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De Luis Long a los pasajes del porfiriato: la ciudad como un gran reloj

Luis Eduardo Delgado Aguiñaga

 

Eduardo Luis D. Aginaga
Foto: Luis Eduardo Delgado Aguiñaga
De Luis Long a los pasajes del porfiriato: la ciudad como un gran reloj

Cecil Louis Long Ruding fue un polígrafo y ecléctico inglés, nacido en Londres un 16 de octubre de 1854, asentado en León, donde murió a la edad de 73 años. Lo primero —polígrafo— derivado de sus facetas como joyero, relojero, filósofo, arquitecto, ingeniero y constructor; lo segundo —ecléctico— no sólo por haber sido formado bajo el ambiente cultural de la Inglaterra victoriana y la Escuela de Relojería de Le Locle, en Suiza, sino por la utilización de elementos formales heredados de diversas culturas: desde lo gotizante —francés y británico—, lo neoclásico y el romanticismo inglés, los detalles arabescos y románicos, hasta el modernismo. Alternó la larga tradición constructiva de los pueblos hispano-latinos con las propias tradiciones locales. El resultado va desde la creación de patios centrales hasta los esqueletos de hierro, y más allá: la definición del diseño de paisajes urbanos. Su principal oportunidad para intervenir refiere a lo acontecido luego de la inundación de 1888, pues el problema del agua requería imperiosa atención, tanto para el abastecimiento como para el control de las avenidas del agua que amenazaban año tras año; su época más productiva como constructor está enmarcada por este hecho y hasta los inicios de la Revolución mexicana (Labarthe, 2003; Salceda, 2003; Serrano, 2003; Zermeño, 2012).

Contexto urbano leonés del último cuarto del siglo XIX. Fue la respuesta al alza en la economía local que se canalizó en la intensificación de la actividad constructiva en obras, como engranajes de un gran reloj, para el desenvolvimiento de lo civil, lo religioso, lo productivo y lo doméstico. Hubo un aumento en equipamiento educativo, entre 1875 y 1881 había una veintena de escuelas federales y municipales, para niñas o niños. En 1878 se incorporó la instrucción secundaria con el Colegio del Estado, el cual contaba con un observatorio meteorológico, y las Escuelas de Arte surgen desde 1876. El Instituto Científico y Literario se funda en 1887, diez años después el estado inaugura la Escuela Modelo; a la par, abre sus puertas la segunda Biblioteca Pública Católica —la primera lo hizo en 1883–. También hubo un considerable aumento en la producción de medios impresos de comunicación: entre periódicos, revistas y boletines, el número rebasó la veintena de nuevas publicaciones. León se perfilaba así a complementar su composición urbana; se establecieron además centros de trabajo, hospital y botica —en 1892 hubo una fuerte epidemia de tifo—, teatro (el Manuel Doblado, 1880), mercado (el Aldama, en 1883), cárcel municipal (1899-1902), panteón (el de San Nicolás, en 1899), sitios de esparcimiento, una iglesia más e importantes redes de infraestructura: ferrocarril —rutas: ciudad de México (1882) y Ciudad Juárez (1884), luz eléctrica (1897) y teléfono (1898) —el problema de abastecimiento y control de agua no había sido atendido—. También fue cuando se efectuó la primera exhibición del cinematógrafo (1897). El sector industrial, el negocio, se representaba con la apertura de fábricas de hilados y tejidos —La Americana (1877) y La Esperanza (1894)–; mientras el ocio se proyectó en las construcciones del Parque Manuel González (1883), la Calzada de los Héroes (1894) y su arco (1896). Misma época del natalicio de personajes ilustres como la compositora María Grever (1885) y el torero Rodolfo Gaona (1888) (Gómez Vargas, 2004, pp. 58-61; Labarthe, 2003, pp. 21-22).

La llegada de forasteros. Aunque ya desde la mitad del siglo XIX, a León se le conocía como “La Perla del Bajío” o “La ciudad del refugio” —según Labarthe (2003, p. 9)—, consecuencia de sus atractivas características económico-territoriales, fue después de la recuperación de la inundación de 1888 que, amparada por las políticas porfiristas, se destinaron recursos y se reprodujo el capital comercial que incidió en la posibilidad de construcción y reconstrucción de esos espacios urbano-arquitectónicos —de uso doméstico, administrativo, mercantil, recreativo, educativo y de servicios. Ello, así como las tierras fértiles y el laborío de manufacturas (textil —rebozos y cobijas—, talabartería —sillas de montar y arneses— y precozmente del calzado), propició la llegada de forasteros a avecindarse (Manrique, 1864, pp. 24-25; Labarthe, 2003, pp. 21-23). Un padrón de poblaciones de 1895 daba cuenta de la residencia de 77 inmigrantes. Tres ingleses, uno de ellos muy relevante para el estudio de la historia[1] de la arquitectura y el urbanismo leonés: Luis Long, relojero.

Modernidad y progreso. Luis Long arribó a México en 1873 y vivió en la ciudad de León por aproximadamente medio siglo, casi el equivalente a la duración del proyecto modernizador del militar y presidente, en siente ocasiones, Porfirio Diaz (Labarthe, 2003). A Long se le atribuye la definición y redefinición de los primeros cuadros de la actual ciudad histórica de León a través del diseño de paisajes urbanos —por ejemplo: la parte norte de la plaza principal (Serrano, 2003)— compuestos por casas, palacios, jardines, mercados, conjuntos multifuncionales (casa-habitación, tiendas departamentales, casino, pasajes de transición), escuelas, templos, capillas, puentes, obras hidráulicas, pavimentación, la instalación de una planta eléctrica, molinos de nixtamal y, entre otros, lavaderos públicos. Respaldadas por obispos, gobernadores, comerciantes, banqueros, hacendados e industriales, las intervenciones de Long permitieron concretar aspiraciones basadas en realidades extranjeras de ese sector culto e ilustrado (Salceda, 2003). Europa era el modelo a seguir, a pesar de estar atados al conservadurismo católico mexicano, la simpatía por la restauración monárquica y a mentalidades de la sociedad novohispana ligadas a la vida sobria y austera. Para Long fue la oportunidad de conllevar todo ello a su propia recreación subjetiva, a implantar su sello a través de la plástica con estilos que fluctúan desde 1789 hasta 1890, al uso de códigos arquitectónicos empleados en ménsulas, medallones, balaustradas, mútulos, guirnaldas, pinturas y remates —frisos principalmente, en forma de macetones, cartelas, medallones, estilizaciones orgánicas, dentículos, florones, etc. (Zermeño, 2012). Se le considera un gestor de cambios que trascendió del ámbito local al regional. Fue superintendente de obras públicas del estado de Guanajuato de 1894 a 1900; luego de intervenir en la mayoría de los templos leoneses entre finales del siglo XIX e inicios del XX, vinieron sus obras[2] más connotadas: el Palacio Legislativo de Guanajuato, en la capital del estado, y el Edificio Madrazo en León.

En relación al Edificio Madrazo (1904-1905), un conjunto multifuncional cuyo esqueleto refiere a una armadura metálica forrado con cantería en sus columnas y pilastras (Zermeño, 2012, p. 30), erigido en el punto en donde desemboca la actual calle Madero, en la esquina de la Plaza y la calle 5 de Mayo, se le acredita — (Serrano, 2003, p. 187)— una sugestiva carta que liga a esta edificación con la modernidad leonesa, con la plusvalía en sus colindancias y sobre todo, con el Progreso comercial en León en la primera década del siglo XX:

León, la gran ciudad manufacturera en el estado de Guanajuato está llevando a cabo un callado pero seguro progreso, y es un muy importante lugar de negocios. Continuamente se hacen mejoras, las propiedades han aumentado en valor en más de 100% en unos cuantos años, y sus muchas fábricas están repletas de trabajo. La ciudad está construyendo extensas obras hidráulicas; la vieja y defectuosa planta de luz eléctrica está siendo desmantelada, y una enteramente nueva planta de luz y energía Westinghouse está siendo...[3]

En otra de sus cartas, Long describe su propia rutina (en Labarthe, 2003: 27):

Aquí está lloviendo recio todas las noches y lleva bastante agua el río… el campo es muy bonito, hay flores por todas partes, las milpas son altas y muy fornidas y los árboles muy verdes. Yo salgo todas las mañanas a dar mi vuelta y como León tiene calles y callejones larguísimos con pocas casas y muchas huertas, me paseo muy agradablemente… me falta un compañero, porque de los leoneses nadie sale de su casa, excepto los que dan la vuelta en tranvía.

Tanto la cotidianidad como el contexto urbano del que habla el relojero inglés, así como el discurso de la modernidad y el progreso, son empleados también en la narrativa de un manuscrito anónimo de principios del siglo XXque retoma González-Leal (2012, pp. 11-27). Mismo que hace mención de Luis Long, el sabio inglés, como participante definitivo de los mejores ejemplos de arquitectura neoclásica, neomudéjar y neovirreinal en León; el arquitecto de moda, diseñador de fincas que embellecen y dan señorío a una ciudad que: “se dignifica con un empeño que seguramente la transformará en una urbe digna de la sede episcopal y del centro industrial que es” (pp. 12-13).

Los paisajes del porfiriato. (Reduciendo a lo tácito a Long) Son relatados por ese anónimo a manera de recorrido: el autor inicia por el puente que da acceso a La Calzada y, al final de ésta, al arco, puerta de entrada de la ciudad: con ese aspecto de pueblo andaluz, de casas de una sola planta con patios centrales rodeados por soportales de cantera. El acceso es por su avenida principal: la calle Real de Guanajuato —hoy Madero— que dirige a la Plaza de Armas, donde estuvieron las casas consistoriales y todavía la vieja parroquia contigua al enorme monasterio. Ahí, el Palacio Municipal es el centro de la vida ciudadana —se celebraban saraos en el salón de cabildos. En torno al palacio resalta el inicio de la construcción de una callejuela privada y de un teatro; el portal de Soto —hoy Bravo— con restos de construcciones virreinales reformadas como: mueblería, librería, banco y botica; el portal oriente con la presencia de un palacete señorial donde “la buena sociedad” dio la bienvenida a Maximiliano. Hacia el cuadro poniente, la plazuela entonces lucía al Parían, entre la capilla de la Tercera orden y el hotel Guerra (antiguo mesón de las Delicias, ahora Casa de la cultura); en tanto, la plaza mayor, pequeña con su kiosko, era el escenario dominical del tocar de la banda municipal y del coqueteo entre hombres y mujeres, o de kermeses por el día de la hispanidad. La construcción de las viviendas se encomendaba a maestros albañiles llamados alarifes, fincas como la “de las Monas”, en la calle de los Pachecos (hoy 5 de mayo), y otras casonas soberbias, antiguas, estupendas y de gran señorío, una inclusive de la época del virreinato, la de Los Condes de la Presa, en la calle de la Condesa (hoy Pino Suárez).

De las iglesias, en nuestra “ciudad levítica desde siempre” (p. 22), algunas sobreviven del virreinato y otras conservaron sólo las fachadas o el costado. Otras edificaciones sobresalientes son: la antigua Plaza de gallos, para presentar espectáculos populares, o el edificio de la nueva cárcel, construido con verdadero lujo y maestría (hoy es el Museo de las Identidades Leonesas). El barrio de Lourdes era considerado el límite de la ciudad. “León se está transformando” —aseveraba el anónimo—, la imagen urbana convive armoniosamente con el pasado virreinal y la modernidad, bajo la profunda fe religiosa y la infinita capacidad de trabajo de sus hijos; el “gobierno del General Díaz ha garantizado una estabilidad y un crecimiento” (p. 27) —finaliza. El discurso del anónimo resulta revelador, pero, en cierta medida presuntuoso, proporciona indicios del renacimiento de la ciudad luego de la inundación y los años mozos de la belle époque que había arribado a León, al menos al componente fundacional. Es un discurso que no duda en retomar la “españolidad”, la “buena sociedad”, lo “levítico” y múltiples adjetivos para exacerbar el patrimonio edificado; a propósito, lastimosamente —es necesario emplear otro adjetivo en la actualidad llevado casi todo a la tabula rasa.[4] Para contrastar, Navarro (2010, p. 91) expone que en el porfiriato León gozaba de paz y progreso, sí; no obstante, los favorecidos mayoritariamente eran las élites económicas y políticas, mientras que con la mayoría aumentaban desacuerdos y carencias.

Una cronología de la primera década del siglo XX. Se reflejaba el aumento en la población a casi cien mil habitantes, emparentado al desarrollo urbano y a dinámicas socioculturales encausadas en gran medida por lo religioso —en la educación: seminarios, escuela de música, colegios; o con la constante edificación de templos y prohibiciones diversas (música, cine). Mientras se inauguraba el reloj público del Palacio Municipal, se veía pasear al primer automóvil y se asentaba una fábrica de gaseosas, también se instalaron vías para los tranvías y llegó la electricidad: una tenería fue la primera en echar a andar máquinas con este tipo de energía y, paulatinamente, el alumbrado de gasolina era substituido por el eléctrico; se instalaron postes en toda la ciudad. Se colocó la primera piedra de la presa de Los Castillos y se comenzaba a fraccionar el poniente (aledaño al Santuario y al Parque Hidalgo). El complemento llegaba con la puesta en operación de nuevos lugares[5] para la economía, el espectáculo, la diversión y el tiempo libre (Gómez Vargas, 2004, pp. 61-64). En 1909, Porfirio Díaz visitó León y un año después Francisco I. Madero celebró un mitin en contra del primero. Daba inicio la Revolución Mexicana de 1910, un fenómeno sociopolítico y económico que derivó en una crisis económica que mermó la actividad constructiva leonesa y el capital comercial que controlaba la producción manufacturera. No obstante, a partir de la proliferación de talleres familiares, la introducción de maquinarias y una sistematización para a incrementar la producción, la industria zapatera fue favorecida, manifestándose como la actividad económica predominante (Labarthe, 2003, p. 10).

Porque el tiempo lo destruye todo. Luis Long estaría por estos días —el 16 de octubre—alcanzando su cumpleaños 166, pero los humanos no vivimos tanto. El patrimonio urbano y arquitectónico, obra legada de esos hombres realmente ilustres, acaso se preserva un poco más, pues el tiempo lo destruye todo. Los restos humanos del forastero inglés yacen en una pieza, la más fúnebre: el panteón de San Nicolás, de aquel engranaje que paulatinamente iba componiendo a la urbe leonesa del Porfiriato. Long heredó gran parte de sus bienes muebles e inmuebles al ayuntamiento de la ciudad, para beneficio público. Una de sus casas es hoy en día la Escuela de música de León.

 

Bibliografía

Gómez Vargas, H., 2004. La Ciudad y la furia. Hacia una cronología sociocultural de León. México: Universidad Iberoamericana León.

González-Leal, M., 2012. "León... La ciudad que se nos fue". En: El centro Histórico de León. México: Tlacuilo ediciones, pp. 10-29.

Labarthe, M. d. l. C., 2003. Luis Long. México: Ediciones La Rana.

Manrique, L., 1864. Brevísima relación histórica de la fundación, progresos y estado actual de la ciudad de León. México: Imprenta de Pablo González.

Navarro, C. A., 2010. Llegar a ser. Monografía del Municipio de León. México: Archivo Histórico Municipal de León.

Olvera, J., 2003. "Luis Long y los principios de la restauración: el respeto por el pasado, la conservación y el señalamiento de pistas; descubrimientos arqueológicos postcortesianos". En: Luis Long. México: Ediciones la Rana, pp. 199 -216.

Salceda, J., 2003. "Don Luis Long y su tiempo". En: Luis Long. México: Ediciones la Rana, pp. 169-198.

Serrano, L., 2003. "Cecilio Luis Long. La definición de un arquitecto". En: Luis Long. México: Ediciones la Rana, pp. 179 -198.

Zermeño, S., 2012. "Luis Long, arquitecto para un siglo". En: El centro histórico de León. México: Tlacuilo Ediciones, pp. 30-31.

 

[1] Inclusive el análisis de sus cartas que redactan acontecimientos —como la inundación de 1888—, personajes y espacios brindan diversas pistas historiográficas sobre León pues, a menudo, la revisión documental general exhibe una constante de censura, las más de las veces, en la exposición de las prácticas ociosas ligadas al tiempo libre que no vayan acordes con demostrar la cultura y civilización, la “buena sociedad”, lo levítico y hasta la españolidad. Así, la mirada extranjera, una carta de Luis Long —en Labarthe (Labarthe, 2003, pp. 148-149)—, habla desde 1901 de borracheras y riñas, desorden, mucho juego, mucho vicio y mucha prostitución, en uno de los aniversarios de la ciudad.

[2] Algunas de sus obras más representativas: el conjunto de las Tullerías (hoy es el Portal Bravo); el edificio del Banco de San Luis Potosí, a un costado del edificio Madrazo; el erigido para la negociación comercial “la Primavera”, en la esquina de las calles Condesa y el Oratorio (hoy Pino Suárez y 5 de Febrero); la casa del número 100 de la calle Real de Guanajuato (hoy Madero), propiedad de don José María García Muñoz; en 1883, la Catedral —que antes de ser erigido el obispado de León (1864) se denominaba templo de la Compañía Nueva— presentaba fisuras en bóvedas y muros, ya que siete años antes se había desprendido parte de uno de sus arcos. Ahí, Long primero dotó a la torre occidental de un nuevo reloj (1885) y después se le encomendó la solución de las fallas estructurales —cambió los arcos y construyó gruesas pilastras adosadas a los muros—, la restauración y el decorado (Labarthe, 2003, pp. (Labarthe Ríos, 2003, pp. 85, 89 y 66-67); el patio de bautisterio de la Catedral; la salvación del templo del Inmaculado Corazón de María, de estilo neogótico catalán —Anónimo, en González-Leal (2012, p. 13)—; la capilla morisca del señor San José en la Catedral Basílica de León (1891), diseñada y construida para estabilizar estructuralmente la cúpula principal de la catedral; en el inmueble que “protege” a la primera capilla-ermita de León del siglo XVI y a las casas consistoriales realizó un trabajo preservador (Olvera, 2003); el comercio y casa habitación neo-mudéjar del número 106 del actual pasaje Catedral; la Casa Luis Long (1907), en calle Pedro Moreno (hoy es sede de la Escuela de música de León), con una torre-observatorio de tabique almenada en la cúspide; la Escuela Modelo Porfirio Díaz (1894-1895) en la calle Juárez; casa con esquema de torre (1907), fachada de tabique y arcos de medio punto en el segundo nivel, ubicada en la calle Pedro Moreno, entre Libertad y Zaragoza; y la reconstrucción de la casa de Mariano Leal y Zavaleta (en calle Pino Suárez de 1880 a 1890), de patio cuadrangular y escalera central, contemporánea a la Catedral de León (Zermeño, 2012, pp. 30-31). Su destreza mecánica lo llevó también a la fabricación de aparatos para el Observatorio Meteorológico de León: un sismógrafo, un anemómetro y un pluviógrafo (Labarthe, 2003, pp. 126-127).

[3] Fragmento de carta traducida y reproducida originalmente por María de la Cruz Labarthe Ríos (2003, p. 89).

[4] Según el análisis de Mariano González-Leal (2012, pp. 15-26), por ejemplo: el enorme monasterio se abatió en 1955 para sustituirlo por un Woolworth, hoy Coppel; el teatro Ideal de la callejuela Padilla fue destruido a finales de los sesenta; del portal oriente que narra el anónimo no queda nada, se incendió parcialmente y se decidió destruirlo todo; el palacete señorial donde el baile de bienvenida a Maximiliano está absolutamente desaparecido, allí está ahora el hotel Condesa; el mercado Parián fue incendiado en la década de 1930. Casi todo lo relatado sobre la calle de la Condesa, antes la Palma, ha prácticamente desaparecido —“quizá ninguna calle de la ciudad haya sido objeto de tanta destrucción”—: las casonas cambiaron el uso de suelo, a colegio, otra incluso a embotelladora; lo que se conserva, se conserva mal, incluso pasando a ser estacionamientos o tiendas de electrodomésticos (Ryse), todo entre las décadas de los cincuenta y los setenta; la casa que fungió de liceo y colegio fue destruida hacia 1960 y ahora es el estacionamiento El Ángel; la residencia palaciega se destruyó en 1956, para levantar la sala de cine Las Américas, hoy es parte de Coppel. La casa de los españoles, en donde se emulaba un castillo gótico, se dividió en dos partes, se conserva una mitad, maltrecha, sede de un gimnasio; de la casona de Los Condes de la Presa queda una vaga sombra, profanada y semidestruida; la Plaza de gallos funcionó desde los años veinte como una deteriorada escuela —recientemente fue intervenida—; el Beaterio de Señoras es otro monumento desaparecido, fue sustituido por la Escuela prevocacional; la hermosa finca de González Valdivia desapareció en 1971, en su lugar estuvo una “antiestética” mueblería ya desaparecida que fue substituida por otra construcción “igualmente horrible”; y, finalmente, la finca señorial de los Marqueses de San Clemente desapareció absolutamente, hoy es El león de bronce (ferretería).

[5] El Banco Nacional de México, el Hotel Guerra —actualmente Casa de la Cultura—, tiendas departamentales —La Primavera y Las Fábricas de Francia—, la lotería La Central, la Cámara Agrícola Nacional de León, cines fijos, periódicos, sitios de reunión para grupos sociales —Círculo Leonés Mutualista, Círculo de Obreros Hidalgo, el Casino de León, Club de tiro al blanco—, se amplió el parque Hidalgo y, finalmente, otros espacios recreativos —la Plaza de la Constitución, la Calzada de los Héroes (los carrizales), la Plaza de Gallos o la Plaza de Toros— eran sedes para proyecciones de cine, recitales de la banda municipal o circo (Treviño, Metropolitano y Bell).



 

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Luis Eduardo Delgado Aguiñaga. Candidato a doctor en urbanismo por la UNAM, maestro en ciencias en arquitectura y urbanismo por el IPN y arquitecto por la Universidad de La Salle. Contribución en proyectos de investigación y programas de desarrollo; docente, ponente y publicación de artículos en materia de arquitectura, urbanismo y cultura. Experiencia profesional en el IMPLAN León y la SEDATU Guanajuato, con proyectos y obras de centros históricos, espacios públicos, centros de desarrollo comunitario, calles integrales y vivienda.

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