viernes. 19.04.2024
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Batallón de San Patricio, de Patricia Cox

 

Jaime Panqueva

Batallón de San Patricio, de Patricia Cox
Batallón de San Patricio, de Patricia Cox
Batallón de San Patricio, de Patricia Cox

Cuenta la historia que aquella mañana del 13 de septiembre de 1847, al mismo tiempo que la bandera norteamericana llegaba a la cima del asta ubicada sobre el Palacio Nacional, por orden del general Winfield Scott se consumaba la ejecución en Chapultepec de los últimos 31 soldados que habían pertenecido al batallón de San Patricio. Con exactitud milimétrica se fustigaron las mulas para retirar las carretas que fungían de cadalso. Estos últimos hombres se sumaron a los otros veinte ejecutados en días anteriores en San Jacinto y Mixcoac, pues luego de la declaratoria oficial de guerra habían cambiado de bando, por motivos políticos y religiosos. Podría decirse que los más afortunados tras la derrota absoluta de las fuerzas mexicanas fueron aquellos que se rebelaron antes de la declaración, pues al caer prisioneros de las fuerzas norteamericanas se les perdonó la vida, aunque fueron azotados en público y marcados en las mejilla con un hierro al rojo vivo con una “D”, por desertores.

De pluma ágil, Patricia Cox teje un melodrama entretenido con este infortunado telón histórico con la historia de amor entre Juan O’Leary, integrante del batallón, y Constancia Uribe, joven mexicana hija de un guerrillero de la resistencia. La trama discurre en medio de los combates hasta el retiro final del ejército gringo el 12 de junio de 1848. La edición, que encontré con algo de suerte en una librería de viejo de la CDMX, data de 1963 y hace parte de un tiraje de 30.000 ejemplares que editó La Prensa en su colección Populibros. Pienso en las similitudes, pero en particular las grandes diferencias entre la novela de Cox y La invasión de Ignacio Solares, publicada más de 40 años después, que contiene narraciones vibrantes de la resistencia ofrecida por la población civil a la entrada del ejército invasor hasta la actual Plaza de la Constitución, ocupada por estos días por otro tipo de frenáticos.

Solares y Cox emplean un marco histórico similar pero sus técnicas narrativas difieren en gran medida. Solares emplea un narrador testigo que recuerda sus años de juventud, mientras Cox un omnisciente que exalta o juzga con igual facilidad a propios y extraños. Solares rehuye del lugar común, mientras Cox se regodea con escenas sensibleras que, por fortuna, supo acotar para no saturar al lector. Sin embargo, con sus diferencias estilísticas y marco temporal compartido, también las une un factor importante que mantiene viva y con buena salud la producción del género histórico: una mirada única y crítica ante los hechos del pasado y la intención de revivirlos a través de la ficción.

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