sábado. 20.04.2024
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El irlandés: vacío de poder

Fernando Cuevas de la Garza

Joe Pesci, Robert De Niro y Al Pacino, en una imagen promocional de ’El irlandés’
Joe Pesci, Robert De Niro y Al Pacino en ’El irlandés’ (2019)
El irlandés: vacío de poder

El amor que Martin Scorsese le profesa al arte cinematográfico se manifiesta, además de su labor para la producción, conservación y difusión de las películas y su apabullante cinefilia, en el alma que expresa en cada una de sus cintas, confeccionadas a través de esa intuición visual única, para crear historias a partir de un lenguaje fílmico siempre al servicio de la narración y del abordaje de sus temáticas constantes, como el misticismo (La última tentación de Cristo, 1989; Kundun, 1997; Silencio, 2016); la vida en las calles y las búsquedas personales (I Call First, 1967; Taxi Driver, 1976; Después de hora, 1985; Vidas al límite, 1999); las lealtades y traiciones (El rey de la comedia, 1982; El color del dinero, 1986; Casino, 1995; Pandillas de Nueva York, 2002); las relaciones familiares, sentimentales y de amistad (Alicia ya no vive aquí, 1974; New York, New York, 1977; La invención de Hugo Cabret, 2011) y la locura en diversas formas (Cabo de miedo, 1991; La isla siniestra, 2010).

En la línea de los dramas criminales, una de sus grandes especialidades, como se advierte en la temprana Boxcar Bertha (1972); las clásicas Calles peligrosas (1973) y Buenos muchachos, (1990), así como en el remake titulado Los infiltrados, (2006), y retomando la vertiente del biopic en la que se mueve con gran precisión (Toro salvaje, 1980; El aviador, 2004; El lobo de Wall Street, 2013), presenta ahora con la vitalidad y genialidad acostumbrada El irlandés (EU, 2019), cual summa de sus intereses y enfoques temáticos, así como de sus rasgos estilísticos tanto desde la perspectiva visual como sonora, aprovechando recursos como la elipsis y la temporalidad cual forma de espiral amplia, con idas y vueltas en los sucesos.

Un anciano dentro de un asilo nos empieza a contar la historia, voz en off incluida, recordando un poco al amigo de El Ciudadano Kane (Welles, 1941), del excombatiente de la 2ª Guerra mundial Frank Sheeran, posterior chofer de camión y al final golpeador y asesino a sueldo para lo que se pudiera ofrecer; en complicidad con el mafioso Russell Bufalino, fue ganando terreno en el ámbito organizacional de los camioneros hasta llegar a ganarse la confianza de Jimmy Hoffa, su poderoso líder capaz de hacer temblar las estructuras gubernamentales. Durante tres horas y media vemos cómo entre estos tres hombres se va tejiendo una relación afectiva y de absoluta dependencia que, sabemos, en cualquier momento podría estallar.

El hombre conocido justamente como “El Irlandés” se irá colocando en una posición cada vez más conflictiva, tanto en lo personal como en el ámbito sindical. Poco a poco empezará a escalar peldaños en la estructura sindical pero al mismo tiempo a perderlo casi todo, empezando por la relación con su hija (Anna Paquin en notable diálogo) y terminando con su propia independencia: entre los dictados paternales de su inmisericorde patrón y del siniestro mafioso que lo apadrinó, se irá introduciendo en un laberinto de poder y corrupción del cual difícilmente saldrá indemne. Pero cuando se está metido en un ambiente de tal atracción y con tal margen de dominio, resulta difícil medir las consecuencias y calcular los riesgos.

Del poder a la soledad de la puerta entreabierta

En efecto, el brillante guion del especialista Steven Zaillian, cual exacta pieza de relojería, con base en el libro I Heard You Painted Houses (2004) de Charles Brandt, gravita con sutiles inserciones de humor negro dentro del tono épico y de profundización de los personajes, en torno a tres contextos básicos por completo imbricados, dinamizándose continuamente y mutando según van cambiando las circunstancias relacionales: el que se desarrolla entre el trío protagonista, recordando en ese sentido a La edad de la inocencia (1993) como bien se ha señalado; el de las luchas sindicales por el poder, atravesadas por la presencia de la mafia siempre tratando de colocar a los suyos en la palestra y, finalmente, uno más amplio que toca el asesinato de John F. Kennedy, los conflictos con Cuba y el riesgo adyacente con la URSS.

El trío actoral entrega su mejor interpretación en mucho tiempo, con todo y el convincente efecto para rejuvenecerlos: Robert De Niro vuelve con Scorsese después de 25 años mostrándose en plena forma; Al Pacino, por primera vez trabajando bajo la dirección del maestro originario de Queens, se mete por completo en la piel Hoffa, como lo hiciera Jack Nicholson –en otra tesitura- en la cinta de Danny DeVito de 1992, y Joe Pesci regresa de un semi-retiro para encarnar con el grado de perversidad necesaria al mafioso en cuestión, soltando frases lapidarias y nunca aceptando una negativa. Los acompaña un sólido elenco de reparto representando abogados, delincuentes, sindicalistas y políticos, entre quienes figuran Harvey Keitel, Ray Romano, Bobby Cannavale, Jesse Plemons, Stephanie Kurtzuba (la esposa) y Stephen Graham.

La fotografía del compatriota Rodrigo Prieto resulta tan versátil como demanda el propio argumento, aprovechando los espacios abiertos igual que los sitios a media luz en los que se tejen acuerdos o se dictan sentencias: en tono coreográfico se retratan los momentos grandilocuentes de los discursos, arengas y juicios, así como los espacios más íntimos, justo cuando los personajes van dilucidando sus propios recorridos vitales apenas alumbrados por una lámpara de mesa. La edición de la cómplice Thelma Shoonmaker consigue presentar un relato ágil a pesar de la duración, con esos pasajes que aceleran los acontecimientos y la integración de secuencias que muestran las contradicciones o bien las acciones comprometedoras, usualmente cargadas de agresión y corruptelas.

Como gran documentalista de leyendas musicales del Blues, Bob Dylan, The Rolling Stones, George Harrison y The Band, Scorsese integra canciones de jazz, blues, mambo, rock y lo que proceda para dar cuenta de épocas y ambientes, estados de ánimo y momentos específicos del relato, aderezados también por el score de Robbie Robertson que a su vez acompaña la recreación de las distintas décadas por las que atraviesa los acontecimientos, con todo y cuidadoso trabajo en el vestuario y los establecimientos donde se realizaban las reuniones, así como las transformaciones sociales, políticas y laborales que vemos pasar a lo largo de los años: el diseño de producción es característica de la casa.

Las puertas se mantienen abiertas como si se tratara de invitaciones para entrar sigilosamente, esperar la llegada o, dependiendo de la situación, atreverse a salir con la finalidad de regresar a un mundo solo existente en el amargo recuerdo. La aparente seguridad de los personajes, con todo y la violencia con la que se conducían, encuentra un significativo contraste en la intimidad de sus vidas, buscando reconocimiento y afecto, llenando vacíos emocionales a través de la permanencia en el poder, paradójicamente efímero: la soledad y el aislamiento esperan pacientemente a estos hombres, acaso predestinados a vivir en esas condiciones. Obra maestra.

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