sábado. 20.04.2024
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CRÓNICA

El nonagenario Juan Gelman

Víctor Roura/Notimex

JuanGelman
Juan Gelman
El nonagenario Juan Gelman

1

Este 3 de mayo se reviste de nonagenario el poeta argentino Juan Gelman, quien falleciera hace seis años en esta Ciudad de México, el país que lo acogiera y que él adoptara como suyo.


 

2

Le digo a Juan Gelman que el cielo de Zacatecas es único en toda la República. Posee algo que todos los otros estados no tienen. Dice que es verdad. Su mujer, Mara, le ha dicho en la mañana que lo mira, al cielo, como de orfebrería. Y eso es: el cielo de Zacatecas es como un juguete, con algo de realidad obviamente intangible.

Caminamos bajo una inmensa lona azul. Somos la sombra de un cielo que alguien desconocido pinta todos los días en Zacatecas. Siempre me ha asombrado (en su sentido de pasmo, de maravilla, no de oscurecimiento de los colores, ya que este azul zacatecano jamás podría, en su específico significado lingüístico, asombrarse) esta naturaleza zacatecana.

No creo que algún pintor, y vaya que esta región los tiene, y muy buenos, pueda reproducir ese cielo en su exacta fidelidad. No por incapacidad, no por una escasez en su mirada, sino porque este cielo, sencillamente, es irreproducible. Tal vez los Coronel o los Nava o los Reyes o los Goitia o los Felguérez me digan, desde donde se encuentren, que estoy muy equivocado. Que ese azul al que me refiero, al cual no podría adjetivar (¿azulqué, azul impoluto, azul mi cielo, azul mezcal, azul sampedriano, azul dosfilosiano, azul delrealeano, azul lopezverlardeano, azulqué?), sí es posible reproducir, y están ahí en los cuadros de estos ilustres artistas plásticos; pero yo insisto, vislumbrado en mi terquedad, en que este cielo tiene un color inclasificado.

Cielo de orfebrería, dijo la mujer del poeta no siendo ella poeta.

Y es la mejor definición que yo he oído para describir esa radiante naturaleza de las alturas.


 

3

Bajo el sol doble de la furia y la pena
la vida sigue,
La vida sigue bajo el sol
doble de la furia y la pena.
Sigue la vida y gira
el sol doble de la furia y la pena.
Es un recurso amar a un árbol
y otras humillaciones del paisaje.
El esplendor del tiempo respira
en el hombro de una mujer.
Se alejan pensamientos que
no quieren ser vistos. El sueño
cierra la puerta para
que empiece otro.


 

4

Lo miro ¿el cielo? como si no fuera real: ¿mas es real, acaso, el cielo que miramos todos los días? Si camina uno por La Encantada, por ejemplo, el lago es nada delante del hermoso lago azul que está en los cielos. Yo me imagino, a veces, que Zacatecas es un reino al revés: caminamos en sus alturas y el frío que se produce en las noches es consecuencia precisamente de esta vida de cabeza. Luego pienso que, por eso mismo, Zacatecas es, fue, un sitio minero. Porque está tan cerca del cielo que sus moradores tuvieron que introducirse a las montañas para descender un poco hacia la tierra. Más de una vez me he tirado al suelo para mirar nada más su cielo. Después caigo en la cuenta de que una de las virtudes de este espléndido cielo es que carece de nubes. Por eso su azul es, digámoslo pero sin ser forzosamente una adjetivación, tan intenso que no lo distrae a uno adivinando graciosas formas animales producidas por las nubes, las verdaderas sombras del cielo. Esta intensidad azulácea influye, cómo no, en la vida cotidiana.

De allí que en 2001 los poetas de este lugar rindieran tributo a Juan Gelman, colorista de paisajes, a veces agrios, a veces soleados, a veces negros.


 

5

Los que respetan su ignorancia
merecen más cielo que
los acostados en un banco
que ráspaban con ira,
¿Se hace sola la doble conciencia
donde la huella brilla?
¿Por qué no creer en el sencillo
callejón de la espera?
Allí sustituyen al mundo
con el cantar del universo.
Canta y canta
para sacarnos de aquí.


 

6

Una vez callejoneaba por esos rincones de Dios cuando sentimos el vértigo, porque conmigo caminaba una tentadora mujer de la ciudad. No sé si fue el intenso azul del cielo, o los vericuetos de la andanza, pero nos detuvimos sin ningún acuerdo mutuo sólo para besarnos prolongadamente, en un beso que podría decir que aún hoy no llega a su fin, para confirmar nuestras presencias en esta tierra. Si hubiera que culpar a alguien de esta rienda suelta amorosa, habría que mirar al profundo cielo.

—¿Pero es diferente el cielo de Zacatecas como es diferente el cielo de Oaxaca o el cielo de Guadalajara? —dice el poeta Juan Gelman.

Le digo que no. No quiero decir diferente en ese sentido. No hablo de diferencias regionales ni geográficas. Es otro cielo, como si fuera un cielo nuevo, un cielo acabadito de nacer. Es cuando dice Gelman que su esposa, Mara, le ha dicho que el cielo de Zacatecas le ha parecido como de orfebrería.

—Sí, —dice el poeta José Ángel Leyva-, es como de juguete.

Y yo les creo, porque eso es lo que quiero decir. Ninguna ciudad es igual a otra. Las ciudades son distintas entre sí. Por su arquitectura, por su comida, por su gente, por su lenguaje. Pero Zacatecas es distinta por su cielo azul de juguetería. Por su cielo azul de intrincadas minas, y sé que la metáfora es de una sutil incomprensión porque las minas pueden gozar de colores terrenales, acaso infinitos, mas no de cielos intensos. En una mina lo que menos se aprecia es el cielo, y es de lo que menos se habla, pero por eso mismo el color del cielo zacatecano puede ser de intrincadas minas: porque es único, irreal, quimérico, diamantino, de juguete, como lo apreciara Mara, la esposa de Juan Gelman, el poeta argentino que estuvo en Zacatecas a principios de diciembre de 2001 porque fue su figura el centro del homenaje que se rinde cada año a distinto poeta en su Festival de Poesía Ramón López Velarde, que se había suspendido por dos o tres años (sobre todo por el desinterés de las autoridades políticas y una severa crisis que padeció la Universidad Autónoma de Zacatecas que, se dijo, y de tal tamaño fue su crisis, ya estaba pensando en suspender los pagos, y ésta no es una redundancia, de sus pensiones académicas), y que volvió a ser retomado por el prócer José de Jesús Sampedro, quien ha podido llevar, con prestancia y serenidad, a buen término esta reunión poética anual desde entonces, que llevó por vez primera a Zacatecas a Gelman, a quien le rindieron tributo, el viernes 7 de diciembre por la noche, Magdalena González, Eduardo Hurtado y el propio Sampedro, quien confesara que leer a Gelman y a Bob Dylan, a fines de los sesenta (en su época de adolescencia “demasiado tardía”), ha sido uno de sus nutrientes básicos.

Gelman, conmovido por las líneas que han leído los comentaristas, dice, modesto y humilde, que no sabe si lo que han dicho de él estos poetas tiene algo de verdad, ni si su obra ha alcanzado las elevadas cotas literarias a las que se han referido con abrumadora insistencia sus pares, que no hay mejor homenaje, digo, que el que hacen los poetas a un poeta.


 

7

La pregunta que no tiene respuesta
se convirtió en un sauce
verdísimo y todo su alrededor
canta. Su entraña es
aire, también agua, pasado
de alguna luna que pasó.
En su madera más sutil
el tiempo lloró mucho.
Se apagaban los brazos,
los perros en el fondo,
ayes que no pudieron decir ay.


 

8

De Juan Gelman justamente había leído, por aquellos días, su libro Valer la pena (que congrega 136 poemas en 158 páginas, Editorial Era, 2001), que lo siento —aún hoy- un volumen reconciliado con esos fantasmas que habían aniquilado, de muchos modos, la persona de este grande poeta argentino que recibiera en el año 2000, en Guadalajara, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (después absolutamente desprestigiado con la entrega de este galardón, en 2012, a Bryce Echenique, quien recibiera los millones de pesos en la puerta de su casa para evitarle confrontarse con los críticos que sabían de su costumbre por el plagio literario).

Si no reconciliado, sí más espabilado con los temas que lo han acompañado, al borde del precipicio, en el último cuarto de siglo de su vida: su hijo y su nuera muertos por la dictadura militar de su país y el reencuentro con la nieta extraviada, viviendo una vida separada, otra vida que no es la de los Gelman, pero que Juan Gelman ha sabido que sí es ella, su nieta, la hija de su adorado hijo, porque lo ha visto en los ojos de la joven reaparecida. Después de esta conmoción, Gelman ha escrito, tal vez, con otra paz, con una paz ignorada, una paz metamorfoseada, desconocida. Valer la pena, por eso, quizá sea un libro íntimo, íntimamente turbador, emotivo…


 

9

Así que has vuelto.
Como si hubiera pasado nada.
Como si el campo de concentración, no.
Como si hace 23 años
que no escucho tu voz ni te veo.
Han vuelto el oso verde, tu
sobretodo larguísimo y yo
padre de entonces.
Hemos vuelto a tu hija incesante
en estos hierros que nunca terminan.
¿Ya nunca cesarán?
Ya nunca cesarás de cesar.
Vuelves y vuelves
y te tengo que explicar que estás muerto.


 

10

Delante de estos poemas, que hacen quebrar la voz a cualquiera, la vida se detiene, momentáneamente se detiene. No es posible continuar ante tal lacerante dolor. Pero Juan Gelman, y con él su mujer, Mara, han continuado en el camino. Vigorosos y admirables. Quería preguntarle a Gelman acerca de algunos bellos versos suyos, cómo nacieron, cómo llegaron a su cabeza: “¿A dónde va tanto olvido? ¿Es sangre ciega en los tableros del sur?”, “El día me recuerda que no soy árbol y no tengo raíces de pájaro”, “Cada lágrima es un problema sin solución”, “El viento levanta máscaras sagradas”, “Hay que leer las reglas del espanto en una ciudad con sol”, pero sólo hablamos unos cuantos minutos sobre el cielo zacatecano de juguetería, de ese cielo color de intrincadas minas, sólo hablamos de un cielo de orfebrería que no tiene nubes.


 

11

Y hablo en presente, no en pasado, porque me parece estar conversando, aún, con el poeta nonagenario. Porque cuando uno lee poemas que le asombran de un poeta, lo de menos es saber si el poeta está vivo o mora en un mundo intangible.
 

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