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El mito de Don Juan, de Tirso de Molina a Molière

Jaime Panqueva

Don Juan
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El mito de Don Juan, de Tirso de Molina a Molière

Esta semana, durante un debate alrededor de las reivindicaciones del feminismo contemporáneo, fue posible contraponer dos visiones enfrentadas de las relaciones entre los hombres y las mujeres. Es curioso que con toda la literatura y teoría que se ha generado en las últimas décadas respecto al papel de la mujer de la sociedad y de su marginación sistemática en la toma de decisiones esenciales, muchos de los hombres, buena parte de ellos considerados de mente abierta o por lo menos no conservadores a ultranza, no evoluciona en su forma de pensar. Es decir, no salen de las posiciones tradicionales que otorgan a la mujer funciones específicas basadas en su “esencia”; al ser las paridoras de los hijos, por obra y gracia de la naturaleza se desprenden obligaciones de cuidadoras, madres y abnegadas amas de casa bajo la tutela del esposo. Lo que salga de esta norma provendrá de la graciosa concesión que el varón le otorgue.

Quizá para remontarnos en esta patriarcal visión de las relaciones, valga la pena regresar a dos clásicos que versan sobre el mismo personaje. El precursor, Tirso de Molina, aunque se discuta su autoría real, presenta por primera vez en El burlador de Sevilla y convidado de piedra al inmortal don Juan Tenorio. La obra, escrita entre 1612 y 1625, presenta al hombre como conquistador que impone su voluntad sin importar las consecuencias sobre mujeres cuyo cuerpo, objeto de goce, es la recompensa final de arriesgados lances e intrigas. El mismo patrón es abordado décadas después por el gran Molière que estrena su Dom Juan ou le Festin de Pierre el 15 de enero de 1665, en el Palais Royal de París.

Desde entonces, el personaje de Don Juan ha sido depositario también de diversas visiones según el énfasis de dramaturgos, literatos o directores: el abuso de poder, el escepticismo religioso o la pugna por la libertad individual por encima de las convenciones de la sociedad, por sólo mencionar los más importantes. Con todo ello y las diversas sofisticaciones de los siglos posteriores, el Tenorio  se ha mantenido como la figura masculina conquistadora por excelencia en relación con el sexo opuesto. Como modelo, representa una visión singular de las relaciones de género fundamentadas en la conquista y dominación del otro, espoleados por un apetito que jamás es saciado. El cinismo del personaje y su ceguera ante su conducta son un excelente medio para reflexionar qué tanto hemos alcanzado en realidad en estos últimos siglos, y abrir los ojos respecto a lo mucho que falta por recorrer.

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