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Tachas 391 • The Good Lord Bird: Esa actuación llamada racismo • Óscar Luviano

Óscar Luviano

Tachas 391 • The Good Lord Bird: Esa actuación llamada racismo • Óscar Luviano

Entre las consecuencias del trumpismo, la política del racismo declarado, tuvimos una serie de series con las que las cadenas televisivas decidieron apartarse del radicalismo wasp.

El resultado fue un tirón de títulos con abundantes recasteos afroamericanos (los reboots de Snowpiecier y High Fidelity, este último con una Zoë Kravitz que domina cada cuadro), revisiones de la historia del racismo disfrazadas de relatos de superhéroes (la subvalorada Watchmen) o de homenaje lovecraftiano (Lovecraf Country), y una andanada de títulos que se puso al día en lo que a la cuota de actores y actrices afrodescendientes corresponde.

Todo ello son algunas consecuencias ridículas, como la inclusión en la falsa biografía de Catalina la Grande (The Great) de un improbable conde Arkady (interpretado por Bayo Gbadamosi), cuya negritud no se menciona ni por asomo en una pretendida comedia a la arrasacontodo.

La mayoría de estas series, hay que decirlo, son calculadas operaciones para ganarse el favor de las audiencias woke y figurar en el TT #BlackLivesMatter, sin que esto quiera decir que son malas o les falta riesgo (considerando, por ejemplo, que en nuestro universo mediático postRoma y en plena era del Primero los Pobres, no tenemos una sola —una sola- serie que reivindique a las poblaciones racializadas, indígenas o afrodescendientes, ni siquiera en la forma de cuota actoral).

Lo que digo es que debajo de títulos como Dear White people o How to get away with murder hay todo un equipo que cuida, en todos los niveles que, a pesar de cierto aire de desenfado y (oh, sí) de eso que nuestros whitecomediantes llaman “incorrección política”, todo el conjunto esté realizado para no ofender a nadie (y no enfrentar el backslah de Twitter).

Se trata de series, vaya, que no discuten tanto el racismo, como sacan medra de su aparente combate, sin llevarse a nadie de corbata.

Es justamente por asumir riesgos que de entrada parecen incontrolables dentro de estas reivindicaciones de la negritud y del revisionismo sobre el racismo histórico y estructural, que destaca The Good Lord Bird.  

Presentada en español como “El pájaro capintero”, se trata de una serie de siete episodios producida por la plataforma Showtime, adaptación de la novela “The Good Lord Bird” de James McBride, producida por Jason Blum y protagonizada por un Ethan Hawke en estado de gracia (en más de un sentido) y el joven Joshua Caleb Johnson.

Hawke interpreta a la primera persona ejecutada en los Estados Unidos por traición: el reverendo John Brown, y Joshua Caleb Johnson a su involuntario amuleto, Henry Shackleford, también conocido como Cebollita.

Apenas arrancar la serie ya se anuncia como un desastre: John Brown es un salvador blanco que antes de la Guerra Civil norteamericana pasó de los sermones bienenintencionados en su natal Kansas, a tomar las armas y combatir por la liberación de los “negros”. Se podía ver, pues, como otra serie sobre un alma noble blanca que se sacrifica por los negros.

(La palabra con N se utiliza en repetidas ocasiones, debido al contexto histórico, en la boca de Brown y de otros blancos; una de esas cosas que las series respetables ya no hacen.)

Por fortuna, la serie no se toma en serio a sí misma, y apuesta por una moderna mezcla de humor y revisionismo, simple y profunda a la vez, gracias en buena medida a lo pantagruelesco de su protagonista, una figura histórica tan real como desmedida.

Brown se lanza a su cruzada (no se cansa de repetir que Dios en Persona le ha encomendado la liberación de los esclavos) al frente de un ejército compuesto por sus hijos, negros emancipados, un apache y algunos blancos redimidos, todos adoradores de los pájaros carpinteros.

Para su desgracia, el padre de Henry Shackleford queda en el fuego cruzado entre Brown y unos esclavistas. En el escape, el White Savior cree entender que el nombre de Henry es Henrietta, y al llegar a su campamento le entregan un vestido (para hacerla sentir mejor) y un nuevo nombre: Cebollita.

Una vez trasvestido, Henry se une como una niña al ejército de Brown y se convierte en la narradora de una causa que, desde la primera escena, sabemos condenada al fracaso. Esa voz es la que nos guía, con humor y desesperanza, en el infierno de la vida de los esclavos: ahorcados por pedir papel, vendidos en corrales en la plaza pública, torturados por diversión…

A través de esa ironía, Cebollita consigue transmitir una idea de la esclavitud que rebasa los lugares comunes sobre el tema, y hace de The Good Lord Bird un inusitado ejercicio que aporta una mirada novedosa sobre el racismo.

Henry asegura que no le aclaró su género real a John Brown porque, como esclavo, era su deber hacer lo que los blancos decían, y los blancos tenían el privilegio de no escuchar lo que los esclavos tuvieran que decir. Para Cebollita, el racismo era una actuación de oprimidos y de opresores: unos actúan para conservar la vida y otros para mantener un régimen de crueldad.

Ni el revisionismo, ni esta mirada sobre la apropiación de los cuerpos racializados, restan humor o emotividad a la serie, que termina por tratar sobre la relación entre Brown y Cebollita, que pasa del delirio a una amistad entrañable, en su rumbo a un desastroso asalto a la mayor armería de los Estados Unidos. La idea de Brown era robar miles de rifles para armar a las multitudes que, creía equivocadamente, se unirían a su causa.

Tampoco la mirada caricaturesca sobre Brown resta dignidad al personaje: un pésimo militar que no duda en detener una batalla para consultar a Dios o ponerse frente a un cañón recitando versículos del Genesis.

Así como la serie nunca se ríe de un niño que se hace pasar por niña para sobrevivir, tampoco lo hace del hombre que lo dejó todo en nombre de una causa demente, pero justa.

 

https://www.youtube.com/watch?v=H-Tm63y-S4s

 

Óscar Luviano (Ciudad de México, 1968). Narrador y poeta. Cuentos suyos se incluyen en Nuevas voces de la narrativa mexicana (Planeta, 2003) y en Así se acaba el mundo (SM, 2012). Colabora en diversos medios y publicaciones.

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