viernes. 19.04.2024
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Compañeros del mismo temor: sucumbir a la enfermedad

Karla Gasca

Representación informática de Chopin por Hadi Karimi
Representación informática de Chopin por Hadi Karimi
Compañeros del mismo temor: sucumbir a la enfermedad

Chopin, Delacroix, Toulouse-Lautrec, Gaudí​​​​​. Por cuestiones laborales he estado leyendo muchas biografías, por lo menos muchas más de las que acostumbro a leer por decisión propia. Aun así, sería insensato de mi parte decir que no disfruto de estas lecturas o que no he aprendido de ellas.

Aprendí, por ejemplo, que estos personajes compartían algo en común, una gran consciencia de la muerte. Todos atravesaron por épocas en la que no existían curas para muchas enfermedades y lo sabían. Asumían con toda naturalidad que cualquier día, sin importar su edad o estatus, podían caer muertos por tuberculosis, como en realidad les sucedió a dos de ellos.

La vida, pero sobre todo la muerte de estos personajes, me ha llevado a pensar que muchos años después de que transitaran por este planeta terminamos por compartir algo en común, un sentimiento de vulnerabilidad que habíamos logrado olvidar casi por completo gracias a las comodidades del «mundo moderno».

La llegada del Covid-19 a nuestras vidas ha sido especialmente dura no tanto por el aislamiento (a medias en nuestro país, como acostumbramos a hacer la mayoría de las cosas), sino porque nos enfrentamos al hecho de que un virus puede terminar con nuestra vida y la de nuestros seres queridos, una idea especialmente perturbadora en pleno siglo XXI. Conocemos la cara de un agujero negro pero no la cura de un virus que ha terminado por tomar la delantera.

En contraste con los personajes que mencioné, quienes calculaban los meses que les quedaban de vida luego de toser y ver en su pañuelo restos de sangre, nosotros nos hemos hecho expertos en ocultar la muerte, en barrerla debajo de la alfombra aunque deje un bulto enorme con el que cualquiera puede tropezar. Hoy es imposible ignorar su presencia, es parte de la cotidianidad y se manifiesta con esa convicción y esa fuerza con que lo hizo años atrás.

Desde muy joven Chopin padeció de un cuerpo débil y enfermo a causa de una enfermedad en la tiroides. Sería sin duda lo que hoy llaman “población de riesgo”, pero a pesar de todo pronóstico, logró vivir hasta los 39 años.

Hay una escena de su vida que me gusta particularmente porque creo que retrata con claridad esa conciencia que tenía de la muerte:

En una ocasión Chopin hizo un viaje a España con su pareja, la escritora George Sand* y los dos hijos de ella. Aguardaba en una cabaña fría y húmeda la llegada de Sand, quien había hecho una expedición con sus hijos para recorrer los alrededores, pero una tormenta los alcanzó a medio camino, retrasando su regreso.

Para ese momento Chopin ya padecía de una tuberculosis avanzada; se puso a tocar el piano y a componer con una fiebre altísima. Cuando Sand y sus hijos lograron llegar al fin, días después de haber dejado la cabaña, se encontraron a Chopin frente al piano, sosegado y concentrado. Sand le preguntó si no estaba contento de verlos y Chopin contestó algo así como: sí claro, pero da igual, porque estamos muertos.

En plena cuarentena, una amiga que vive en otro país, donde sí era obligatorio guardarse en casa, me escribió muy alarmada porque ya no podía distinguir los días. Me comentó que se sentía en una especie de “limbo” y que se mantenía al borde de la histeria. Hoy pienso que quizá era ese mismo limbo en el que se encontraba Chopin cuando creyó haber muerto, ese en donde la incertidumbre es “la normalidad” y donde no queda más que la espera.

De los personajes que mencioné al inicio, Gaudí fue el único que no murió de alguna cruel enfermedad con cura en nuestros tiempos, él murió arrollado por un tranvía a la edad de 73 años y fue confundido por un indigente, por lo que duró largo rato en la banqueta sin recibir atención médica. Aunque falleció a una edad madura padeció la muerte de todos sus seres queridos, amigos, socios y familiares a causa de distintas enfermedades.

Esta fue la principal razón que lo llevó a aislarse voluntariamente del mundo, dedicándose por entero construir y rezar, ya que era profundamente creyente. De hecho, esto último también tiene que ver con su muerte pues se dirigía a la iglesia de San Felipe Neri en Barcelona como lo hacía todos los días por la mañana cuando fue atropellado.

Pienso que si Gaudí hubiera vivido en esta época no habría sufrido para nada de la cuarentena, quizá hasta la habría disfrutado, pero muy probablemente se habría contagiado en algún momento por asistir a la iglesia, como ocurrió con 107 personas en la ciudad alemana de Fráncfort o para no irme tan lejos en San Pedro de los Hernández, una comunidad de la ciudad de León en donde un padre obstinado que seguía ofreciendo misa en plena pandemia falleció a causa del virus, contagiando a su vez a varios feligreses.

Este virus nos ha abierto los ojos, nos ha revelado una verdad incómoda: que el siglo en el que nos tocó vivir no nos ofrece garantía de supervivencia, ni siquiera nos ofrece por lo pronto una vacuna, una esperanza.

Las cifras de muertos a causa de Covid-19 continúan aumentando y desfilan frente a nuestros ojos todos los días mientras historias de nuevos contagios aparecen en los periódicos. Esto solo quiere decir que sin importar exactamente en dónde nos encontremos, seguimos atrapados en la misma cabaña en la que Chopin tocaba el piano con la certeza de estar muerto, solo que nosotros no compartimos su tranquilidad y no estamos dispuestos a esperar. Nos negamos a morir a causa de un virus en pleno siglo XXI.

 *George Sand fue el pseudónimo de Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, novelista, periodista y socialista francesa, considerada una de las escritoras más populares de Europa en las décadas de 1830 y 1840, siendo más reconocida que Victor Hugo y Honoré de Balzac. 

 




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Karla Evelia Gasca Macías (León, 1988). Licenciada en Cultura y Arte por la UG. Ha tomado cursos de escritura creativa con Guillermo Samperio y Alberto Laiseca, este último en el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado en varios medios digitales e impresos. Forma parte de las antologías ‘Para leerlos todos’ (2009) y ‘Poquito porque es bendito’ (2012).

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