viernes. 19.04.2024
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Perder es cuestión de método, de Santiago Gamboa • Jaime Panqueva

Jaime Panqueva

Perder es cuestión de método, de Santiago Gamboa
Perder es cuestión de método, de Santiago Gamboa
Perder es cuestión de método, de Santiago Gamboa • Jaime Panqueva

La pandemia nos ha permitido volver a los estantes de nuestros libreros para encontrar ejemplares leídos hace años y que todavía nos brindan gestos amables. Perder es cuestión de método es uno de ellos. Comienzo a hojear sus páginas y me topo con el autógrafo de su autor, con una fecha que me lleva a la década pasada. Nunca he sido un cazador de dedicatorias, así que me sorprendo leyendo lo escrito hace más de siete años. Así son a veces los regresos a los libros, gratamente inesperados. Y recuerdo un pasaje de esta novela divertidísima de Santiago Gamboa, cuando el periodista Silampa visita un gélido cementerio bogotano, consciente de los riesgos que corre al enfrentarse a una banda de esmeralderos (como se llama en Colombia a una de sus mafias más antiguas, los traficantes de esmeraldas). Mientras manipulo el libro evoco al enterrador leproso que le advierte, “tenga cuidado: la espada de Demóstenes pende sobre nuestras cabezas…” Y ante la corrección inmediata de que se trata de Damocles y no del mítico orador, la contraparte responde con sarcasmo, “es igual, en esa época toda la gente iba armada”. Luego, empiezo a hojear el libro en búsqueda de la cita exacta, con la esperanza de corroborar que mi reminiscencia corresponde con exactitud a lo escrito por el autor. Paso muchas páginas con poco éxito. Tras mucho ir y venir entre papel, el asunto se convierte en obsesión, y decido recurrir a la versión electrónica. En un par de clicks encuentro la escena, ya no en el cementerio, ni en palabras del sepulturero, sino en las de Estupiñán, el exótico jefe de policía que chacotea regularmente con el protagonista. La escena se reconfigura en mi mente con la imagen del gordo Benjumea, quien escenificó al inspector en la versión fílmica dirigida por Sergio Cabrera hace 15 años, con el periodista, encarnado por Daniel Giménez Cacho. Aunque ese diálogo no se recreó para la pantalla, realizo el montaje pertinente en mi imaginación con los mismos personajes cinematográficos. Y decido usar este espacio para eso, para contar cómo lo leído permanece en nuestras mentes juguetonas y frágiles, y cómo se construye, deconstruye y vuelve a formarse a nuestro antojo. Y aprovecho para recomendar esta novela negra de extraordinario humor con empalados, nudistas, esmeralderos y escrituras que funcionan como el mítico Mcguffin de Hitchcock. Vale la pena.

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