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CRÓNICA

Ora pro nobis, tamarindo y en la sombra

Yara Ortega

Tachas 192
Tachas 359
Ora pro nobis, tamarindo y en la sombra


El Ora Pro Nobis es el responso de las letanías (del vocablo griego litanéia que significa súplica, oración o rogativa), que de ordinario aburridas, ahora en la post-octava de Pascua de Resurrección, adquieren singular devoción y convencimiento. 

Mis primos, los chenchos (Sánchez, pues), lo usaban convencionalmente para indicarse uno al otro qué hacer ante determinada (y comprometida) situación, ante los presbíteros a los que acolitaban en las misas dominicales de El Purísimo Corazón de María. (O la Virgen del Tránsito, para los chilangos). Risión de la banda, porque al pasar frente a la pantalla del cine piojito, con fabulosas matinés de cuatro-al-hilo, alias permanencia voluntaria, hincaban la rodilla y se persignaban. 

Ora, te digo que para mí eres importante. 

Porque oficialmente, en la Casa de Piedra y Flores (más piedra que flores, actualmente las cunas de Moisés son las únicas que han sobrevivido a tres años acumulados de quimioterapia y las temperaturas de más de cuarenta grados a las tres de la tarde, veintiocho que no dejan dormir por las noches) el aislamiento voluntario va por las dieciocho semanas, y el huevoluntario por las casi tres. 

Parece que arrastraron al diablo.

El Padre Nuestro ha tomado una dimensión muy nueva... el hágase tu voluntad es real y sentido; el pan nuestro de cada día, una alquimia en la cocina y un malabar en el bolsillo. Una ecuación en el estado de cuenta bancario... Perdona nuestras ofensas como nosotros (debiéramos) perdonar a quienes nos ofenden es una rutina: una llamada cada día a quien debo pedir perdón por algo... No nos dejes caídos en la tentación una fervorosa enunciación... y el líbranos del mal, menos enjundioso: el mal, casto, está encuarentenado a kilómetros, también, por aquello de tener más de veinticinco años, alta la tensión arterial y baja la moral. 

Ya superamos el ansia febril de escombrar clósetes (ya se nota en las esquinas: a fines de abril, la gente de por estos rumbos ahora saca pequeñas bolsas de basura). Los juegos de mesa ya han recorrido toda la parentela, el Netflix y sus series ha bajado la demanda. Las tareas y clases on-line derivan en tareas interminables; los textos gratuitos y los no, acumulan páginas sin finalizar. Los problemas familiares siguen sin resolver (se). Cada habitación y cuarto se convierte en una oficina-salón de clase-privado, donde todos los dispositivos móviles —el mío, absolutamente sedentario- nos ponen en contacto con el mundo exterior. 

La sana distancia, querríamos que fuera de más de un kilómetro con el consanguíneo más cercano. Ya se rompieron los protocolos y etiquetas, han caído las caretas. Familias de reciente formación se han repartido a casa de sus respectivos padres, con uno o dos retoños a cuestas. La convivencia se vicia. Las verdades salen a flote. Y los recuerdos empantanan la agenda diaria. 

Es casi un ritual sine-qua-non para repeler la culpa y el insomnio, un telefonazo a las nueve, puntual. 

Boutiques y zapaterías que modifican su oferta. Ahora la mercancía son cubrebocas que van desde los 10 y 15 pesos para los más valientes, en tanto valen 50 para los más precavidos, anunciados con letreros hechos con la justificante de estos sí pasan la prueba del aerosol de internet.

Tianguis que eran expresión de identidad y cultura dan paso a anuncios en facebook, con viandas tentadoras a la prudencia. Los tragaderos ahora ofrecen servicio a domicilio o pick-up para llevar. 

Ya ni la campana del basurero convoca a la convivencia banquetera de vecinos. 

No hay vehículos en la vía pública, ni peatones, después de las seis de la tarde. 

A las ocho, la Bendición con el Santísimo en el Santuario Diocesano, luego de la misa comunitaria por los difuntos, puntual marca la hora a contraesquina. 

Las sirenas de Tránsito se intercalan con las de Cruz Roja. Unas anuncian que sanitizan (satanizan, dice la vecina) las vialidades. Otras confirman el alza de accidentes domésticos y la violencia familiar que la Organización Mundial de la Salud anuncia como consecuencia del hacinamiento: Hay que fumigar ese pinche virus

Y como dijera un góber precioso, acá sus pendejos favoritos no aprendemos que los cubrebocas son contraproducentes si no lavamos las manos y antebrazos antes y después de usarlos DURANTE cuatro horas, porque se convierten en el reservorio perfecto del bicho (conavirus dice, insiste y resiste un docto contador), por ser un sitio húmedo y cálido. No entendemos que debemos transitar por el sol y con la cara descubierta al utilizar los pocos andadores y vialidades del centro que no han sido encintadas de amarillo, como en una serie policiaca o de terror; para que un distinguido y afortunado miembro del clan realice en solitario, como bendecido del hado, los trámites bancarios (en cuyas sucursales no explican que para el cajero es una fila y otra para servicio al cliente otra) y las compras para el sustento, relegando a simples tamemes a los otros consanguíneos. 

Memes del subsecretario, encarnando el síndrome de Estocolmo. Garza García, NL. en fase IV. Ley seca. Y aún no llega mayo. 

Contemplamos en los noticieros cómo las estrellas e influencers se erigen en líderes de opinión. Pasivamente, nos tragamos la sacrosanta ira y la consabida envidia de quienes, desde sus perfiles feisbuqueros, se erigen en reputados epidemiólogos fast-track. Que son mentiras. Que es el fin del mundo. Que si igual que el sida, el ébola y otras zarandajas, fueron creadas en laboratorios gringos o comunistas. 

Y el sarampión (que se ensaña con los no-vacunados), el zika, el dengue y chikunguya, agazapados, esperando un descuido inmunitario. 

Y la secre, cola de tamarindo (años de gym y apenas le están germinando los glúteos).

Mejor no salgo, #yomequedoencasa #yotecuidotecuidonoscuido.

Ora, te digo que para mí eres importante. 

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