Está alegre porque al fin se acostumbró al ataúd; parecía acojinado, pero en cuanto lo colocaron ahí comenzó a atormentarle la dureza de la tabla. A esa constante incomodidad se añadía la angustia por la lenta e irreversible descomposición de su cuerpo.

Ahora ya no le importa, se rasca con fuerza la fosa ocular hasta expulsar los restos del ojo. Le molesta algo duro y seco en la boca, es su lengua, la desprende como si fuera un grueso trozo de mecate y se siente mejor. La carne le estorba para estar a gusto. Se arranca la piel del tórax como si fuera una camisa y la empuja lo más lejos posible. Amontona sobre sus pies el cabello, las uñas, los intestinos. Cuando termina, cruza las falanges de las manos debajo de la nuca y no puede dejar de sonreír.

De repente ya no hay luz. Regresa el desagradable olor a tierra húmeda. El frío le cala en los huesos. Intenta taparse con un poco de piel, pero no puede moverse, ni siquiera puede espantar a la hormiga que cruza por su cráneo. De nuevo está despierto, con el paso de los años se han vuelto más largos sus insomnios, cada vez le cuesta más trabajo reconciliar lo que debiera ser el sueño eterno.

***
Mauricio Miranda (León, 1974). Publicó en el 2007 No morirás del todo con el Instituto Cultural de León y en el 2004 La mujer abeja, Ediciones Media Luna. Becario del Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato (2000 y 2003) y Coordinador del taller de creación literaria de la Ibero León 2006-2008. Director de la Biblioteca Ibero León.

[Ir a la portada de Tachas 377]