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Días extraños: 360 grados

Fernando Cuevas de la Garza

Tachas 120
Tachas 360
Días extraños: 360 grados


Vivimos tiempos difíciles. La pandemia y el consecuente confinamiento han traído muerte, pérdida de empleos y angustia generalizada: estos fenómenos, ya presentes, se han agudizado y las diferencias sociales se profundizan, dado que la mayoría de la población no puede simplemente esperar a que toda esta situación pase, sino que necesita salir y ganarse la vida. El encierro puede traer consecuencias peligrosas para el hogar: la convivencia estrecha y permanente no es fácil; el hartazgo y la violencia intrafamiliar, además de la depresión y la tentación de las adicciones, acechan constantemente y quizá con más fuerza, dadas las circunstancias. La preocupación está puesta, también, en un futuro todavía más incierto que el que preveíamos en la “normalidad”, sobre todo en el campo del mundo del trabajo y la economía.

Las dos principales actividades sociales, la escuela y la laboral, se transforman: si bien la educación en línea y el trabajo en casa eran fenómenos en proceso de crecimiento, con este encierro se volvieron cotidianos. La escuela y la empresa invaden el espacio del hogar y los tiempos de las acciones se traslapan; incluso los días empiezan a confundirse y los horarios se dislocan. Las llamadas tecnologías de la información y la comunicación se vuelven fundamentales para seguir fungiendo como estudiante y empleado, en el mejor de los casos, y mantener contacto con propios y extraños: las plataformas virtuales se multiplican y cada día se conoce alguna nueva opción, pero la conectividad en las casas es muy desigual y en muchos casos, inexistente.

Claro, también se presentan oportunidades: el planeta parece estar respirando, junto con muchos de los seres vivos que lo habitan, gracias a nuestro repliegue, al estilo de El mundo sin nosotros (Weisman, 2007); la convivencia familiar puede, en sentido inverso a la violencia, reconstruirse o fortalecerse recuperando el arte de la conversación y el desarrollo de actividades en conjunto; la posibilidad de volver a cultivar los pasatiempos, la lectura y escritura, el disfrute de las películas y series, la música, la pintura, las manualidades, los juegos de mesa y la activación física como práctica familiar; reparar y mejorar los espacios de la casa, organizando objetos y nutriendo afectos. Estamos viviendo días extraños, como si habitáramos un bucle donde pasado, presente y futuro se (con)funden y el afuera se volviera una dimensión paralela, lejanamente reconocible.

Justo una serie televisiva confluye en cierto sentido con el estado de cosas que vivimos, incorporando en su propuesta argumental rupturas de la linealidad del tiempo, la existencia de realidades paralelas u oblicuas según el caso, y la presencia de poderes y fuerzas más allá de la lógica natural; desde la perspectiva de la ciencia ficción atemporal, apunta hacia la construcción de los vínculos afectivos en las relaciones humanas y sus respectivos determinantes contextuales, tanto sociales como familiares: el amor en sus diversas manifestaciones, y la muerte física y emocional, se entreveran en el drama de la cotidianidad suspendida en la incertidumbre y en el encuentro con uno mismo.


Bucles emocionales

Basada en el libro gráfico del artista sueco Simon Stålenhag y desarrollada y escrita por Nathaniel Halpmen dándole cohesión narrativa, Historias del Loop (Tales From the Loop, EU, 2020) es una lacónica serie de ciencia ficción que a lo largo de sus ocho capítulos se orienta a explorar sentimientos y emociones en un contexto donde la imposibilidad sucede y se inmiscuye en los vínculos afectivos de los protagonistas, habitantes de un pequeño pueblo a las afueras de una ciudad que gravitan alrededor de una particular empresa, dedicada a empujar las fronteras de la física y estudiar las interrogantes del universo, en la que se aloja un artefacto cual eclipse, capturado de donde emergen energías más allá de la comprensión habitual.

Si bien las temáticas planteadas se han revisado en otras obras, el tratamiento brindado aquí resuena en la afectividad y los sentimientos básicos del ser humano: el encuentro con la propia infancia para trastocar el presente; los viajes en el tiempo y otras realidades paralelas; el tránsito travieso y revelador a la vez por un mundo que se encuentra pausado; la posibilidad de encontrar el amor de la vida, la ruptura y el enfrentamiento con la infidelidad; la transmutación de los cuerpos y la posibilidad de vivir una existencia ajena, al final propia; el encuentro con el yo infantil o el yo adulto a la manera de El hombre duplicado (Saramago, 2002), llevada al cine por Villeneuve bajo el título Enemigos idénticos (2013), y quien también realizó La llegada (2015), alrededor de la circularidad del tiempo.

Se abordan, asimismo, la cercanía de la muerte en contraste con la visión de la propia vida en la que se escuchan ecos del futuro y el consecuente dolor ante la pérdida inevitable, por más desarrollo tecnológico que se tenga y a pesar de la exploración por territorios inexplorados donde podrían anidarse los grandes secretos de la existencia; la paranoia proteccionista ante las amenazas del exterior y la siempre viva esperanza de recuperar lo perdido, en particular en el ámbito de los vínculos y presencias familiares y de amistad, así como la sensación de nunca terminar de encontrar todas las respuestas, acaso porque no se pueden formular las preguntas precisas.

En cada capítulo cambia el director (Mark Romanek, también coproductor; So Yong Kim, Dearbhla Walsh, Andrew Stanton, Tim Mielants, Charlie McDowell, Ti West y Jodie Foster, cerrando con broche oro) y el protagonismo de los personajes, a quienes vemos más o menos en algunos otros como secundarios. Está el director del Loop (Jonathan Pryce, sabio), su esposa (Jane Alexander), su hijo de brazo artificial (Paul Schneider), casado con una brillante mujer que trabaja en la organización (Rebecca Hall), y sus nietos (Daniel Zolghadri y Duncan Joiner); aparece el romántico vigilante (Ato Essandoh), la joven que no se aguanta a sí misma (Nicole Law) y el matrimonio en proceso de recuperación tras la tragedia (Lauren Weedman y Dan Bakkedahl), cuidando a su hijo adolescente (Tyler Barnhardt) y a su enérgica hija muda (Alessandra de Sa Pereira), entre otros.

El diseño de producción consigue construir escenarios, tanto en interiores como exteriores, donde convive lo antiguo de aliento ochentero, con las innovaciones arquitectónicas y la presencia de robots más propios de la revolución 4.0 o más allá. La constante presencia de espejos, remitiendo a la posibilidad de adentrarse en otros mundos, la toma de fotografías de la abuela y después por parte del niet —solamente de aquello que importa- y los planos detalle de las manos —cual simbolismo de la necesidad de contacto-, contrastan de manera notable con los planos abiertos cuyo horizonte se corta por alguna construcción de original diseño, entre una extraña posmodernidad que parece querer escaparse de los anacronismos en el que se encuentra inserto.

Como un manto que desciende sobre los amplios campos y bosques donde se ubican las casas, bellamente capturados con pausados y elusivos desplazamientos de cámara, suenan las notas del escocés Paul Leonard-Morgan y del maestro Philip Glass, acompañando de manera constante el tejido emocional entre cuerdas y pianos que avanzan entre la nostalgia y la emoción contenida, inhalando por momentos la efusividad para dar paso a sensibles cambios de escalas y rangos afectivos. Un bucle en el que los ríos se congelan en un instante; la vida se pasa de largo sin capturar su esencia; las creaciones robóticas pueden adaptarse o sobrevivir en el aislamiento y los espíritus humanos se resisten a ser olvidados, a pesar de las curvaturas insospechadas del espacio-tiempo por donde se desplaza el amor en todas sus manifestaciones.


 

*Celebro los 360 números de Tachas con agradecimiento y orgullo, a través de esta columna de circularidades. Vamos a dar otra vuelta completa.


 

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