viernes. 19.04.2024
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Flores del río / Yara Ortega

Yara Ortega

Cancer
Tachas 373
Flores del río / Yara Ortega

Levanto mi puño y, sin ruido, exijo silencio.

Leve, apenas musitó "Hija, ya no puedo... estoy cansada".

No leeré "Fuiste una guerrera", porque habla de un pasado. Las espartanas, como nosotras, nacemos y morimos para o en la lucha.

Nos quitan un seno para poder atesar el arco y no desviar la puntería. No tenemos hombres; ya tuvimos hijos, que amamantamos para que caminaran antes de comenzar su adiestramiento. Lo primero que aprenden es a morir con dignidad. Luego, cómo sobrevivir cuando el monte es su casa y el cielo su abrigo.

No hay princesas, no hay castillos. No comemos manjares deliciosos, sino la cocina sencilla, la que se deja al fuego para convertirse en el potaje que compartimos con los animales de guardia y calor.

Sólo conocemos un enemigo. Y es común. Y cuando aprendemos a morir con dignidad y honor, las lágrimas sobran. El que está al lado es un camarada. Y si lo abaten, con un brazo lo sacamos de la línea de tiro y con el otro blandemos la espada, la glaudium romana, que es corta. No deja mucho espacio para la defensa, pero es más ligera y compromete más, pero es certera.

No nos quejamos. Sólo decimos dónde nos duele. Y aprendemos a preferir la cauterización a las puntadas. Deja cicatrices más grandes, pero para nosotras son hermosas, porque no dejan olvidar las batallas sobrevividas y ayudan a recordar las victorias.

Después de las primeras escaramuzas, como la fruta madura, cae nuestra cabellera. Porque una trenza es rienda o brida para que el enemigo nos sujete, y más vale un cráneo pelado que geste la estrategia para la siguiente, que una calavera desnuda blanqueándose al sol.

Todas somos patricias, no por rango nobiliario que nos distinga, sino por la vocación de nuestros vientres para gestar patriotas y crecer una nación vigorosa, aún sin ser fecundos. Miramos de frente al sol, para acostumbrar a la vista a no deslumbrarse en el fragor de la batalla y perder de vista el objetivo: salir vivas de ésta. Ingerimos lo amargo, lo insípido, lo duro, para acostumbrar a nuestros organismos a nutrirse de lo que a otros mata.

Hay quienes sólo peleamos ocho batallas. Hay otras que librarán hasta ciento y más. Las lágrimas no caben porque estorban la vista.

Levanto mi puño, y en silencio, honro una vida que sirvió para aleccionarme. Levanto mi puño, y que se acallen los arroyos, el viento en las hojas, el cintilar de las estrellas, el canto metálico del esquilón. Que callen los pájaros. Que se detengan las nubes. Levanto mi puño, porque fuimos las primeras en alzar la voz, por nosotras y por quienes vienen detrás. Y rapamos nuestras cabezas, para que las hermanas desde lejos nos identifiquen y sepan que somos unas más del clan del cangrejo.

Que la paz brille sobre las que han luchado con honor, sin miedo o con él, pero con dignidad. Porque si nacimos ha sido para morir. Y las heroínas mueren diciendo "Adelante. Yo no lo conseguí, quedas tú para decir que aquí dejamos todas las ganas de seguir viviendo: peleando".

La Puerta de Tannhäusser se abra para ti. Y luzca su luz sobre tus sienes. La conquistaste.


 

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