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Krzysztof Penderecki: sonidos para los tiempos que corren

Fernando Cuevas de la Garza

Tachas 134
Tachas 357
Krzysztof Penderecki: sonidos para los tiempos que corren


Su música atravesó la mitad del siglo XX y las dos primeras décadas XXI, como si se tratara de una especie de soundtrack paralelo, acompañando acontecimientos históricos, fenómenos sociales y sensaciones globales frente a los grandes cambios de la humanidad en este periodo. Enclavadas en las formas clásicas pero con un acusado énfasis en el avant-garde, sus composiciones adquirieron diversas estructuras y texturas musicales, expresadas en géneros diversos y privilegiando la búsqueda de carácter experimental, manifiesta en la composición frecuentemente atonal y en las maneras alternativas de interpretación.

Krzysztof Eugeniusz Penderecki (Dębica, 1933 - Cracovia, 2020) empezó a estudiar piano y violín desde joven y después entró a hacerlo en forma a la Academia de Música de Cracovia, en donde posteriormente fue docente. En los años cincuenta del siglo pasado inició su trayectoria compositiva denotando influencias de los renovadores de la primera mitad del siglo XX como Stravinski, Boulez, Bruckner y Cage. Compuso una gran diversidad de obras en variados géneros clásicos e incluso le entró a la electrónica y al jazz, en ese afán de seguir incorporando alternativas a sus propuestas musicales. Por no dejar, se desempeñó como notable conductor de obras propias y de algunos colegas: memorable es el Concierto para chelo n.º 2, que dirigió él mismo a Filarmónica de Berlín con el chelista Mstislav Rostropóvich como solista.

En los años cincuenta presentó música de cámara (Sonata para violín y piano n.º 1, 1953; Tres Miniaturas, para clarinete y piano, 1956; Tres miniaturas, para violín y piano, 1959); piezas de carácter orquestal (Epitaphium Artur Malawski in Memoriam para orquesta de cuerdas y kettle-drums, 1958; Emanationen para dos orquestas de cuerda, 1959; Anaklasis, para cuerdas y percusión, 1959) y obras en la que se involucraban vocalizaciones (Salmos de David, 1958; Strophen, 1959), que le empezaron a brindar cierta apertura de fronteras, reconocimiento que alcanzó un momento decisivo con la grabación Lamento para las víctimas de Hiroshima (1959), plagada de cuerdas desquiciadas que reflejaban el horror y la angustia de lo que se debió haber vivido; vale la pena la mezcla que realizó Aphex Twin sobre esta obra.

En esos años, compuso música vocal (Dimensiones del tiempo y el silencio, 1961); de cámara (Cuarteto de cuerdas n.º 1, 1960); para películas (Les cloches de Cháteau de Wawee, 1960; El manuscrito encontrado en Zaragoza, 1964) y piezas de alcance orquestal como Polymorphia (1961), alcanzó enorme reconocimiento porque se dejó escuchar en El exorcista (Friedkin, 1973), además del Concierto para violonchelo y orquesta número 1, el Cuarteto de cuerdas número 1 y la ópera Los demonios de Loudun (1968), compuesta con base en un texto de Aldous Huxley; también Stanley Kubrick aprovecharía De natura sonoris I (1966), De natura sonoris IIUtrenja y El despertar de Jacob, para musicalizar El resplandor (1980): dos de las películas esenciales del cine de terror. Del cine, pues.

Soportar la pérdida del paraíso

Con Stabat Mater (1962) y La pasión según San Lucas (1965) propuso innovaciones a la música sacra, retomando su esencia mística y dotando de apuntes vanguardistas a las estructuras musicales como las inserciones atonales y el serialismo, muy en boga durante esa época; escribió el soundtrack para Te amo, te amo (1968) de Alain Resnais. Los sesenta representaron uno de los periodos de mayor excursionismo sonoro y a partir de la década de los setenta empezó a componer sus sinfonías, además de la intensa Kosmogonía (1970), ideal para viajar a confines desconocidos con esos coros que guían el tránsito hacia lo desconocido. Incursionó en la idea de recuperar melodías populares para integrarlas a sus formas compositivas clásicas.

Siguió trabajando de manera prolífica (clave el Concierto para violín n.º 1 y El paraíso perdido, 1978) y ya a mediados de los ochenta terminó de manera casi definitiva –tuvo otra versión en 1993- El réquiem polaco (1984), obra que respondió en su origen a un llamado del movimiento libertario de Solidaridad, en homenaje a las protestas de los años 70’s y que fue evolucionando y nutriéndose para terminar en una obra rica en texturas, emociones y sentimientos que más allá del contexto histórico, social y político, alcanza a tocar las fibras del escucha. Desde luego, empezaron a llegar los reconocimientos, tanto académicos como artísticos, desde esta época hasta el final de su vida.

Los años noventa y las primeras dos décadas del presente siglo, fueron testigos de una gran diversidad de obras y propuestas, en las que el compositor polaco continuó con su producción en los territorios de la música orquestal, de cámara y coral, además de que sus composiciones siguieron utilizándose para la pantalla grande, como por ejemplo en La isla siniestra (2010), en la que le gran maestro Martin Scorsese insertó un pasaje de la tercera sinfonía, o bien cuando otro grande, David Lynch, hizo lo propio utilizando varias de sus piezas, para Salvaje corazón (1990), Imperio (2006) y para la serie Twin Peaks (2017). Sus sonidos únicos para reflejar el estado de los tiempos que vivimos, también se dejan escuchar en Los niños del hombre (Cuarón, 2006), la mejor cinta de su director.

Con su genialidad musical, tanto en términos compositivos como por la incesante búsqueda de formas, estructuras y alternativas, así como letrísticas derivadas de sus óperas y demás temáticas que pretendía expresar a partir de los silencios y sonidos, terminó por constituirse como uno de los artistas clave de nuestros tiempos. Penderecki se erigió, entonces, como uno de los referentes más influyentes del ámbito sonoro del siglo XX y lo que va del XXI como se deja escuchar, a manera testamentaria, en la pieza para piano Aria, Ciaccona & Vivace (2019), acaso la obra final que grabó este maestro polaco, ahora inmortal.    



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