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CUENTO

El vestido de gala

Karla E. Gasca

Karla Gasca
Tachas 394
El vestido de gala

Mamá se vistió de gala para la cena de Noche Buena. Que yo fuera la única invitada no le impidió usar un vestido largo con hombreras, que sospecho, era de mi abuela. La cena consiste en coctel de camarones. Me preocupa que mamá haya elegido ese platillo para la cena y me preocupa el tamaño de los camarones que apenas y nos caben en la boca. Imagino el esfuerzo de los molares de mamá por machacar los mariscos con solo ver la tensión de su mandíbula. Me preocupa que la gamba se atore en la tráquea de mamá porque estoy casi segura de que el número de emergencias no atenderá esta noche y yo sé más de camarones que de primeros auxilios. Sé, por ejemplo, que se alimentan de la basura del mar y por eso los comparan con las cucarachas. Veo mi plato repleto de mariscos gigantes y me entran ganas de llorar. Su aspecto me causa escalofríos ¿Por qué mamá no compró un maldito pollo decapitado o un trozo de jamón? Añoro los platillos de mi abuela. Desearía que fuera ella la que usa ese vestido con hombreras y no mamá. Extraño ser niña en Navidad, abrir una pila de regalos y caer dormida en el sillón. Ahora no hay regalos, pero podría caer dormida en el sillón si mamá me deja un poco de vino. Mamá me pregunta que le pediré a Papá Noel, o al Niño Dios o a los Reyes Magos. No le respondo porque no tengo idea. De pronto le da por recordar cuando el tío A se vistió de Santa y luego de tomarse cuatro cubas prendió un tabaco quemándose la despeinada barba blanca, dejando la sala oliendo a plástico chamuscado. Yo sé que mamá también extraña esos días cuando me preguntaba qué le pediría a Papá Noel, o al Niño Dios o a los Reyes Magos y yo dictaba una lista que parecía interminable.

Como un par de bocados solamente y a la primera oportunidad me paro de la mesa y me dirijo al balcón con el pretexto de fumar y tiro los camarones al patio del vecino. Lavo los platos y pienso en alguna excusa para marcharme, pero no se me ocurre ninguna y no quiero que mi último recuerdo de esa noche sea el de los camarones volando de mi plato al patio del vecino, así que regreso a la mesa y le digo a mamá que su vestido me trae recuerdos de la abuela. Mamá sonríe y me dice que cuando ella muera el vestido será mío y podré usarlo en Navidad. A mamá le da por hablar sobre la muerte en días festivos. Me imagino sola y vieja usando ese vestido en alguna Navidad y me dan ganas de tirarme por el balcón y hacerles compañía a los camarones en el patio del vecino. “A ti se te ve bien, a mí se me verá horrible”, le contesto a mamá, enojada. Luego de un largo silencio, le digo que quisiera otra cena en familia como las de antes, que eso le pediría a Papá Noel, o al Niño Dios o a los Reyes Magos, una cena con la abuela, un enorme árbol de navidad y muchos regalos debajo. Mamá asiente y me dice que ese es un buen deseo.

Después de beber vino, comer helado y jugar dos partidas de Póquer y tres de Continental nos despedimos y nos vamos, cada quien a sus cuartos a dormir. Yo estaba tan cansada o tan ebria que caí en un sueño profundo casi de inmediato. Mamá me despertó, muy temprano con un grito alegre. ¡Despierta cariño, que ya es navidad! La veo esbelta y hermosa. Ni una arruga surca su frente y su cabello es castaño y largo. No hay canas. Me levanto de la cama y soy mucho más corta de estatura. Camino a la sala y me encuentro con un hermoso árbol de Navidad, una montaña de regalos y a Kovi, el caniche que creía muerto. Sobre la mesa hay ponche de frutas y pastel de manzana. ¡Feliz navidad cariño, espero que te guste mi regalo!, pero ¿cómo lo hiciste?, pregunto. “Bueno, nada de esto es real, pero eso no tiene importancia”, contesta mamá. Me siento tan contenta que no puedo respirar. Poco a poco me doy cuenta de que no es por alegría que no puedo respirar y despierto de golpe.

Mamá me lleva a urgencias a las cuatro de la mañana. No teníamos idea de mi alergia a los mariscos. Los doctores me conectan a una bolsa con suero y medicamentos. El aire regresa de a poco a mis pulmones. Mamá se sienta a mi lado y me sostiene la mano roja e hinchada. Nos reímos. Luce hermosa con sus canas, sus arrugas y el vestido de gala de la abuela. Yo estoy contenta y me río porque el recuerdo de esta navidad borrará el de todas las anteriores.

 



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Karla Evelia Gasca Macías (León, 1988). Licenciada en Cultura y Arte por la UG. Ha tomado cursos de escritura creativa con Guillermo Samperio y Alberto Laiseca, este último en el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado en varios medios digitales e impresos. Forma parte de las antologías ‘Para leerlos todos’ (2009) y ‘Poquito porque es bendito’ (2012)

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