Es lo Cotidiano

POESÍA

Taparroscas

Óscar Luviano

Óscar Luviano
Tachas 351
Taparroscas

Uno
Este niño que se cuelga de mi brazo
—¿No la va a abrir, profe?
y señala la botella de Coca Cola entre mis manos.
Carecemos de oráculos y profetas:
en las entrañas de los pájaros no hay más que humo,
Y plomo, y una noche que chirría desvencijada
escupiendo plumas.
Por ello buscamos al futuro en el golpe de gas carbónico
Contra la garganta,
en el golpe de azúcar que inflama el corazón,
esto que nos resuena en las tripas como
el tañido una campana sepultada.
Este niño sabe cuanto yo no sé:
en el reverso de la taparroscas de mi Coca
está escrito el futuro.
No el que se descifra
encerrado en la corona hueca que del disclaimer
*se aplican restricciones

Una recarga de cien pesos, Un viaje para dos, Boletos de cine al 2x1, figuras coleccionables,
calcomanías de tu caricatura preferida, descargas musicales, un coche del año, el sueldo de
un año, refrescos gratis con más taparroscas con premio en ellas,
el porvenir en una bocanada de hiperclucemia,
pero sobre todo,
pero sobre todo esta promesa:
“Sigue participando”.
Pronúnciala contras miss párpados cerrados
cuando caídos nos aferremos el uno al otro:
“Sigue participando”.


Dos
El rey ha venido de muy lejos,
Allende Avenida Ticomán, en coche propio.
Llega desde lejos para exigir una campana, la mejor.
Una con un tañido como el corazón mismo de la Tierra.
No nos preguntamos para qué la desea:
qué demoniaca prebenda, qué angélica potestad ha de ganarle.
Es un rey en blanco y negro; sus palabras son como hilos
de fango, y en fango ha moldeado a este, su dominio, en grises y sombras.
Ni siquiera nos atrevemos a decirle que nuestro padre se largó
sin pasar la pensión ni heredarnos el arte de forjar campanas:
sólo cavamos la tierra escarchada con dedos desnudos,
nos tomamos la media hora permitida de comida,
abrimos una coca, degustamos el gas carbónico,
y de tanto en tanto, abrazados, pegamos el oído al suelo,
y escuchamos el frío sudor mineral del suelo
cantar como una campana fantasmal, sepultado, esparcida:
“Sigue participando”.)


Tres
Una vez di un taller de poesía a niños en una Casa de Cultura en la que, cuando los vecinos
no se robaban los muebles, la lluvia desbordada los arrastraba calle abajo.
En aquel salón vació les hice leer
como si se pudiera leer en la miseria
algo que no era el reverso de las taparroscas.
Escribían sus textos en tiras de papel rasgado,
y me los entregaban enrollados, como casquillos,
salvoconductos, balas vacías,
costumbres de quien sabe que una cárcel sólo es
una pausa antes de la siguiente celda.
¿Quién puede leer con ojos como de vidrio
tan turbio que sólo puede provenir de alas fundidas?
No importa si de mosca, si de hada.

Aquel niño —al que sus padres abandonaban
al amanecer al puerta de la Casa de la Cultura
como habrán abandonado a otros perros y a otros milagros,
sin un mendrugo, pero con los grises hilos de la voz del amor
pegosteados en una telaraña sobre su pelo—,
era de los que nunca hablaba, leía o escribía.
Estaba en pasmo del que no sé y en el qué jamás estaré.
Le dejaba ser otro mueble en el salón.

¿Qué otro derecho me asistía?
Pero cerca del final, habló por primera vez.
Se recargó en mi brazo, y señaló mi coca
—¿No la va a abrir profe?
Y, tal vez, de saber escuchar, sabría que esto fue lo que me dijo:
“Mi padre se fue sin enseñarme a fundir campanas,
a entrar en las catedrales con la cabeza en alto.
Tampoco entregó su cuota por la plaza:
vivimos en silencio, con las luces apagadas
para que no sepan que estamos ahí.
No masticamos en voz alta, y ni siquiera nos permitimos
abrir una puerta en sueños.”

No diré que tañó campana alguna, pues todas están sepultadas.
El rey en blanco y negro escupe en los colores minerales del pintor de retablos.
Y la catedral —ni siquiera este salón— permanece callada.
Así que le di la Coca, toda la poesía que me quedaba,
plena de perlas enfermas.
—No: ábrela tú. No tires la tapa: igual sacas premio.




***
Óscar Luviano (Ciudad de México, 1968). Narrador y poeta. Cuentos suyos se incluyen en Nuevas voces de la narrativa mexicana (Planeta, 2003) y en Así se acaba el mundo (SM, 2012). Colabora en diversos medios y publicaciones.

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