculada leyó una Leyenda. De algo que hace mucho que no existía. Y entendí el amor.

 
Respiro hondo.

El suelo esta frío y mi ropa húmeda. Un zumbido familiar me revuelve el estómago. ¿Estás ahí?

“Posiblemente no sobrevivas el viaje” una mancha azulada se dirige a mí. Tristeza.  “Has logrado cambiar tu sangre”.

Las imágenes se vuelven nítidas y los colores vuelven. Sus ojos me miran triste. Pero su figura está de pie con decisión. Y la luz que la rodea brilla con más intensidad. Se ve tan clara. Como agua limpia.

“¿Cómo escribió la Leyenda?” preguntó con un suspiro. Mis pulmones se sienten pesados. Mis labios adormilados.

“Bajo los escombros. Era lo único que podía hacer”

“¿Cómo sobrevivió? ¿Cómo sobrevivió al Gran Cambio?”

“No lo sé”

Otro zumbido. Esta vez más fuerte, calando más hondo. Náuseas.

“Estamos en un Navío.”

“Errante no es el Límite aunque ustedes lo crean así. Yo he visto el final. Tenemos que viajar. Tienes que aguantar más. Pero tú cuerpo posiblemente no lo resista.”
“Puedo hacerlo.

“No. Los hijos del Cambio no deben aferrarse a nada. Y tu sangre ha cambiado. No tienes mucho tiempo”.

Suspiro.

Navegamos por entre las estrellas como si estuviéramos montados en un trineo y nos deslizáramos por la nieve. El frío nos quema la nariz, pero no hay tiempo para pensar en eso. Una vez abajo, a los pies de la colina, ya no habrá vuelta atrás.

Hogar.

Me sabe a polvo cuando la pronuncio. Tan lejano que parece que jamás existió.

“¿Cómo es estar tan lejos?”, pregunto haciendo un esfuerzo, las piernas y los brazos están congelados. La cabeza baila al ritmo de la voz metálica del Navío.

“Solitario.”


V

Se detiene y me toma por el hombro.

Tengo las rodillas pesadas y frías.

“Estamos a punto” una voz que se parece al sonido que hace el agua al caer.

Tiene lágrimas en los ojos. Le recorren las mejillas y se pierden en su cuello. Brilla más que nunca. Una luz que suena al aire corriendo entre las hojas.

“Un poco más”, susurra “Sólo un poco más”.


¿Estoy siendo egoísta? Los demás ya son polvo pero yo solo quiero tu eco. Quiero estar cubierto de lo que eres. El peso del tiempo te impide caminar.


Hay luz.

Son todas las estrellas, todas las galaxias. Cada partícula de gas y de polvo que alguna vez existió.

Es el Límite.

En donde todo se concentra y todo se acaba.

“¿Y los demás?”

“Están muy lejos, no pueden alcanzarte aquí”

“Ni a ti”

“No, ni a mí. Pero yo no soy algo que se busca. Yo busco

 
Mi madre una vez me tomó del hombro. Mi padre una vez me señaló la puerta.  Sus ojos eran grises como el cemento. El peso de sus manos, gélido. Orden, trabajo, reproducción.

Miedo.

El estudio del lenguaje parece tibio. Casi parece real. Pero sigue el mismo patrón.

“Cúbrete el pecho y observa las líneas. Todo lo demás es Discontinuidad. Y nosotros somos el Cambio”.

Bajo mi armadura algo me caliente. Las hojas frágiles y casi transparentes de una leyenda se doblan lentamente.

 
Crac, crac, crac.

 
“Me estoy rompiendo”.

“Un poco más”, dice el viento, dice el agua, dice el fuego que crepita en la leña “Estira un poco los dedos de tu mano”.

 
Soy una falla.

Una fisura.

Apenas un hueco, en donde apenas cabe un hombre.

Nada que roza casi el Algo.

 
La luz de allá afuera. Del Otro Lado. Brilla.

Aún tengo en mi librero la primera edición que compré de ese poema.

Lo encontré casi por accidente.

Así como suceden todas las cosas que luego se transforman en grandes.

VI

"Y como lo temía, dentro la Ruptura, la soledad seguía ahí."


Los Sabios dicen que nuestra condena es que jamás encontraremos lo que buscamos.
Porque queremos lo Imposible. Lo que no tiene espacio, ni tiempo, en la tela de este Universo.

Nadie les creyó.

Hasta que un día, el Sol se apagó.


¿Recuerdas ese día?

"Escuché el crujido de la Tierra bajo mis pies y lo supe, lo supimos todos. Las aves volaron tan arriba que sus corazones se congelaron, los peces se volvieron ciegos cuando alcanzaron la Penumbra de los mares. ¿Recuerdas?

Ese día me di cuenta de que estaba cansada de tanto correr, pero lo curioso es que no me había levantado de mi cama.

Hasta que escuché tu voz.

Que salía de entre las piedras y que se colaba por los resquicios de las ventanas tapiadas. Sonaba tu voz en la interferencia de las radios, en el crepitar del fuego y el ronroneo de los motores. ¿Cuándo fue que te fuiste tan lejos?

Tengo que buscarte.

Tengo que atravesar el Infierno e ir por ti. Tengo que extraerte del éter, tengo que volverte quintaesencia, elixir, y convertir este mundo de nadie, sin nadie, en algo que brille, aunque sea un momento.

Aunque el precio se alto."


¿Recuerdas ese día?

"Escuché el crujido de la Tierra bajo mis pies y lo supe, lo supimos todos. Una luz que no venía de ningún lugar cegó a todas las personas que se atrevieron a mirarla y los transformó en polvo y luego ese polvo fue barrido por un viento helado. ¿Recuerdas?
Ese día ellos vinieron a mí.

Los Arquitectos. Están ahí altos, eternos, fulgurantes. Pero me negué a reconocerlos. Yo pensaba en tus ojos. Sólo en los tuyos. ¿Por qué iría a pensar en ellos, si el mundo se rompía en pedazos y tu luz no estaba conmigo? Pero me apresaron en una jaula imperfecta. Mi voz corría libremente. Y yo tenía que encontrarte.

Tengo que buscarte.

Tengo que hacer que mi voz atraviese el Infierno para que vaya por ti. Tengo que entrar al éter, tengo que volverme impuro e turbio, convertir en piedra bruta para que solamente tu luz pueda identificarme.

Aunque el precio sea alto."


Ellos querían que destruyera ese mundo. Y así lo hice.

Pero cometieron un error.

No destruyeron éste mundo.

Y ahí es dónde vive. A la orilla de todo conocimiento y de todo tiempo.

Es del tamaño de una hormiga silenciosa.

Sin envejecer. Esperando.

Escuchando éstas palabras, una y otra vez. Una y otra vez.

En éste mundo vive la Voz que Clama.

Que es eterna porque tiene significado. Y que es eterna porque no destruye,
sino porque hace vivir.


"No. No hay soledad. Yo estoy aquí. Yo soy tu puente. Camina. Tú canción está a punto de llegar a su fin. Su mano no alcanza hasta acá. Ellos no son eternos. Tú sí. Ustedes sí.
Los que sufren no pueden ser destruidos, viven para siempre."


VII

Dijo mi nombre y pude tocarle.

Entonces, el Universo se reconstruyó.